El fin del sanchismo solo puede venir de Cataluña

Hay un hecho palmario, objetivo, que responde a un interrogante: ¿a dónde conduce España el gobierno de Sánchez? Lleguemos a la respuesta mediante los hechos.

Tenemos un presidente del Gobierno que en sede parlamentaria desarrolla la teoría de la necesidad de construir un muro entre los “suyos” y la oposición, los que discrepan de él. Lo hace sabiendo perfectamente que esto incluye a millones de ciudadanos disconformes, en grado variable, pero opuestos a su forma de gobernar. Es algo muy grave porque presupone que el gobierno, que controla con el gasto público casi la mitad del PIB y controla con sus normas buena parte de la otra mitad restante, solo gobierna pensado en los “suyos”, los del lado de acá del muro.

No contento con esto, teoriza en términos muy bastos sobre la «fachoesfera», para redondear, los que se encuentran fuera de la muralla que rodea el recinto de “su” ciudad. No estar con él es formar parte de este espacio facha.

Sánchez hace tiempo que está decidido a agudizar la división política, la polarización y el enfrentamiento, la desaparición de un espacio central común de encuentro y diálogo, donde la amistad civil necesaria para la política está proscrita. Ha descubierto dos cosas. Una, que puede gobernar siendo minoría a base de una heterogénea alianza, que solo se mantiene unida con concesiones que pueden llegar a ser muy importantes, caso de la amnistía, o el nunca claro pacto sobre las competencias en inmigración. La otra, decisiva, que con concesiones no basta porque tienen un límite y necesita consolidar el pacto a la contra, con el frentismo, y para ello necesita tensión, choque de carneros. Tanto, que si no hubiera una fuerza envolvente que disuade de muchas locuras, el ambiente de conflicto recordaría el de 1934. Pero hoy esto es imposible porque estamos en la Unión Europea. Tanto es así, que deben recurrir a su intermediación para solventar un grave desacuerdo interno sobre la renovación y pacto del Consejo General del Poder Judicial.

Es extraño ver en una democracia consolidada, recurrir al arbitraje de un agente exterior. Esto es lógico en Venezuela, en Colombia, ¡pero en un presunto estado de derecho europeo es algo nunca visto! Y por si fuera poco, se redondea con otra intermediación, ésta para la negociación con Junts, que además tendrá su lugar siempre y necesariamente fuera de España. Esos hechos son síntoma grave, por una parte, y tienen consecuencias graves.

Son síntomas del grado de descomposición de la política española y del estado, de la debilidad del lugar donde se parlamenta: Las Cortes, reducidas hoy a dos búnkeres. El Congreso, gobernado por Sánchez mediante una gestora que encabeza la presidenta de la institución, y el Senado, donde se ha atrincherado el PP. ¿Qué tipo de democracia se puede construir en estos términos?

De otras cuestiones ya ni hablamos. La sumisión del Tribunal Constitucional, la ausencia de trasparencia y rendimiento real de cuentas, el hurto de la tramitación parlamentaria con luz y taquígrafos por el abuso de decretos ley, leyes de urgencia y propuestas de ley, la colonización por parte de “los hombres de Sánchez” de empresas e instancias públicas en teoría independientes, la discriminación hacia los medios de comunicación que no son afines. La existencia de una ideología de estado, la de género y la queer, en un sistema pretendidamente liberal, que por definición debe carecer de ella.

Todo esto no sería compensado, pero tendría un alivio si la gestión pública fuera buena. Pero es lo opuesto. Después de cinco años de gobierno están por abordar los 12 problemas estructurales graves:

1. La reforma real del sistema de pensiones que lo dote de estabilidad por un medio que no sea pagar más y más cada vez.
2. El fracaso rotundo del sistema escolar.
3. La falta de nacimientos, que acabará con España.
4. Una inmigración descontrolada que estimula los sectores de baja productividad.
5. La pésima productividad española.
6. La pérdida en términos reales de poder adquisitivo de los trabajadores.
7. El déficit crónico y creciente de viviendas.
8. Las crecientes listas de espera en sanidad y dependencia.
9. El alejamiento de la convergencia de renta per cápita con Europa.
10. La reforma de la administración pública.
11. La reforma del sistema fiscal, un monstruo hecho de retazos.
12. La insuficiencia aguda de ayudas a la familia.

Eso es lo que hay y la ausencia de soluciones acumula tensión en las estructuras del estado.

¿Cuánta tensión  puede soportar España bajo el efecto acumulado de la política y las grandes crisis estructurales?

La respuesta a todo esto, mucho nos tememos que no va a salir a corto plazo de la confrontación con el PP. Precisamente por el juego de alianzas y sistema electoral que Sánchez ha sabido aplicar a su favor.

La victoria del PP en Galicia no cambiará nada y su derrota sería un cataclismo. La derrota socialista en las elecciones europeas no le hará perder poder; Sánchez pasa de todo aquello que no le saque de la Moncloa, y los que miran al País Vasco creo que sobrevaloran mucho -es habitual- aquel escenario.

La respuesta, lo que puede resquebrajar al bloque del poder, son el aumento de las contradicciones entre sus socios principales. Siendo así, la cuestión se juega en Cataluña. Solo creando las condiciones para provocar  unas elecciones anticipadas en otoño, más que justificadas, no solo por el mal gobierno sino porque éste solo cuenta con el apoyo de 33 de 165 diputados -y vive de la respiración asistida socialista-, puede exacerbar la pugna entre En Comú Podem, socialistas y Esquerra, entre Junts y Esquerra, entre Junts y los socialistas. Una compleja madeja de conflictos e intereses incompatibles que haría temblar el edificio construido por la Moncloa más allá de su límite de torsión hasta su derrumbe.

La frontalidad alimenta a Sánchez, las contradicciones lo debilitan y éstas en su nivel máximo se darían en unas elecciones anticipadas en Cataluña.