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Una lectura de La Europa de Dante

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La Europa de Dante, de Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, se publicó hace algo más de un año, en junio de 2024. Pretende rebatir a quienes describen la Edad media occidental como un tiempo de obscuridad, resaltando las luces del periodo, “una época maravillosa, caracterizada no solo por la fidelidad, la jerarquía y el honor, o las abadías y catedrales, sino también por singulares hallazgos éticos, estéticos e intelectuales”.

Lo hace de un modo original. Por un lado, Dante Alighieri aparece como el eje alrededor del cual se desarrolla la obra, considerando al autor, sus obras, sus posicionamientos políticos, su evolución vital. Dante le sirve al autor para moverse, con su guía, por la edad de oro de la Cristiandad medieval, el tiempo del siglo XIII y la primera mitad del siglo XIV, dado que el autor florentino es “la figura que mejor encarnó el humanismo medieval al tiempo que anunció el renacentista”.

Al fin y al cabo, como explica Rodríguez de la Peña, “el gran Dante no solo es hoy en general para todos los europeos una referencia cultural fundadora, para los católicos en particular es también una figura que va más allá de lo literario”. De hecho, como nos recuerda el autor, Dante “es el único laico no elevado a los altares al que se le han dedicado tres encíclicas papales (Benedicto XV en 1921, Pablo VI en 1965 y Francisco en 2021)”.

Pero la figura de Dante sirve para unir, en ese periodo medieval, el legado clásico y el cristianismo, en una síntesis que anuncia el Renacimiento y sus rupturas con el periodo. Y lo hace, porque Dante fue muchas cosas: poeta, filósofo, pensador, político, hombre de estado, profesor universitario, astrónomo y erudito enciclopedista; pero además y sobre todo, fue un cristiano católico devoto, defensor de la idea del Imperio como realización política de las ideas de la Cristiandad, pero sin renunciar por ello a criticar las desviaciones, errores y corrupciones de la Curia vaticana o las equivocadas ambiciones temporales del Papado.

La síntesis que hemos mencionado más arriba se desarrolla en el libro, a modo de tríptico, con el estudio de la Cristiandad en la Edad Media a través de los ojos de Atenas (Studium), Roma (Imperium) y Jerusalén (Sacerdotium), es decir, a través de la filosofía y el pensamiento griegos; la estructura política, legal y cultural romana; y el cristianismo y su estructura sacerdotal y profética.

Ahí está el resumen sobre aquello en que se basa la Cristiandad y que en el título se define como Europa, imagino que por motivos editoriales, cuando en realidad no existía en ese tiempo más que como concepto meramente geográfico sin relevancia como idea política y menos aún institucional. Aunque puede que el autor pretenda, en realidad, exponer cómo se defienden en la obra unas ideas, valores y una tradición que no siendo sólo italianos, son comunes a todas las naciones europeas (ojo, no a las naciones políticas de la modernidad, sino a las naciones “biológicas” o “culturales” que han constituido Europa). No podemos olvidar en este punto que, como afirmaba el filósofo Gustavo Bueno: “La nación está siempre proyectada al futuro”.

Por eso no podemos ignorar, tras la lectura del libro, que hemos de pensar acerca de la posibilidad de que todo lo que en él se expone, tenga influencia en el presente y sobre todo, en el futuro de Europa y los europeos. Hemos de descartar, al menos en un futuro cercano, la posibilidad de una vuelta a la Cristiandad. Pero sin embargo, nos encontramos con una Europa aparentemente unida. Aunque temo que estos estados que se integran con carácter político no están haciendo una nación europea, ni lo harán, sino que siguen existiendo las naciones previas, bien que debilitadas, a las que se les está arrebatando su carácter político.

Volvemos a citar a Gustavo Bueno, que nos recordaba que: “Los comerciantes medievales en París o en Medina del Campo se dividían por naciones. Lo mismo los estudiantes en las Universidades. Eran divisiones no políticas sino por el origen o por otras razones.”

Hoy, los europeos siguen divididos por muchas razones, a las cuales se ha sumado una, la más relevante, que es el hecho de que llamamos europeos a muchos que conviven con nosotros pero provienen de otras “naciones” no europeas y que proceden de entornos religiosos, culturales y político completamente ajenos a lo que Europa ha sido; ignorantes de nuestros referentes culturales, intelectuales, legales y espirituales.

Nosotros, españoles, hemos de tener un papel fundamental en todo ese proceso unificador, pues el Imperio católico que Dante buscaba, no se realizó en Roma ni en una nueva Roma carolingia, sino en el Imperio de la Monarquía Hispánica, con su pretensión verdaderamente universal y su empeño civilizador y evangelizador.

Carlos I (V del Imperio Romano germánico) o Felipe II han de ser los emperadores modelo, pues ellos son los herederos y sucesores de esos reyes de la Castilla Trastámara y el Aragón del Casal de Barcelona, lugar inesperado, como explica Rodríguez de la Peña, donde se produjo una “mezcla de humanismo, cruzadismo e imperialismo”. Es en esa España, “cuando Carlos V aporte la herencia universalista romanista de la Casa de Austria a la Monarquía Católica española de la Edad Moderna”, aunque esta “ya tenía por su parte una vocación imperial-cruzadista en clave de Reconquista cristiana que era un valioso legado de los reinos hispánicos. La propia Conquista de América se ha venido interpretando en este sentido”. Ese empeño ya estaba en los reyes medievales que se reclamaban “imperatores Hispaniarum” en León y Castilla, o  en Alfonso X cuando pretendió ser Rey de Romanos en 1257, así como en la vocación imperial que se anunciaba en el norte africano frente al Islam y que se sustituyó por la expansión americana después de 1492.

Todo lo que se expone en el libro, tenemos que relacionarlo con las crisis del presente, con este tiempo de desorientación y confusión en el que nos encontramos, puesto que la Europa de Dante puede ofrecernos una camino de esperanza, un empeño en las virtudes que hemos de desarrollar, un afán en encontrar un camino que nos lleve al bien común.

Hemos de tener en cuenta para ello a Cristo:  «Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina; y una ciudad o una familia dividida no puede subsistir.» (Mateo, 12, 25). La unión intelectual, política y espiritual de esa Europa de Dante es la que ha de evitar nuestra ruina para que seamos capaces de seguir en pie como civilización.

El trabajo literario, político, intelectual y espiritual de Dante nos debe ayudar a  ver el conjunto, recuperando nuestra capacidad de percibir el sentido del asombro del que nos hablaba hace pocas décadas Rachel Carson. Eso supondrá romper con el más simple materialismo que cosifica todo nuestro mundo, recuperando una cosmovisión integradora de todos los fenómenos, más espiritual, en la que la fe en Dios ha de recuperar su lugar. En ese proceso serán tan importantes los filósofos de la Grecia clásica, como los “gobernantes” romanos, pero del mismo modo los pensadores escolásticos, santo Tomás de Aquino, o los santos que podemos describir como intemporales, que son san Benito, san Bernardo, santo Domingo de Guzmán, san Buenaventura o san Francisco de Asís.

No puedo acabar este artículo sin dejar de mencionar que el libro va a provocar en muchos la necesidad de leer o releer a Dante, en especial su Divina Comedia y puede que otras de sus obras. El conocimiento del personaje, su vida, su tiempo y su pensamiento, harán que sus obras sean entendidas de otro modo. En mi caso, la Divina Comedia ya ha salido de mi biblioteca, donde llevaba demasiado tiempo olvidada desde que la leí y permanece, sobre mi mesa de trabajo, en la lista de espera de mis lecturas otoñales.

Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña (Madrid, 1972)  es medievalista y humanista, historiador y escritor español. Catedrático de Historia Medieval en la Universidad CEU San Pablo. Su labor investigadora ha producido diversos libros, numerosas colaboraciones en obras colectivas y más de cincuenta artículos en revistas nacionales e internacionales.

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