Detrás de un pluralismo aparente —y real, en otros puntos— los defensores de la sociedad permisiva coinciden en sustituir los valores teocéntricos por valores antropocéntricos, en negar o poner entre paréntesis las exigencias religiosas del hombre en todo cuanto afecte a la coexistencia o convivencia humana. La sociedad secularizada y permisiva ignora totalmente los preceptos de la ley natural.
El permisivismo es, en rigor, una ideología, que tiene un punto de partida y un punto de llegada: parte de una consideración amoral de la vida humana y especialmente de la vida de la colectividad, por entender que los valores de la convivencia no poseen, de suyo, ningún determinado contenido; vacía también —teóricamente— de contenidos determinados a las normas jurídicas, para acabar dándoles contenido ético y jurídico muy concreto, según ideologías secularizadas. Su meta característica es desconectar las normas jurídicas de cualquier inspiración de índole religiosa.
El objeto del permisivismo es sumamente amplio: se trata de influir en toda la vida social. Por eso se habla hoy de una sociedad permisiva. Tras su talante liberal, los defensores de la sociedad permisiva esconden una mentalidad autoritaria. Y es cosa comprobada que, a medida que la sociedad permisiva arraiga en un país, crece la intolerancia frente a quienes no se someten al conformismo ambiental.