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Polarización política, medios de comunicación y pueblo católico

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Es una obviedad reiterada que lo que marca el actual momento político de España es la polarización, el alejamiento hacia los extremos, unido al descredito del adversario convertido en una identidad política indigna. A partir de esta concepción las campañas electorales solo sirven para denostarse mutuamente, y se aplican muy poco a exponer con claridad cómo abordar nuestros grandes problemas.

Esta polarización, donde el otro es recalificado con nombres descalificadores -“extrema derecha”, “coalición tripartita”, “vende patrias”, y una larga serie de despropósitos parecidos-, destruye dos principios fundamentales de la democracia, el de la amistad civil -la concordia entre los contendientes- un concepto clave que hemos reiterado muchas veces, y el principio predicado por los liberales, y que complementa al anterior, de que no existe nadie poseedor de toda la verdad, y por consiguiente.  esta se realiza en la escucha mutua en todo aquello que es contingente.

Hay que decir que a esta polarización contribuyen una parte de los ciudadanos, que la jalean, sin reparar que es la mejor manera de que la política no se ocupe de abordar los problemas reales, aquellos que nos afectan decisivamente en nuestra vida de cada día.

Pero un agente categórico en todo este proceso son los medios de comunicación, que fomentan la polarización prácticamente sin excepciones. Lo hacen con menos agresividad que las redes sociales, pero son más peligrosos porque su credibilidad es mayor. Un caso espectacular son los calificativos que se vierten contra quienes no comparten los nuevos “principios fundamentales” del estado: el aborto como derecho incuestionable, el feminismo de género y la criminalización del hombre como categoría, el matrimonio homosexual y las leyes de exaltación LGBTI, la exclusión de la perspectiva de Dios en el debate público, la estigmatización de la Iglesia y los sacerdotes. Los mismos que se autodefinen como partidarios de la razón Ilustrada o de una visión liberal de la vida, incurren continuamente en este mal hacer democrático. Es el caso de “El País”, cuyo visión cosmopolita y liberal ceja cuando tropieza con la Iglesia, para pasar a convertirse en un libelo que titulaba en primera página una falsedad “El Vaticano obligará al abad a permitir la exhumación de Franco”, convirtiéndose así en un simple panfletista de los engaños del gobierno Sánchez. Y lo hacen tranquilamente, sin vergüenza, para después pontificar sobre lo malo que resulta la polarización política.

Descalifican a gente perfectamente democrática, con fuertes convicciones de justicia social, por el hecho de no compartir su ideología basada sobre todo en la perspectiva de género. Porque seamos realistas, a la hora de la verdad no cuenta si uno esta a favor del salario mínimo u observa en él problemas regionales y sectoriales de aplicación, o cualquier otra propuesta socioeconómica. Aquí lo único que determina si eres “facha” o no es si te apuntas a las tesis del aborto eugenésico, y la negación de los derechos del que ha de nacer, y a la violencia de género, eso de que matan y persiguen a las mujeres por ser mujeres, es decir, la definición de genocidio, como afirma la Junta de Galicia gobernada por el PP y aliada de VOX.

Los católicos no podemos permanecer indiferentes ante esta grave situación basada en el enfrentamiento, la mentira interesada, la descalificación a ultranza y el olvido de las necesidades de la gente. Ni tampoco podemos dejarnos llevar por ella. Para afrontarla desde el sentido de pertenencia a la Iglesia y de manera coherente con su doctrina social, unos criterios para ilustrar la posición y la acción se nos antojan necesarios.

  • Hablar y actuar desde el respeto a la persona del otro, con indiferencia de los ataques a los que nos someta. Criticamos actos, no descalificamos personas, y menos lo hacemos “ad hominem”. Nuestra crítica conlleva casi siempre una propuesta positiva.
  • Planteamos nuestro punto de vista sin esconder nuestra perspectiva cristiana, reclamando implícita o explícitamente, el derecho a concurrir en el debate público desde la razón cristiana, siempre que sea necesario, pero sin incurrir, eso sería grave, en la ostentación cristiana.
  • Abordamos con eficacia emocional los problemas de nuestra sociedad desde la lectura y jerarquía cristiana (no existe solidaridad si previamente no hay justicia; una solidaridad nacida de los privilegios de la de igualdad injusta no queda justificada por un acto posterior de solidaridad). Pero las respuestas que damos se fundamentan en la excelencia técnica. Hablamos como cristianos, pero lo que proponemos cuando se refiere al bien común es bueno para todos.

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