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TV3 y las cloacas como espectáculo

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El humor debe ser, de uno u otro modo, punzante si quiere incitar a la risa. El buen humor siempre tiene algo de pellizco, incluso de pinchazo. Un humor sin cantos ni filos, redondeado y blando, se queda en nada, de tan pálido y tontorrón aburre. En el otro extremo, el humor de mal gusto no punza, sino que hiere, no es un pinchazo sino una puñalada. Y de este modo también él deja de ser humor para convertirse en ordinariez, en ofensa, en agresión.

Cuando hace unos cuantos años un grupo de terroristas islamistas cometió en París un atentado contra la revista Charlie Hebdo a causa de la publicación en ésta de unas caricaturas de Mahoma, tuve una discusión al respecto con una amiga francesa.

Ambos estábamos de acuerdo en el hecho de que, sin ninguna duda, el atentado de París era un crimen y, como tal, condenable. Mi amiga, que como parisina se sentía especialmente impresionada, sostenía que a la gravedad de las muertes causadas se sumaba el ataque a la libertad de expresión y la total falta de culpa por parte de la revista. Y allí estábamos en desacuerdo.

Desde mi punto de vista las caricaturas eran para los musulmanes blasfemas, ofensivas, agresivas. Soy católico, pero eso no impide que sienta un enorme respeto y aprecio por el Islam como religión y como cultura. Debo decir que, ni siquiera poniendo la mejor voluntad, fui capaz de hallar algo de gracia, algo de verdadero humor en los «chistes» antiislámicos de Charlie Hebdo. Me parecieron simplemente un insulto rencoroso, empadado de xenofobia y mal disfrazado de humor. Desde luego no justificaban, ni muchísimo menos, el atentado contra la redacción de la revista. Pero lo que no se puede negar es que fueron una provocación infame.

La libertad de expresión tiene, como todas las libertades (pero también todos los deberes) unos límites.

Las víctimas del atentado de ningún modo merecieron la atrocidad que sufrieron. Pero tampoco fueron mártires de la libertad de expresión. Mi amiga era de las personas que adoptaron el lema «yo también soy Charlie Hebdo». Yo, en cambio, no lo soy.

Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo es que, por una parte, se proclame a ultranza la libertad de expresión y por otra se la reprima de modo cada vez más paranoico.

Se censura la obra de Agatha Christie o de Astrid Lindgren porque en sus libros se detecta de vez en cuando alguna expresión presuntamente «racista» en boca de Hércules Poirot ¡o de Pipi Langstrumpf! Piénseselo usted dos veces antes de expresar públicamente escepticismo sobre el asunto de las «identidades sexuales», pues hacerlo podría acarrearle problemas con la ley…

La libertad de expresión está siendo sustituida por la libertad, convertida casi en obligación, de expresar ciertas ideas y opiniones muy concretas,

La libertad de expresión está siendo sustituida por la libertad, convertida casi en obligación, de expresar ciertas ideas y opiniones muy concretas, pero nunca otras. Si sus opiniones están catalogadas como «correctas», tiene usted libertad ilimitada para expresarlas, para imponerlas como verdades irrefutables (aunque sean disparates) y para insultar y ofender en su nombre.

El canal de televisión autonómico catalán TV3 lleva ya muchos años siendo, sin ningún remilgo, un instrumento de propaganda política y de difusión de falsedades. Con el paso de los años, de modo cada vez más vertiginoso, estos «mensajes» han ido radicalizándose y su nivel hundiéndose en las cloacas de la manipulación ideológica. En especial los programas pretendidamente humorísticos han llegado a caracterizarse por una hedionda mezcla de estupidez, falta de gracia, ordinariez y agresividad: un ejemplo modélico de eso que solía llamarse «telebasura».

El pasado Jueves Santo en una de esas emisiones se pretendió hacer una caricatura de la Virgen del Rocío.

Lo que se mostró fue un numerito que sólo puede hacer gracia a individuos sin un miligramo de inteligencia o de buen gusto. Las evidentísimas intenciones de los sujetos que realizan el programa «Està passant» eran lanzar ofensas en dos direcciones: hacia el cristianismo (y el catolicismo en particular) y hacia lo hispano (y en especial lo andaluz). Está claro que por medio de esta ordinariez se pretendía, además, poner de manifiesto la presuntamente substancial diferencia entre catalanidad e hispanidad y la inferioridad de ésta respecto a aquélla; y lo mismo con relación al ateísmo y la religiosidad.

El resultado obtenido es el contrario.

Hay zafiedades con claros matices estadounidenses, o británicos, o chinos, o alemanes, o argentinos, etc.: el mal gusto no conoce fronteras. Pero la ordinariez que nos ocupa tiene un aroma (es un decir) inconfundiblemente español (la blasfemia barriobajera es parte de una cierta «tradición española»), lo que confirma la honda hispanidad de Cataluña. ¡Lástima que, en este caso, de modo tan vil!

El supremacismo nacionalista se completa en TV3 con un supremacismo ateo que pretende burlarse de la religión. Pretende, sólo pretende, pues al final los realizadores del programa únicamente consiguen exhibir su propia miseria intelectual, ética y estética, así como poner en evidencia su total carencia de sentido del humor. Lo único irrisorio, involuntariamente, son ellos mismos, su grotesco supremacismo, su patanería provinciana, su antireligiosidad sin argumentos, su racismo hijo del resentimiento y de algún oscuro complejo de inferioridad, su enanismo de catetos sin remedio.

De todo hay en la viña del Señor. El agravante mayor es aquí que TV3 sea un canal público, financiado por medio de impuestos que pagan todos los ciudadanos y que deberían ser mucho mejor empleados. Se podría aducir que el asunto sólo afecta a Cataluña, pero no es verdad, pues las finanzas públicas son complejas: hay dinero que se recauda y se queda en Cataluña; y dinero que se recauda en toda España y luego se reparte por todo el territorio nacional; y dinero que se recauda en toda Europa y que Bruselas reparte por el continente.

Así pues, la financiación pública del insulto, que crea discordia, siembra cizaña y propaga la barbarie entre los televidentes (verdaderas «especialidades» de TV3) es un problema de todos y del que todos podemos y debemos ocuparnos.

Y no olvidemos que quien siembra vientos cosecha tempestades, como bien demuestra el caso de Charlie Hebdo. El espectáculo de unos desgraciados revolcándose en sus propias inmundicias y salpicando con ellas a su público no merece el amparo del derecho a la libertad de expresión y menos aún el sostén del erario público. Que el gobierno autonómico catalán congenie con este tipo de «humor» y lo proteja, y que la mayoría de los partidos políticos presentes en el Parlamento de Cataluña se desentienda del asunto, da qué pensar.

¿Dónde está el «católico» Oriol Junqueras, «héroe nacional» y presidente del partido gobernante?

Simultáneamente el mismo gobierno catalán pone una multa de 20.000 € a la asociación Hazte Oír porque en su autobús podían leerse las siguientes frases: «Les niñes no existen» y «No a la mutilación infantil. Stopleytrans». Yo no sé ustedes, pero yo no he visto nunca «une niñe», entiendo que igual podría multarse a quien escribiera «los unicornios no existen».

¿Puede ser una infracción manifestarse contra la mutilación infantil? ¿Puede serlo solicitar la derogación de una ley? Yo creía que el gobierno catalán defendía la libertad de expresión…

La libertad de expresión está siendo sustituida por la libertad, convertida casi en obligación, de expresar ciertas ideas y opiniones muy concretas Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • ¡Excelente artículo!

    ¡Admirable su autor!

    Y muy oportuna esta tácita pero evidente defensa de la Virgen del Rocío en este mes de mayo.

    Responder

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