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¿Tú, cristiano, por qué no te casas? (I)

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¿Tú, cristiano, por qué no te casas? Por la Iglesia, digo. Hago esta pregunta porque el descenso de matrimonios que se celebran por la Iglesia es inmenso, como no se ha conocido nunca en ninguna otra época. Resulta difícil de creer y de explicar que tú, cristiano, hombre o mujer joven, vayas cumpliendo años y no oigas que estás siendo llamado al matrimonio. ¿No has oído la vocación al matrimonio? Porque las vocaciones, todas las vocaciones, se oyen. El lugar donde toda vocación se oye es el corazón y el corazón no sabe de sordera. Cosa distinta es que no siempre sepamos distinguir las llamadas, que hagamos como que no oímos, que explícitamente las rechacemos, o que, por diversas circunstancias, esas llamadas luego se frustren. Eso también ocurre, pero, en principio, como punto de partida, si eres un bautizado y no te ha llegado la llamada al estado religioso o al sacerdocio, es muy muy probable que estés siendo llamado al matrimonio. Si ese es tu caso, ¿por qué no te casas? Por la Iglesia, insisto, que para eso eres cristiano. Y me atreveré a decir más: si acaso no estás bautizado, ¿por qué no pides el Bautismo?

Quizá algún lector se esté diciendo que a qué viene esto, y podría ocurrir también que alguien pensara que una pregunta como esta (que más que pregunta es una propuesta, una invitación a pensar en un estado de vida) es, cuando menos, inoportuna, o entrometida, pues apunta derecha a un campo que es íntimo y personal de cada cual y va más allá de lo que corresponde decir a un desconocido. Entiendo que tal objeción pueda hacerse, porque es cierto que se dirige a un campo personal, muy particular de cada cual, pero la pregunta no es personal porque no se le hace a nadie con nombre y apellidos; puede ser personalizada por quien lea estas líneas, eso sí, si alguien quiere hacerlo, pero en sí misma es una pregunta abierta y sin destinatario conocido. No cabe que quien escribe en un medio público haga preguntas personales porque no sabe a qué personas concretas llegará lo que escribe. Te aseguro, lector, que si esta fuera una pregunta personal, yo aceptaría la objeción y tendría que retirar tanto la pregunta como las reflexiones subsiguientes, pero ocurre que la propuesta es un toque de atención lanzado al aire, como hace todo el que quiere decir algo en general, o como quien publicita un producto cualquiera.

Lo que sí me parece que procede es explicar por qué lanzo esta invitación al aire. Y la razón es bien sencilla. Por dos motivos: uno, la pregunta-propuesta está justificada; y dos, es necesaria.

Esta pregunta-propuesta está justificada por lo ya dicho, porque el descenso de matrimonios sacramentales es vertiginoso, tanto que el matrimonio católico ya comienza a ser visto en muchos lugares como especie en peligro de extinción, siendo en muchos otros, entre los jóvenes, implanteable. Esto significa, no que el sacramento del matrimonio esté en peligro de extinción, sino que sea especie ya extinguida. Al día siguiente de comenzar a redactar estas líneas alguien me hizo llegar el dato siguiente correspondiente a una localidad de cinco mil habitantes, que no está lejos de mía. Año dos mil dieciocho. Número de matrimonios celebrados en esa localidad: dieciocho; número de matrimonios celebrados en la Iglesia: cero. ¿Serán ateos los treinta y seis contrayentes? Apuesto que no. Apuesto que la mayor parte, quizá todos, fueron bautizados en la Iglesia Católica y no se confiesan ateos. Y apuesto también que las dieciocho parejas no se han puesto de acuerdo para no casarse por la Iglesia. Excuso decir que si esto pasa en una diócesis como la mía, de Toledo, que arroja unos datos de práctica religiosa bastante saneados en comparación con muchas otras, el futuro inmediato del matrimonio sacramental en España es meramente testimonial.

¿Cómo explicar este rechazo del sacramento del matrimonio? Las causas son varias, pero el objetivo de este artículo no es entrar en ellas. Lo que sí me parece que debo señalar es que, en mi opinión, debemos estar haciendo mal las cosas en la Iglesia, la cual alguna responsabilidad tendrá, digo yo, en esta pérdida de atractivo. Mal, rematadamente mal, debemos estar enfocando el matrimonio a los jóvenes cuando teniendo, como tenemos, la fórmula perfecta para la unión y la convivencia estable entre hombre y mujer, que aventaja en años-luz a los demás tipos de unión, el resultado sea una indiferencia y/o un rechazo tan extenso y tan abultado. Mal deben estar desempeñando su acción catequística los pastores, que son los primeros y últimos responsables de los sacramentos, y mal debemos estar desempeñando nuestra acción catequística los laicos casados, que con nuestro ejemplo de vida matrimonial, somos corresponsables con los pastores de la acción evangelizadora de la Iglesia en esta realidad concreta de la familia y el matrimonio. Probablemente ni a los pastores ni a los laicos nos quepa demasiada responsabilidad en el descrédito que ha sufrido y que está sufriendo, desde hace ya décadas, la institución matrimonial por parte de los poderes públicos y de los grandes medios de comunicación social, ajenos a la doctrina de la Iglesia y hostiles a ella, pero de la acción pastoral de la Iglesia sí se nos pueden pedir cuentas. Se nos pueden pedir, y se nos pedirán, porque en la Iglesia todos somos responsables de todo, aunque lo seamos en grados muy diversos.

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