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Por qué necesitamos el capital moral

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Barclays, una gran entidad financiera, fue señalada con el dedo a causa del escándalo provocado por su manipulación del Libor. Una de las consecuencias de tan indecente proceder fue la dimisión con oprobio del consejero delegado Bob Diamond. Su sucesor, Antony Jenkins, adoptó como una de sus primeras medidas el principio corporativo de que el banco "vincula el sueldo de sus empleados a su ética", y así lo transmitió en una carta enviada a todos los trabajadores el 17 de enero del 2012: "Las evaluaciones se basarán no solo en qué conseguimos, sino en cómo lo conseguimos. Nunca más estaremos en posición de recompensar a las personas por ganar dinero para el banco de forma no ética o inconsistente". ¿Apariencia, realidad? Solo el tiempo lo dirá, pero ya es decisivo que una entidad financiera se vea obligada a reconocer un principio moral, el de que el dinero por sí solo no es un fin.

El atributo que permite a una comunidad obrar bien es un capital de indudable pero desdeñado valor, el moral. Basta reflexionar sobre los conceptos de capital humano y capital social para constatar que ambos dependen de aquella condición. Cuando el Banco Mundial sostiene que "cada vez hay más pruebas de que la cohesión social es decisiva para que las sociedades prosperen económicamente y para que el desarrollo sea sostenible"; cuando se define el capital social como un conjunto de tipos de activos sociales, psicológicos, culturales, cognoscitivos, institucionales; cuando se afirma que el capital humano está en función de las condiciones intrínsecas de cada sujeto, de si será capaz de encontrar en sí mismo las razones para esforzarse, para trabajar duro que dice Becker, lo que se está dibujando con todo ello es el trasfondo moral que hace posible que tales cualidades existan.

El capital moral es la concepción que posee una comunidad, que transmite a sus miembros por medio de la tradición y la práctica, y que la dota de la capacidad para lograr sus fines de bienestar. No todo capital moral conduce al bienestar, pero sin duda su ausencia determina la incapacidad para lograrlo. El capital moral actúa mediante el capital social y el capital humano de los que forma parte, y constituye el sistema de valores y virtudes que facilita la consecución del bien común.

La economía neoclásica y todos sus vástagos han prescindido con excesiva alegría del capital moral, cosa que es evidente que no hacían los clásicos como Adam Smith. "El mercado depende todavía absolutamente de una comunidad que comparta valores tales como los de la honestidad, la libertad, la iniciativa, el ahorro, y otras virtudes cuya autoridad no soportará durante largo tiempo la reducción al nivel de los gustos personales que está explícito en la filosofía positivista, individualista, del valor en el que se basa la teoría económica moderna. Si todo valor derivara solo de la satisfacción de las necesidades individuales, no quedará nada para restringir la satisfacción interesada, individualista, de las necesidades. El agotamiento del capital moral puede ser más costoso que el agotamiento del capital físico", ha escrito Fred Hirsch en The Social Limits to Growth.

Fred Hirsch fue un notorio economista que en 1976 escribió un elaborado trabajo de gran impacto, Los Limites Sociales del Crecimiento, en el que presentaba la tesis de que era la propia sociedad desarrollada la que iba socavando sus posibilidades de crecer a largo plazo. Se trata, según el autor, del "legado moral debilitante" del capitalismo, dado que el mercado socava los valores morales de los que depende heredados de la cultura preexistente, precapitalista y preindustrial. Se debilitan los hábitos, esto es las virtudes basadas en objetivos compartidos. Virtudes tales como veracidad, confianza, esfuerzo, obligación, necesarias para el funcionamiento de una "economía individualista y contractual", dependían así mismo de la fe religiosa, que también se ve socavada por la mentalidad individualista y racionalista. El capitalismo liberal consume sus propios fundamentos, el capital moral que lo hace posible, y su pervivencia y eficacia depende de su capacidad para renovarlos. La cuestión es si posee o no tal aptitud. Desde perspectivas tan distintas como el marxismo y el neoaristotelismo tomista de MacIntyre, la respuesta es un no rotundo; desde un punto de vista liberal perfeccionista, por el contrario, es afirmativa. En cualquier caso, es un evidencia que el capitalismo, si desea mantener una línea de coherencia con sus clásicos y sus fuentes, y no resultar una mutación del originario pensamiento liberal, debería recuperar y actualizar los marcos de referencia de los que surgió.

El capital moral posee un atributo importante como es el de perfeccionar al ser humano en su totalidad. Otros capitales perfeccionan aspectos específicos que dan lugar a habilidades determinadas, pero el capital moral lo que hace es propiciar las virtudes propias de la persona en el marco de una comunidad.

El capital moral se construye por medio de nuestras prácticas, que se convierten así en hábitos permanentes. Los hábitos, a su vez, configuran nuestro carácter y nuestra vida. Sison explica que la virtud puede beneficiar a una empresa por medio de la influencia positiva que los trabajadores virtuosos ejercen sobre la cultura corporativa. Los trabajadores virtuosos no sólo reducen las responsabilidades legales y financieras que dimanan de una mala gestión corporativa, también tienden a trabajar mejor aportando más. Esta consideración puede extenderse a todos los ámbitos, de la escuela al gobierno, pasando por todo tipo de organizaciones.

Determinados comportamientos morales en la medida que favorecen la cooperación, la confianza y la cohesión social, en la medida que crean vínculos o los asientan, provocan un incremento en el capital social de un país, lo que influye positivamente en su crecimiento económico. Si el capital social es un factor que incide en el desarrollo, al menos de acuerdo con un consenso amplio, si está relacionado estrechamente con el capital humano, y este interviene de manera decisiva en el crecimiento, es absurdo prescindir del elemento necesario para que ambos se realicen, el deber-ser en un determinado sentido favorable a trabajar juntos procurando en bienestar y la prosperidad. Eso es capital moral. Desde Aristóteles a Adam Smith y Marx la dimensión moral fue constitutiva de la economía, pero después de los clásicos desapareció. El análisis de la historia de las ideas que ha conducido a esta situación diría mucho de las claves de los problemas de nuestro tiempo. Aristóteles ya señalaba en el libro V de la Ética Nicomáquea la importancia de la reciprocidad y de la amistad, incluso entre extraños que comparten la ciudadanía, es decir la amistad civil, como factores necesarios que contribuyen al bienestar común. Y Smith en todo aquello que ha sido olvidado presenta la necesidad de una serie de valores morales para que el comercio pueda prosperar.

También, en el caso del capital moral, su origen se encuentra en la familia y su posterior desarrollo o deterioro, en las restantes comunidades, la escuela, la confesión religiosa, el trabajo, la sociedad civil y las instituciones.

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