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El Papa recuerda a todos los afectados por la crisis del COVID en la Jornada de los Pobres

Familia

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El Papa Francisco ha lanzado un mensaje en el contexto de la IV Jornada Mundial de los Pobres en el que centra su mensaje en los afectados por la crisis sanitarias del COVID-19.

«A todos aquellos que luchan … A aquellos que pueden no haber sido “pobres” ni haberse considerado meses atrás “pobres”, ha afirmado al portal de noticias católico Zenit monseñor Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, durante la conferencia de prensa virtual de presentación del Mensaje del Papa.

El mensaje fue lanzado en el 15 de noviembre de 2020 en la IV Jornada que este año versa sobre el tema “Tiende tu mano al pobre” (Sir 7,32).

La realidad que plasma el texto de Francisco y de que subrayaba monseñor Fisichella es que el grupo de denominados «pobres» ha crecido en países de Europa y Estados Unidos porque han perdido sus trabajos como consecuencia de la crisis económica derivada de la sanitaria.

“Ciertamente, el Papa dice que los rostros de los pobres están creciendo de manera extrema”, afirma el obispo.

El funcionario del Vaticano reflexionó sobre cómo las imágenes que el Papa Francisco nos ha dado de la pobreza son muy significativas, especialmente la del rostro de cada uno, “porque es la cara la que muestra la identidad de una persona”.

“Nadie adopta el rostro de otro. La ‘cara’ no es algo que uno pueda cambiar” porque “el rostro sigue siendo la expresión tangible y visible de quién es cada uno de nosotros”.

A continuación, los comentarios de monseñor Fisichella en la citada conferencia de prensa:

“Tiende tu mano al pobre” (Sir 7, 32). Con estas palabras del antiguo libro del Sirácida, el Papa Francisco propone su reflexión para la IV Jornada Mundial de los Pobres a celebrarse en toda la Iglesia el domingo 15 de noviembre. Es un Mensaje que irrumpe directamente en el dramático momento que el mundo entero ha vivido a causa del Covid-19, el cual, muchos países continúan combatiendo en el esfuerzo por llevar alivio a cuantos son víctimas inocentes del mismo.

La reflexión del Papa Francisco se desarrolla a la luz de la imagen bíblica que ve un hombre sabio, “Jesús, hijo de Sirá”, como se presenta él mismo al final del libro (cf. Sir 50, 27), que vivió unos doscientos años antes del nacimiento de Cristo. Las preguntas que se planteaba giraban en torno al tema de dónde residía la sabiduría y qué respuesta de sentido podría ofrecer a los acontecimientos de la vida. El Papa señala que son las mismas preguntas que han marcado la vida de millones de personas en estos meses de coronavirus: la enfermedad, el luto, la incertidumbre de la ciencia, el dolor, la falta de las libertades a las que se está acostumbrado, la tristeza de no poder despedirse de las personas a quienes se quiere… En esta circunstancia, la oración se hizo más insistente y el pensamiento de Dios tocó la mente de muchas personas a menudo indiferentes. Esto resultó en la búsqueda de una mayor espiritualidad, como lo testimonia la participación masiva en diferentes manifestaciones litúrgicas. Con razón el Papa Francisco enfatiza que el autor sagrado: “insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios : “Mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él” (n. 1).

El libro del Sirácida, sin embargo, no permite detenerse en la oración; al contrario, afirma que para que la oración sea digna y eficaz, es necesaria la atención a cuantos están en la pobreza. Lo afirma sin atenuantes el Papa Francisco cuando escribe: “La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre” (n. 2).

El tema de la “imagen de Dios” impresa en el rostro del pobre es extremadamente significativo porque obliga a no poder dirigir la mirada a otro lugar cuando se desea vivir una existencia plenamente cristiana. En este sentido, la metáfora de “extender la mano” adquiere su valor más profundo porque obliga a volver a las palabras del Señor que quiso identificarse con aquellos que carecen de lo necesario y viven en condiciones de marginación social y existencial. El Mensaje ejemplifica diversas situaciones que en estos meses de pandemia han visto una mano extendida y que están impresas en la mente de todos: “La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y el enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida de los que trabajan en la administración y proporcionan los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico expuesta a tantas exigencias en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón roto. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo” (n. 6).

Frente a este signo de gran humanidad y responsabilidad, el Papa Francisco contrasta la imagen de aquellos que continúan teniendo las “manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices” (n. 9). El elenco, afortunadamente más corto, da testimonio de que el bien es siempre mucho más grande que la codicia de unos pocos y describe escenas de la vida cotidiana: “Hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan” (n. 9). Palabras duras, pero lamentablemente verdaderas que muestran cuánta falta de responsabilidad social sigue presente en el mundo actual con la consecuencia de núcleos de pobreza extrema que crecen de forma desproporcionada.

La mano tendida, por lo tanto, es una invitación a asumir la responsabilidad de dar la propia contribución que se evidencia en los gestos de la vida cotidiana para aliviar la suerte de los que viven en la desgracia y carecen de la dignidad de los hijos de Dios. El Papa Francisco no teme identificar a estas personas como verdaderos santos, “aquellos de la puerta de al lado” que, con sencillez, sin ruido y sin publicidad ofrecen el genuino testimonio del amor cristiano. La masiva presencia de tantos rostros de pobres requiere que los cristianos estén siempre en primera línea, y que sientan la necesidad de saber que les falta algo esencial en el momento en que un pobre se presenta delante. “No podemos sentirnos ‘bien’ cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra” (n.4), escribe el Papa Francisco en su Mensaje. Es como si invitase a hacer nuestro el “corazón inquieto” de san Agustín. Permanecerá inquieto hasta que no se encuentre a Dios impreso en el rostro del pobre.

En muchos sentidos, la imagen de tender la mano recuerda de cerca el logo que desde el comienzo de esta iniciativa del Papa Francisco acompaña la Jornada Mundial de los Pobres. Las manos tendidas son las de dos personas: una está en el umbral de la casa, la otra espera. La llamada es fuerte por cuánto se necesitan la una de la otra. La mano tendida del pobre pide, pero invita al otro a salir de sí mismo para romper el círculo de egoísmo que envuelve a todos. Este Mensaje del Papa, por lo tanto, es una invitación a sacudirse la indiferencia, y a menudo el sentido de la molestia hacia los pobres, para recuperar la solidaridad y el amor que viven de la generosidad dando sentido a la vida.

La presentación de este Mensaje en la fiesta litúrgica de san Antonio de Padua, patrono de los pobres, manifiesta que cuanto podemos realizar es siempre bajo la gracia de Dios que acompaña la vida de los creyentes y la historia de los hombres. Son palabras que pretenden ayudar a la preparación y realización de la próxima Jornada Mundial, conscientes de las restricciones que las leyes de los distintos Países imponen. En efecto, en los próximos meses se seguirá exigiendo la debida atención a las normas de seguridad, pero es probable que se incrementen aún más las solicitudes de ayuda. Por lo tanto, será nuestra tarea hacer que no falten a los cada vez más numerosos pobres que encontramos, los signos cotidianos que acompañan nuestra acción pastoral, y aquellos extraordinarios que la Jornada Mundial de los Pobres prevé y que desde hace varios años realiza.

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