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El espíritu de Tinell y el Proyecto ZP: los orígenes del sanchismo

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Antes de que, como es lógico, la muerte del papa Francisco y la elección de León XIV como sucesor de Pedro acaparasen la atención social y mediática, en España ocurrieron dos hechos que generaron controversia.

Vale la pena reflexionar acerca de ellos porque, aunque en apariencia no tengan relación alguna, están estrechamente relacionados. El primero es la eufemísticamente llamada “resignificación” del Valle de los Caídos, que además de polémicas en redes sociales, las desató en la calle.

El segundo pasó algo desapercibido más allá de las fronteras del mundo digital, pero fue muy relevante por lo que supone: la entrevista concedida por José Luís Rodríguez Zapatero a La Vanguardia. En la edición del 6 de abril, el periódico catalán mostraba en primera plana un titular con la siguiente afirmación del expresidente español: “Hay que reconocer la identidad nacional de Cataluña”.

¿Por qué motivo guardan relación estos dos acontecimientos? Porque son la manifestación del proyecto político, y más particularmente del proyecto nacional, defendido por una corriente del PSOE.

Una corriente que tomó el poder del partido socialista, y del gobierno de España, con Zapatero; y que lo mantiene hoy bajo la presidencia de Pedro Sánchez.

«Sanchismo»

El llamado “sanchismo” no es algo improvisado o surgido de la mera voluntad de poder del actual presidente, por mucho que también esto influya.

Muy por el contrario, es la continuación de la puesta en práctica de la idea de España que tenía Zapatero; que a su vez lo es de la que abanderaron intelectuales socialistas a los que luego aludiremos. Pero primero, tengamos en cuenta el contexto en el que brotó este proyecto.

En los años noventa se produjo la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, y con ello gran parte de la derecha asumió la tesis del “fin de la historia” de Francis Fukuyama.

Esta interpretación aseguraba que el liberalismo político y económico se había impuesto para siempre, una vez derrotado el comunismo soviético y mucho después de haberlo sido también el nacionalismo nazi y fascista.

Aunque existían teorías como el neoconservadurismo estadounidense, en la práctica se asumió algo que realmente ya se había difundido desde el final de la II Guerra Mundial: la defensa del individuo como soberano absoluto, oponiéndolo a la comunidad (religiosa, nacional…) que teóricamente limitaba su existencia.

Individuo e identidad se presentaron como elementos antinómicos, a pesar de que se encuentren inexorablemente unidos. En última instancia, esta tesis es la de Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos (1945), ampliamente difundida en la práctica por su discípulo George Soros (su entramado de oenegés, Open Society, alude directamente a la obra magna de su maestro).

Sin embargo, todo esto era falso: ni el nacionalismo ni el comunismo u otras ideologías de izquierdas asumieron “el final de la historia”.

Todo lo contrario, las segundas se renovaron intelectualmente a través de propuestas como la ideología de género, la Escuela de Frankfurt y la French Theory, el socialismo del siglo XXI… y una amalgama de corrientes que desembocaron en un maremágnum al que se llamó Nueva Izquierda.

España

Pero volvamos a la España de los años 90: ¿Qué ocurría en la época de Aznar, mientras la derecha se desideologizaba, creyendo que la defensa de la patria era cosa del pasado?

Precisamente, que la izquierda se iba armando ideológicamente, configurando una idea de España que entremezclaba su propia tradición intelectual con las corrientes de la Nueva izquierda.

Téngase en cuenta que, aunque muchas veces la izquierda no lo reconozca, también ella tiene una idea de nación. Una idea de nación que está construida, como no podría ser de otro modo si se hace de forma lógica, desde su ideología.

Para entender cómo se configura en las ideologías contemporáneas la idea de nación es interesante la tesis del antropólogo Clifford Geertz, quien aseguró que este concepto sirve para dotar de significado al mundo.

Así es porque el nacionalismo -como el socialismo y las demás ideologías- es una “religión de sustitución”. Según el autor de La interpretación de las culturas (1973), para llevar a cabo esta construcción es necesario entretejer “redes de significación”, que se componen combinando lo que llama “referentes esencialistas” y “referentes epocalistas”. Pues bien, los dos estaban en el Proyecto nacional de Zapatero, quien no en vano aseguró en 2004 que “la nación es un concepto discutido y discutible”.

Los referentes epocalistas aluden a la “época” en la que se está diseñando cada idea de nación. Esto es, remiten al mito progresista según el cual existe una verdad a la altura de los tiempos, que las “naciones modernas” deben implantar.

Es la idea de España como un país de individuos soberanos para escoger todo, hasta su sexo biológico. La ingeniería social de la época de Zapatero, destinada a destruir la familia (“matrimonio homosexual” en 2005, divorcio exprés en la misma fecha, transformación del aborto en derecho en 2010…) iba en este sentido: la deconstrucción de la identidad natural y tradicional para intentar construir otra de forma artificial. Cuando Zapatero dijo en 2009 que “la libertad os hará verdaderos” se refería a esto: no existe la realidad objetiva, solamente la posibilidad de elegir cómo configurar la identidad plástica de cada uno.

Esta expresión luciferina es, además, una apuesta directa contra el catolicismo, fundamento de la identidad de España como patria.

Pero no basta con una “nación progresista” que mire al futuro, pues incluso sus adalides deben aceptar que el ser humano es un ser histórico, que comprende el presente desde la circunstancia que hereda del pretérito. Aquí entran en juego los referentes esencialistas, que dan sentido al momento actual desde elementos de significación extraídos de la Historia.

Es la “invención de la tradición” de Eric Hobsbawm, que supone resignificar lo que ha ocurrido en los últimos siglos para justificar lo que se pretende que ocurra en el futuro. Lo peculiar es que el PSOE llevó a cabo esta ingeniería social historicista de tal modo que acabó identificando al socialismo -el presente “progresista”- con el particularismo regional -conectándolo con un pasado también considerado progresista.

Frente a lo que muchos creen, la alianza entre la izquierda y el nacionalismo periférico no procede de la lucha conjunta contra el franquismo, por mucho que esto la fortaleciera, sino que es la manifestación de una idea de España perfectamente teorizada.

Aunque se recuperó en los años 90, su gran adalid fue Anselmo Carretero (1908-2002): este historiador socialista inventó en los años treinta el concepto de “nación de naciones”.

También podríamos aludir a teorías más peculiares que influyeron previamente en el PSOE, como el “federalismo sinalagmático” de Pi y Margall, quien es a la vez reivindicado por socialistas, anarquistas y nacionalistas catalanes; o al “panenteísmo” krausista, omnipresente en el pensamiento español de izquierdas desde el siglo XIX. Pero más directamente, es Anselmo Carretero el referente del proyecto nacional de Zapatero.

Según su visión, territorios como Cataluña, Galicia o Vasconia son naciones desde la Edad Media, al igual que España, que es así una “nación de naciones”. No entraremos en desentrañar este oxímoron, simplemente insistimos en que es la justificación historicista de la alianza entre una parte de la izquierda y el nacionalismo periférico.

Es el fundamento de una interpretación de la historia de España que encuentra precedentes de la alianza entre socialismo y nacionalismo periférico en ciertos momentos de la Edad Media española, mientras que ve un enemigo eterno en el “centralismo”. Un centralismo que, aunque nada tenga que ver con ello, también se identifica con la Iglesia Católica.

El franquismo como enemigo del nuevo relato

El paradigma de este centralismo habría sido el franquismo, con precedentes en el imperio medieval de León o en el reino de los Borbones, y continuado por quienes se oponían a la progresista “nación de naciones” en el siglo XXI: la derecha “fascista” que entonces identificaban con el PP y hoy con Vox, y en ambos casos con el catolicismo.

Desde esta lógica se ha de leer también la Ley de Memoria Histórica (2006), que dejaba atrás la idea de España como sociedad reconciliada, para reabrir viejas heridas que permitiesen la imposición de una idea particularista y excluyente de la nación.

Particularista porque la identificaba con el proyecto ideológico del socialismo, y excluyente en tanto que su puesta en marcha permitía justificar la marginación de conservadores y católicos.

La materialización del proyecto de Zapatero tiene una fecha clave, que le precede, y que fue impulsada por otro admirador de Carretero, Pasqual Maragall: el Pacto de Tinell (2003).

No se ha resaltado lo suficiente la importancia de este acontecimiento, en el que el PSC, ERC e ICV-EUIA se unieron para formar el Tripartito. La clave no está solamente en el hecho de que la izquierda, la extrema izquierda y el catalanismo separatista se unieron.

Tampoco en movimientos paralelos como el vergonzoso pacto de Carod Rovira con ETA en 2004. Más allá de todo ello existe algo esencial: la demonización de la derecha, porque en ese acuerdo se acordó excluir al PP de las instituciones. En principio de las de Cataluña, pero con vistas a hacerlo también en las del resto del Estado. Es decir, en 2003 se produjo la ruptura de la Transición, basada en un consenso entre derecha e izquierda; un consenso que también era extensible, aunque con grandes fallos, a la propia idea de España como nación.

Zapatero habló de la Segunda Transición, pero realmente tenía en mente un proyecto que necesitaba establecer lo que hoy en día se llama un cordón sanitario. El sanchismo no es sino la continuación de todo ello.

El Estatuto de Miravet y la imposición unilateral del zapaterismo

Otros momentos clave de la época de Zapatero se derivan del “espíritu de Tinell”. Entre ellos la disolución de ETA, jalonada con momentos como el caso Faisán (2006), porque se hizo de un modo que permitió la legitimización del nacionalismo vasco de izquierdas. El hecho de que Bildu haya consolidado su presencia en las instituciones vascas y navarras es también un paso hacia la construcción de la “nación de naciones”. Y especialmente el Estatuto de Miravet (2005), que a pesar de su escaso apoyo popular incluso en Cataluña, rompió el consenso con la derecha e impuso unilateralmente la concepción zapaterista de España. Como sabemos, su desenlace fue la crisis de 2017, todavía abierta en la actualidad.

Volviendo al inicio del artículo, ¿Qué tienen en común el ataque al Valle de los Caídos y la definición que Zapatero ha dado de Cataluña? Precisamente, que son dos manifestaciones del exclusivismo en el que está instalada una corriente del PSOE, que aliada con el nacionalismo periférico pretende construir una “nación de naciones”. La aplicación de la tesis de Anselmo Carretero es a la vez causa y consecuencia del intento por imponer una idea de España en la que, desechada la posibilidad de comunión bajo la identidad católica, ni siquiera se acepta un consenso con la derecha.

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