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Una Iglesia hostil a las vocaciones políticas

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Durante el Congreso de Laicos titulado “Pueblo de Dios en salida” que tuvo lugar en Madrid los pasados 14 al 16 de febrero, llamó la atención de muchos el testimonio del político católico socialista Carlos García de Andoin.

Entre las cosas que dijo, señalaba que el documento de la Sagrada congregación para la doctrina de la fe “Católicos en la Vida Pública” –que leí con fruición-, hablan bellamente de la vocación política como “una de las más altas posibilidades morales y profesionales de la persona”.  Pese a que la Iglesia se expresa con dicha belleza sobre la vocación política, señalaba que, en su experiencia personal

cuando das el paso del partido, se produce un distanciamiento helador, con la comunidad cristiana y con el ministerio pastoral, que no se da en relación a otros compromisos”. Frente a lo cual concluía que “necesitamos un eco-sistema eclesial más favorable a las vocaciones laicales a la política. La comunidad cristiana tenemos una rica presencia en la sociedad civil, que, entre otras razones, por falta de vocaciones políticas, está infrarrepresentada en la esfera pública”.

La contundencia y claridad de estas palabras deben llevarnos a pensar como acoge, cuida y favorece la Iglesia la vocación política de aquellos de sus miembros que la tienen. Y es que, así como nos consta que la vocación familiar, la situación del pobre o del enfermo, la vocación asistencial o de enseñanza, suelen ir bien acompañadas en la Iglesia de medios de formación, acompañamientos espirituales y otros cuidados pastorales, en el caso de otros aspectos de la vocación laical como puede ser la vocación política, se produce un descuido. Un descuido que no es únicamente de la política, sino de cualquier profesión que requiera intensidad de dedicación y aparte un poco del ritmo normal de la vida parroquial (sea un ejecutivo que trabaja muchas horas o viaja mucho por trabajo, un autónomo que apenas tiene tiempo libre, o un trabajador de la hostelería cuyos horarios se concilian mal con la actividad eclesial).

En alguno de los libros entrevista al Cardenal Ratzinger (creo recordar que La sal de la tierra, pero perdonen la imprecisión de la cita), al ser preguntado por los «ministerios» que podían ocupar los laicos, decía el que luego sería Papa Benedicto XVI que había que descartar que los únicos ministerios de los laicos fuesen ministerios «clericales» (tales como la ayuda a liturgia, la catequesis o la vida intraparroquial), que había que descartar que el único servicio del laico fuese en la organización eclesial, pues su principal servicio es en el mundo y en su profesión. El propio Papa Francisco, en su mensaje para este Congreso, habla de huir de la clericalización. Ninguno de “los dos Papas” inventa nada nuevo: la exhortación Cristifideles laici de San Juan Pablo II ya dejaba claro que el lugar teológico del laico es el normal desempeño de su vida cotidiana (es decir, en el caso del político, el partido y el gobierno).

Pese a esa excelente formulación teórica, la realidad eclesial suele ser que apenas existe en la Iglesia nada que permita a un político (o a otros laicos) que no tiene tiempo para andar de catequista gozar del «ecosistema eclesial» favorable a su vocación del que habla Andoin. Esto se suele reflejar en las intenciones que se suelen oír en la oración de los fieles en nuestras Misas cuando muchas veces se pide por los laicos «agentes de pastoral», pero pocas por la santidad de los laicos en su vida cotidiana o ajena a la actividad organizada de la Iglesia. Es como si fuésemos incapaces de ver la Iglesia más allá de la organización. Como si no valorásemos el papel que hacen los laicos en la realidad cotidiana, pese a lo que dice el Concilio sobre el particular (Lumen Gentium 10 y 34, Catecismo 901). Esto excluye a los políticos, pero también a esos otros «agentes de pastoral» que no están en la estructura organizada tales como los trabajadores en su apostolado hacia compañeros o como los padres en el apostolado respecto a sus hijos (que vienen siendo los mejores agentes desde siempre).

En ocasiones, eso sí, los fieles políticos son paseados como un mono de feria por las parroquias o instituciones dando charlas y se les pone a lucir en las fiestas en la Misa mayor o la procesión.  Sin embargo, más allá de algunas instituciones especializadas como el Opus Dei o la Asociación Católica de propagandistas (y habría que preguntar a los políticos ligados a ellas las carencias padecidas), apenas existe ese «ecosistema eclesial favorable” señalado por el testigo.

Sería una gran cosa que uno de los frutos de este pasado Congreso de Laicos fuese un replanteamiento de ese “ecosistema eclesial”. No decimos, ni mucho menos, que la labor deba hacerla solo ni principalmente el clero. Tal vez, al igual que hay voluntarios de Cáritas, podría haber voluntarios de apoyo a los políticos entre los fieles. Una labor que harían muy bien aquellos fieles que son políticos retirados, intelectuales con incidencia en la vida pública, activistas, o profesores, por ejemplo.

En todo caso, el Congreso ha servido para adquirir la certeza de que, hasta que no se desarrolle un servicio de formación y un acompañamiento espiritual bien planteado hacia los fieles políticos, viviremos en esa infrarepresentación de la comunidad cristiana en la esfera pública.

Los fieles políticos son paseados como un mono de feria por las parroquias o instituciones dando charlas y se les pone a lucir en las fiestas en la Misa mayor o la procesión Clic para tuitear

 

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Eso que comenta puede ser verdad. Pero creo que hay un factor importante y es el siguiente: la presión de los partidos o la poca fortaleza o el posibilismo de los políticos cristianos que hace que el que se meta en política se separe de la fe cristiana en temas cruciales. Y así terminan claudicando ante el aborto, la reproducción artificial, las uniones del mismo sexo,etc.

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