En el ecosistema digital actual, ha surgido un término popular y a la vez preocupante: «brainrot» (que podríamos traducir como «deterioro mental»). Aunque no es un diagnóstico clínico, esta jerga juvenil describe la sensación de que el consumo excesivo de contenido basura, repetitivo y rápido de las redes sociales está erosionando la capacidad de atención, la memoria y el pensamiento profundo.
Este brainrot nos obliga a reflexionar sobre la calidad de la dieta mental de nuestros jóvenes y el impacto que la cultura del scroll infinito tiene en su desarrollo intelectual. La pregunta es crucial: ¿está la velocidad de la tecnología minando la capacidad de nuestros alumnos para pensar con calma y profundidad?
La manifestación más visible de este deterioro es el uso de un lenguaje ultrarrápido y fragmentado, la llamada «jerga brainrot». Expresiones como Skibidi Toilet, rizz, gyatt o sigma actúan como una taquigrafía cultural interna. Para quien está “dentro”, este lenguaje es un signo de pertenencia; para quien está “fuera” (padres y educadores), es una barrera que refleja una inmersión total en la cultura de internet.
El verdadero problema no es la jerga, sino lo que representa: la saturación. La mente se acostumbra a una estimulación constante y fugaz, demandando gratificación inmediata. Esto dificulta el desarrollo de la paciencia necesaria para leer un libro, seguir una clase de hora completa o participar en una conversación que requiere matices y argumentos lógicos. El estudiante corre el riesgo de volverse “analfabeto de la complejidad”.
El deterioro del brainrot es, en esencia, un problema cognitivo. Se manifiesta en tres frentes:
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Atención Fragmentada: La exposición constante a estímulos ultracortos entrena al cerebro para esperar el cambio rápido. Esto socava la atención sostenida, una habilidad esencial para el estudio y el desarrollo del razonamiento complejo.
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Pérdida de Contexto: El contenido fragmentado descontextualiza la información. Los jóvenes reciben datos sin la estructura que les da sentido, lo que dificulta la formación de un pensamiento crítico sólido y la comprensión global de un tema.
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Memoria Superficial: La sobrecarga de información irrelevante y efímera dificulta la consolidación de la memoria a largo plazo. La mente se satura de superficialidad, dejando poco espacio para el conocimiento profundo y la sabiduría.
La consecuencia es que, aunque los jóvenes están más “conectados” que nunca, están perdiendo la capacidad de conectar ideas, de reflexionar con calma y de desarrollar la sabiduría.
Desde la perspectiva de la fe católica, la lucha contra el brainrot es una defensa de la inteligencia como don de Dios y de la libertad de la persona. La educación, para nosotros, es la formación del ser humano en su totalidad, que busca ordenar la razón hacia la Verdad. El consumo excesivo de contenido superficial se opone directamente al concepto de formación integral. Si la mente se acostumbra a la dispersión, la capacidad de discernimiento ético y la contemplación se ven gravemente comprometidas.
El Magisterio de la Iglesia enseña constantemente que la tecnología, como cualquier herramienta humana, debe estar al servicio del desarrollo de la persona y de su dignidad. Por ello, es imperativo que eduquemos en la prudencia y la templanza digital. El problema no es la existencia de la tecnología, sino la falta de capacidad de nuestros alumnos para ejercer la libertad eligiendo contenidos que nutran su espíritu, en lugar de aquellos que lo atrofian y lo distraen del Bien.
La escuela y la familia deben trabajar juntas para contrarrestar la dispersión mental. Es fundamental fomentar la paciencia cognitiva promoviendo actividades que requieran un esfuerzo sostenido, como la lectura de textos largos, la escritura de ensayos bien argumentados y el debate en profundidad.
De la mano de esto, es crucial que los jóvenes aprendan a desconectar. Esto implica establecer y respetar los tiempos y espacios “libres de scroll” donde la mente pueda procesar la información, consolidar el aprendizaje y desarrollar la creatividad sin interrupciones.
Además, podemos convertir el fenómeno brainrot en un tema de estudio; enseñar el origen de la jerga y su impacto en la comunicación permite al joven tomar distancia crítica y no ser un mero consumidor pasivo.
Finalmente, debemos priorizar la calidad del contenido, guiando a los alumnos a buscar material digital que realmente desafíe y enriquezca su inteligencia, que promueva el conocimiento de la fe y sirva al bien común.
En un mundo saturado de información rápida, el valor de la educación reside en enseñar a nuestros jóvenes a buscar la sabiduría, a pensar lentamente cuando el mundo les exige velocidad, y a cultivar una mente que, lejos de la “putrefacción”, esté viva, crítica y orientada a la Verdad.












