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Preguntas y respuestas desde la atalaya de la vida

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I.- PRESENTACIÓN

La sesión del Club de Lectura del “Corrent Social Cristià” correspondiente al día 6 de mayo de 2025 trató de la obra “LA PREGUNTA POR DIOS”, del teólogo Olegario González de Cardedal. Comparto por escrito el comentario al libro que hice como ponente de la sesión on line, a la que asistió el propio autor.

Don Olegario ha sido desde 1966 catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca hasta su jubilación en 2004. En su juventud fue colaborador del filósofo Xavier Zubiri. Ha tratado a los grandes teólogos del siglo XX, Michael Schmaus, Karl Rahner, Henri de Lubac o Joseph Ratzinger, con quien le unía una buena amistad. Asistió a la Tercera Sesión del Concilio Vaticano II. Fue miembro de la Comisión Teológica Internacional desde 1968 a 1979, Consultor del Consejo Pontificio para el diálogo con los no Creyentes y Consultor del Pontificio Consejo para la Cultura. Desde 1986 es Académico Numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Recibió el premio Joseph Ratzinger en su primera edición del año 2011.

Ha sido creador y director de muchas cátedras y escuelas, entre ellas una de muy especial, la escuela de Teología de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Una escuela de teología en una universidad de verano, pública, cuyo rector es nombrado directamente por el gobierno de España. Durante veinte años, no sin alguna dificultad en función de los cambios de rector motivados por los cambios políticos en el gobierno español, la teología estuvo presente en una universidad estatal. Allí en Santander en el año 2000 conocí a don Olegario, asistí durante muchos veranos como alumno de su escuela, de forma que acabamos siendo buenos amigos.

II.- INTRODUCCIÓN DE LA OBRA

La obra que nos ocupa, LA PREGUNTA POR DIOS, de 2023, es especialmente interesante para el lector no iniciado en teología. En 120 páginas, y en un lenguaje asequible, da una buena idea de algunas de las principales inquietudes y reflexiones que llenan la extensa obra de don Olegario. A la vez que un resumen del libro, voy a ir intercalando reflexiones que la obra me ha despertado.

Al inicio del libro se nos dice que la pregunta por Dios nos incumbe a todos porqué es una pregunta que afecta, por una parte al origen del hombre (pregunta por el sentido), y por otra parte es la pregunta por el fin (si hay salvación y vida después de la muerte).

Observo que hoy muchas personas sienten curiosidad o interés por estos temas. Otra cosa es donde satisfacen sus inquietudes.  En general la gente busca fuera del ámbito católico o eclesial. Por ejemplo, el libro La supraconciencia existe del doctor Manuel Sans Segarra, sobre experiencias en el límite de la muerte, ha ocupado durante semanas en el número uno de libros más vendidos. La gente no busca en la riquísima tradición cristiana. ¿Por qué le atrae más la novedad? O quizá también porqué la Iglesia ya no habla del más allá de la muerte. Cuando asistió a un entierro, a menudo tengo la sensación de que con la iglesia llena y con el público emocionalmente predispuesto, el mosén, el cura, ha perdido una gran oportunidad de transmitir la buena nueva.

Al inicio del libro, el autor menciona dos formas alternativas de aproximarse a Dios. Por una parte la de Descartes, desde la pura razón, que ve en Dios el Infinito y la garantía de la fiabilidad de nuestro conocimiento. Y por otra, la de Pascal, que a la razón añade su experiencia de Dios. Blaise Pascal nos narra en su Memorial como vivió con lágrimas y sobresalto aquella noche de 21 de diciembre de 1654.

Aquí, cuento algo que le he oído más de una vez a Monseñor Munilla, sobre la importancia de la experiencia de Dios: en una cacería de las que se organizan en Inglaterra con cazadores a caballo y muchos perros, al principio todos los perros corren para intentar encontrar y atrapar al zorro. Pero cuando pasan las horas, solo unos perros lo continúan buscando con ahínco. ¿Son los más jóvenes, los más fuertes? Munilla dice: no, son lo que han visto al zorro, y esto les da la fuerza para perseverar.

Por ello, podemos decir que la mera razón no es suficiente para acercarse a Dios. Quizás por ello Pascal profundizó mucho más que Descartes en su conocimiento. Necesitamos algún tipo de experiencia de Dios. Para la mayoría de creyentes no será una experiencia mística como la que tuvo Pascal, pero sí podemos experimentarlo de alguna forma en nuestras circunstancias vitales. Así nos lo recuerda también el Papa Benedicto, al inicio de su encíclica Deus Caritas Est, cuando dice que “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona…”

Continuando con el libro, don Olegario señala como la doble pregunta por el origen del hombre y por su destino, necesita dos vías de respuesta: la razón y la revelación. Al Dios cristiano no lo podemos ver y entender como una mera esencia, únicamente como el ser (perspectiva meramente filosófica), sino como un Dios en relación con el hombre, en su movimiento descendiente (encarnación) y ascendiente (resurrección de Cristo). Es la caridad descendiente y la caridad ascendiente que tan bien explicaba un gran teólogo de Girona, Vicenç Maria Capdevila, en su obra “Liberación y divinización del hombre”. Fue don Olegario quien me dio a conocer la enorme valía de la teología sobre la gracia de Capdevila.

Don Olegario explica que en nuestra relación con Dios, necesitamos la oración que es, como decía Santa Teresa de Jesús, tratar de amistad con quien sabemos nos ama. Por tanto, para acercarnos y entender a Dios, no nos basta la razón. sino que ésta debe ir acompañada de nuestra experiencia de Dios, más el conocimiento de su revelación, más nuestra oración personal.

El libro explica que no toda forma de vida permite creer en Dios. Que hay unas formas de vida personal, comunitaria, social, que facilitan la fe, mientras que hay otras que hacen muy difícil, primero poder oír la llamada de Dios en nuestra vida y luego dar nuestra respuesta.

El libro menciona lo que Karl Jaspers denomina “experiencias límite”. Estas pueden ser negativas: el mal, el sufrimiento (sobre todo el sufrimiento de los niños y los inocentes), la culpa o la muerte. Pero hay también experiencias positivas que pueden acercarnos a Dios: el amor recibido de forma inesperada o gratuita, la fidelidad mantenida hasta la muerte, el perdón incondicional, la dignidad moral de ciertas acciones humanas, la belleza de ciertos paisajes…

En todo caso, la fe, como relación interpersonal (entre Dios y el hombre), es el resultado del encuentro de dos libertades: la fe como revelación de Dios que se nos da, y la fe como respuesta del hombre a Dios. Aquí podemos citar a San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Lo cual, bien mirado, no deja de ser un maravilloso tributo a la libertad del hombre. El hombre y la mujer de nuestro tiempo, tan celosos de su libertad, pueden creer o no creer en Dios. Nuestro naufragio en la vida tarde o temprano todos lo tenemos asegurado, a algunos les llega demasiado pronto, otros pueden gozar de una larga vida, pero al final todos perecemos, y a todos se nos ofrece la tabla de salvación que es Jesucristo.

Don Olegario, citando a Antonio Machado, dice que una cosa es “querer creer” y otra “poder creer”. Hoy en día, todos tenemos algún amigo o conocido que nos dice, ojalá yo pudiera creer, tener fe. Las circunstancias de nuestro tiempo no nos ayudan a creer, no nos facilitan la fe.

III.- PARTE PRIMERA: LA RAZÓN, PREGUNTAS DEL HOMBRE

Don Olegario explica que en el horizonte intelectual de Occidente a lo largo de muchos siglos la cuestión de Dios se ha planteado desde la metafísica (Platón, Aristóteles y Santo Tomás, principalmente). Dios como ser supremo. En cambio, a partir de la Ilustración la cuestión de Dios se plantea desde el hombre, desde sus capacidades y necesidades.

Aquí dos son las grandes preguntas por Dios:  Si existe Dios, y en caso afirmativo, cuál es su naturaleza. Y dos son las grandes respuesta: podemos llegar a concluir razonablemente que Dios existe, pero con nuestra mera razón no podemos alcanzar su naturaleza, solo podemos llegar a conocerle a partir del mundo y del hombre y en analogía con ellos. Se mencionan las cinco vías de Santo Tomás de Aquino, que no son propiamente una “demostración de Dios” sino un acceso a Él por sus efectos.

Mientras que en la era moderna se produce un cambio de actitud fundamental: ya no se asciende a Dios desde las cosas del mundo, yendo de los “seres” al Ser, sinó que se va desde la conciencia del hombre interior al mundo exterior y superior.  La idea de Dios ya no está al final de un proceso de razonamiento (Santo Tomás), sino al inicio. En el origen de este planteamiento está el argumento ontológico de San Anselmo:

“Si Dios, por definición, es el ser más perfecto, y la existencia es una perfección, entonces Dios debe existir en la realidad para ser verdaderamente el ser más grande y el más perfecto.”

En este argumento, la existencia de Dios se deriva de forma lógica de su propia definición. Son partidarios del argumento ontológico, entre otros, Descartes, Leibniz y Hegel. En cambio, lo rechazan Santo Tomás y Kant.

Don Olegario señala que una de las razones de la pérdida de Dios en la modernidad es haberlo situado únicamente “en la llanura de la razón, y haber olvidado o descartado la memoria de Dios (que es nuestro pasado absoluto) y la esperanza en El (nuestro futuro absoluto)”. Cita a San Agustín que en sus Confesiones afirma que “ahondando y cavando en la memoria se encuentra a Dios”. No se trata de una memoria meramente histórica, psicológica o social, sino una memoria metafísica, inherente al acto permanente creador de Dios en nosotros. Leyendo esto, me vienen a la mente las palabras de los Hechos de los Apóstoles, que leemos en estos días de Pascua: “en El vivimos, nos movemos y existimos”.

Don Olegario explica también como a partir de la Ilustración y del racionalismo ya no se piensa a Dios desde la metafísica sino desde la antropología. Y así surge la filosofía de la religión, en que el nuevo punto de partida es el hombre: sus posibilidades, necesidades y límites. En este planteamiento antropocéntrico, la nuevas preguntas son:

¿Es necesario Dios para el hombre?

¿Es Dios una frontera que limita al hombre o un don ilimitado que ensancha y eleva su existencia?

¿Es Dios la única garantía de que el ser prevalezca sobre la nada?

Señala como esta reducción antropológica será el objeto de crítica del ateísmo del siglo XIX, que tiene en Feuerbach su principal representante.

Don Olegario expone como la reflexión filosófica sobre Dios ha ido acompañada siempre de los testimonios de fe en Él, de la oración, de formas de vida conformadas por la fe. Como esta reflexión sobre la existencia de Dios no la han elaborado ateos en busca de fe, sino creyentes que anhelaban entender y dar razón de su fe. En resumen, en Occidente, la metafísica sobre Dios ha ido acompañada o precedida de la mística. En otras palabras: el logos no actúa en solitario sino junto al ágape.

En la filosofía contemporánea esto cambia. El libro expone como en cierta forma se recupera la idea de Dios pero de forma totalmente secularizada. Es la “Nostalgia del Absoluto”, título de una obra de George Steiner. Olegario se refiere también a dos grandes filósofos del siglo XX, como muestra de esta secularización de Dios.

Como en Heidegger, en “Ser y tiempo”, su obra principal y una de las más importantes de la filosofía del siglo XX, si substituimos su concepto de sein (ser) por Dios, todo el significado de la obra se vuelve más transparente. Y como la filosofía de Karl Jaspers tiene como una de sus palabras claves la trascendencia, el trascender como acto. Jaspers habla de una trascendencia, pero sin revelación, diferente de aquello que entendemos y creemos los cristianos.

No podían faltar, Don Olegario nunca se olvida de ellas, la cuatro grandes preguntas que plantea Immanuel Kant:

-Que puedo saber? La pregunta por el conocimiento.

-Que debo hacer?  La pregunta por la moral

-Que me está permitido esperar? La pregunta por la religión

– Y, finalmente, que es el hombre?

El hombre que se plantea estás preguntas clave, está en condiciones para entender el sentido de la pregunta por Dios. Quien, cito literalmente, “no está perdido entre las menudencias mundanas o cegado por el egoísmo que lo aísla de la realidad y del prójimo”, a esta persona se le hace inexorable la pregunta por Dios.”

Pero, pienso yo, lo cierto es que hoy nadamos en un mar de “menudencias mundanas”. No es fácil que hoy podamos preguntarnos por Dios, por nuestro origen y nuestro fin, distraídos y dispersos como solemos estar, con una pantallita en el bolsillo que está permanente reclamando nuestra atención con menudencias.

El capítulo 2 trata de las EXPERIENCIAS LÍMITE. Empieza por las experiencias de orden metafísico. Todo lo maravilloso que podemos experimentar en nuestra vida, el amor y todo lo que recibimos de forma gratuita, las acciones humanas más generosas, nobles y elevadas, el arte, la música (las cantatas de Bach, los conciertos de Mozart, las sinfonías de Beethoven), la hermosura de la naturaleza y como está nos llena de gozo…  “¿Todo esto, acaso, puede ser fruto de lo irracional, de lo ciego, mudo y neutro inferior a mi? ¿No será don y llamada de Alguien superior a mi?”

Algo que comenta el libro y a mi me hace pensar. Cada uno de los ocho mil millones de seres humanos que hay en el mundo es único y singularísimo, en su rostro, en su espíritu. ¿Puede ello tener su origen en la materia inerte, en el polvo de estrellas?  En fin, cada cual es libre de pensar lo que quiera, pero a mi personalmente me resulta mucho más difícil creer que procedemos de la materia inerte y del azar, que no de un Dios personal y creador.

Existe la experiencia límite de felicidad, cuando sentimos que sólo podemos dar gracias a Dios. Me hizo pensar lo que leí en la prensa sobre Dani Alves, exjugador de futbol. No lo conozco, pero tampoco me lo imagino una persona muy espiritual. Su mujer explica como reaccionó este hombre cuando ella le dijo que iba a ser padre: «Cuando se lo conté, no pudo parar de llorar toda la tarde. Solo daba gracias a Dios«. Yo soy padre de cuatro hijos y he sentido esto. Hay momentos de tanta felicidad que sólo nos sale dar gracias a Dios.

Otra experiencia de signo opuesto es el encuentro con el mal. El libro cita la frase de Georg Büchner: “El mal es la roca sobre la que se apoya el ateísmo”. Y añade Olegario: “Que lo percibamos como tal, que no toleremos su existencia y que nos revolvamos contra un mundo dominado por él, es prueba de que el hombre está hecho para el bien, la verdad y la belleza, y ellas están en las antípodas del mal”. (Pág. 51).

Existen también experiencias de orden existencial. Una es nuestra propia existencia y origen: “¿Desde dónde y desde quién vengo yo? ¿Qué va a ser de mi? ¿Cuento definitivamente para alguien y hay alguien que cuenta conmigo y me espera?… ¿Puede surgir lo máximo, que es el hombre, del cosmos, no sólo desde su constitución biológica, sino también en su libertad individual, volitiva, amorosa? ¿Unde ego?  (Pág. 54).

¿Como puede el ser humano dar lo mejor de si mismo, desde la fe o desde la increencia?. “¿Es creíble la tesis de que la gente se vuelve mejor y enriquece más su condición humana al convencerse de que la vida acaba inevitablemente en una derrota y de que no hay consuelo ni salvación posibles? ¿Quiénes son los mejores servidores de este mundo, más solidarios con sus prójimos, más compasivos y misericordiosos, los que creen en otro posible y futuro, o los que creen únicamente en éste?” (Pág. 58).

Don Olegario plantea nuestra libertad ante el reconocimiento de Dios. “No hay demostraciones que obliguen al hombre adorar y a arrodillarse ante Dios ni a reconocer inexorablemente su existencia. Tal actitud sería indigna tanto de Dios como del hombre. Este es constitutivamente pregunta y no llega a si mismo si no indaga una posible respuesta.” (Pág. 63).

Don Olegario se refiere a las actitudes que cierran o dificultan el encuentro personal con Dios: “…el divertimento, la incapacidad para la calma, la soledad en aceptación de sí mismo, de las que habla Pascal; el aturdimiento, que nos hace estar fuera de sí, perdidos entre los negocios, el ensoberbecimiento, la autonomía llevada hasta el límite de rechazar lo que la alteridad exige, el distanciamiento o insolidaridad respecto al prójimo.” (Pág. 66). Pienso que tendremos que acostumbrarnos a rezar: “Dios mío, libranos de tanto ruido y de tanta distracción.”

En tiempos de prestigio de la ciencia, de especialización tecnológica, de algoritmos, de IA, don Olegario nos recuerda algo importante: “Eminentes pensadores como Platón, Spinoza y Kant han sostenido que para las cuestiones humanas decisivas (ser, conocer, creer, esperar, amar…) todos estamos igualmente dotados. (…) Santo Tomás afirma en la Suma contra gentiles que existe un conocimiento de Dios común a todos los hombres.” (Pág. 71)

IV.- PARTE SEGUNDA: LA FE, DON DE DIOS Y TAREA DEL HOMBRE

La fe como luz del mundo, una expresión evangélica, muy querida por Joseph Ratzinger. La última encíclica de Benedicto XVI, acabada por Francisco, se titula Lumen Fidei, Luz de la Fe. En el Nuevo Testamento y en la primera patrística, el bautismo es denominado iluminación. Los cristianos son los que han sido iluminados.

Dado que hoy abundan los sucedáneos de la religión, pienso que no debe sorprendernos que la cosmovisión global hoy antagónica al cristianismo se autodefina como woke, que significa despierto, un término no igual al de iluminado, pero parecido.

Don Olegario explica: “No es que los bautizados sean moralmente mejores o peores que los demás, ni son su virtud, cultura o eficacia las que los diferencian, sino su nuevo nacimiento. Ellos se comprenden como renacidos e “hijos de la luz”. (Ef 5, 8; 1 Te 5, 5). Este nuevo nacimiento les exige una conducta irreprochable, propia de quienes andan en la luz; asimismo, les muestra su deber de irradiación de esa luz divina de la que han sido hechos partícipes, ofreciéndola a los demás.” (Pág. 83)

Y como la fe transforma el hombre en su integridad, más allá de su razón: “Este don de la fe repercute en la hondura de la libertad y de la esperanza del hombre; no sólo en su inteligencia. Dios nos hace partícipes de su vida personal en todos los niveles. Por consiguiente, la fe no es tan sólo una ilustración de nuestra razón, sino algo mucho más radical.”  (Pág. 85)

A continuación, la obra trata de “las reducciones que empobrecen y de los redescubrimientos que ensanchan”. En las primeras, Don Olegario expone que la luz de la fe en la era moderna ha sufrido tres reducciones que la empobrecen: la intelectualista, la individualista y la antropocéntrica.

Reducción intelectualista: entender la fe como mero asentimiento racional a las verdades o dogmas, pero sin implicación de la vida, de la libertad, de la voluntad. Pienso que está reducción intelectualista tiene que ver con los hoy denominados católicos culturales, quienes piensan así: “sí, veo que la fe nos conduce por el buen camino, nos protege de los peligros de nuestro tiempo.” Pero no se implican. O con los típicos padres que llevan sus hijos a colegios católicos, pero: “Tampoco nos pasemos. Hijo, si te invitan a ir a misa o a un retiro, no hace falta que vayas.”

Reducción individualista: la concepción individualista moderna empieza en el siglo XVI con la reforma, que sitúa al sujeto delante de Dios. Y desecha algo esencial que es la dimensión eclesial, comunitaria, que es constituyente del cristianismo. “Creer es adherirse a quienes han creído antes que nosotros. La luz de Dios la recibimos de la iglesia. En la llama del cirio pascual, es decir del Cristo resucitado, encendemos cada uno nuestra fe.” La imagen de la vigilia pascual lo muestra con toda claridad: mediante las velas nos transmitimos unos a otros la luz del cirio pasqual que proviene de Jesucristo, y con la luz en la mano entramos juntos en la iglesia.

Finalmente, la reducción antropocéntrica: Ver el cristianismo como una religión más creada por el hombre. A la iglesia como una asociación obra de la voluntad humana. La fe como un fenómeno meramente sociológico.

Pero, Don Olegario nos muestra como el siglo XX ha sido también un tiempo de redescubrimientos. Empezando con una cierta autocrítica de la teología contemporánea: “La Iglesia y la teología -queriendo asumir generosamente las grandes conquistas de la modernidad, como la autonomía del hombre, su condición de ciudadano libre que con la participación democrática elige programas políticos, su abertura a la universalidad racional- no siempre supieron o pudieron mantener en alto y en claro la sobrenaturalidad, gratuidad y carácter personalista de la fe…” (Pág. 90)

“La acentuación personalista de la comprensión de la fe ha sido posible gracias a los grandes movimientos dinamizadores de la conciencia cristiana que se dieron en el siglo XX. En primer lugar, gracias a la filosofía, que ha superado un racionalismo positivista, por un lado, y un idealismo absolutizador por otro, ejercitando una percepción más rigurosa y sutil de las realidades esenciales para el despliegue de la existencia humana, antes olvidadas o relegadas a la insignificancia, tales como la vida, el acontecer, la persona, la temporalidad, el destino, el prójimo, la historia… Bastaría con citar entre sus representantes a Bergson, Unamuno, Ortega y Gasset, Husserl, Heidegger, Scheler, Guardini. Buber, De Lubac, Zubiri, Laín Entralgo, Marías… Y, en segundo lugar, gracias a la recuperación especialmente de la Biblia, la liturgia y el diálogo ecuménico en la Iglesia.” (Pág. 91)

V.- PARTE FINAL Y AGRADECIMIENTO

Reproducimos a continuación el último párrafo del libro, a modo de reflexión final del autor sobre el título de esta obra:

“Por sí sola, la pregunta por Dios no engendra la fe. Esta es el resultante de una llamada de Dios a la libertad del hombre, que incluye intelección y decisión. El puede responder oyendo, obedeciendo y siguiendo la luz y el camino que a su conciencia iluminada se le muestran; pero también puede rechazar la llamada. Este proceso que incluye los binomios pregunta-respuesta, llamada-seguimiento, tiene lugar implícitamente en todos los creyentes, y se expone analíticamente en la historia de los conversos. Grandes testigos y atestadores de este encuentro entre la llamada divina y la respuesta humana son, entre otros muchos creyentes pecadores, los grandes santos. Baste citar a san Agustín, narrando y dando razón de su itinerario desde la cultura Antigua hasta la fe en Cristo y su inserción en la Iglesia, o a John Henry Newman haciendo lo mismo desde la cultura moderna.” (Págs.. 119 i 120).

Para finalizar, debemos agradecer la labor y el acierto de don Olegario de sintetizar en poco más de cien páginas, sus seis décadas largas de obra teológica. Se trata de un libro al alcance de la mayoría de los lectores, que ofrece las grandes preguntas, y también muchas respuestas, que este gran teólogo ha considerado relevantes en la atalaya de la vida que es la vejez. Una obra que sin duda interpela al lector en cuestiones radicales de la vida humana y que sin duda ayuda a ampliar la mirada intelectual y espiritual de quienes la lean.

Enlace al video del club de lectura

Twitter: @ros_arpa

LA PREGUNTA POR DIOS, del teólogo Olegario González de Cardedal, es especialmente interesante para el lector no iniciado en teología Compartir en X

      

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