Continuamos con la entrevista de Oscar Rivas a Alejandro Rodríguez de la Peña. En esta conversación nuestro invitado habla de Dante como referente católico, de la necesidad de retomar el espíritu aristocrático, de que el católico ha de librar de la batalla de la vida pública, y también de la “opción benedictina” de Dreher. ¿Ha dejado la cristiandad de ser un paradigma?
Alejandro, en tu último libro hablas de Dante. Aseguras que, más que un profeta, fue casi un santo. Y, sin embargo, sigue siendo un desconocido, al menos en España y te diría que también en el mundo católico.
En España lo es, y dentro del mundo católico también. En general, el mundo católico tiene un problema de memoria e identidad. Hemos olvidado parte de nuestro patrimonio. Hay una frase que me encanta de Pablo VI: Dante è nostro —Dante es nuestro—. Dante es de los católicos. Y tenía razón, Dante es un profeta, una figura que sobrepasa el mundo literario.
Dante es de los católicos.
Es una figura que para los católicos debería ser, de cualquier nacionalidad, referencial. Lo es en Italia, pero no en otros países. ¿Por qué?
Porque es el único laico al cual los papas han dedicado encíclicas. No ha sido canonizado ni beatificado, pero es una persona que vio el problema que se cernía sobre la cultura medieval. Se anticipó.
La Divina Comedia, transmite lo que es una cristiandad en su momento de mayor gloria, en torno al año 1300, esa edad de oro que fue el siglo XIII.
El que quiera entender lo que era la Edad Media cristiana tiene que leer a Dante.
Si queremos hacer ese ejercicio de memoria e identidad, hay que empezar por releer a los clásicos. Y los clásicos son Shakespeare, Cervantes… y, por supuesto, Dante.
Tienes razón, Dante es el el hilo conductor que va tejiendo todo el libro. ¿Qué representa Dante en el pensamiento político medieval?
Dante es, ante todo, el gran defensor de la idea de imperio, en el sentido de la unidad de la cristiandad frente a la atomización. Él vio el peligro de los nacionalismos y tenía claro que, o había dos autoridades universales, Papado e Imperio, que unieran a los cristianos, o vendría lo que vino luego: primero las guerras de religión, y luego los nacionalismos. Él está convencido de que es necesario un poder universal que pacifique y una.
Él sostenía que la única forma de que la cristiandad sobreviviera era uniéndose en torno al Papa y al Emperador. Carlos V, a través de su canciller Mercurino Arborio di Gattinara, toma la idea de Dante de monarquía universal y la aplica a su proyecto.
Carlos V representa el último intento de crear una cristiandad unida. Hemos pagado muy cara esa pérdida de la unidad. Muy, muy cara.
¿En qué medida, Alejandro, es posible la aplicación de su idea de imperio o su compatibilidad con la democracia actual tal y como la concebimos?
Es perfectamente compatible, pues él no habla de la manera en la que el emperador debe ser elegido. En sus tratados políticos (sobre todo en el De Monarchia) no dice si el modelo debe ser la democracia. Aunque no entra en detalle, como buen aristotélico hubiera combinado los regímenes. Aristóteles defiende, en La Política, el régimen mixto: elementos de democracia, aristocracia y monarquía. Me imagino que Dante había propuesto eso, pero no lo especifica.
Su sistema no plantea un imperio mundial donde todo está gobernado desde un centro.
Dante piensa que cada nación se gobierna a sí misma y simplemente hay un árbitro, estilo ONU, que media en los conflictos internacionales.
Con la diferencia de que no sería como la ONU, que no puede hacer casi nada, sino que sería alguien a quien, cuando interviene, se lo obedece. Gracias a ese árbitro internacional que trabaja junto con el Papa, se evitarían las guerras.
Te has referido antes a la aristocracia. ¿Qué ha sido de ella? Porque la sensación es que nadie le presta la menor atención cuando la realidad es que habría que echarla de menos.
Claro, además, Dante en El Convivio habla del problema de la aristocracia. Hay dos tipos de aristocracia, dice Dante, apoyándose a su vez en Aristóteles: la aristocracia de sangre y la aristocracia de excelencia. De hecho, el término aristocracia viene del griego aristós, que significa “el excelente”.
La primera aristocracia hoy día no tendría sentido, pero la otra, la del mérito, también está mal vista.
Nuestra sociedad —esto ya lo decía Tocqueville hace casi 200 años, en su democratismo—tiene un cierto rechazo a las élites, no en el sentido de élites económicas, que al final todo el mundo tolera, sino a la idea de aceptar jerarquías sociales basadas en el mérito, ya sea intelectual o en cualquier otro campo. Eso está muy mal visto.
Recuperar el aristocratismo del espíritu, las aristocracias intelectuales, espirituales y del mérito, le vendría muy bien a una sociedad que ha caído en manos de quienes no son los mejores.
Creo que te quedas corto al decir que “no son los mejores”. Yo suelo hablar de oclocracia, porque gobiernan los peores. Tus palabras me recuerdan a Dalmacio Negro cuando señalaba la necesidad de que la Iglesia recuperase la auctoritas sobre el poder espiritual a modo de contrapeso, o incluso por encima del poder temporal.
Sí, estoy de acuerdo. Lo que pasa es que esa auctoritas que tenía la Iglesia no era del clero. En parte, hace falta que el clero recupere esa auctoritas, pero la tenía el conjunto de la Iglesia. Y aquí leer a Dante también ayuda.
A veces clericalizamos el análisis cuando pensamos en lo que la Edad Media nos puede enseñar, y aplicamos esquemas anacrónicos. En aquella época, la Iglesia lo era todo. La Iglesia es todo el cuerpo de bautizados, así que cuidado con pensar que esto es solo tarea del Papa o de los obispos. Estoy completamente de acuerdo con la idea.
Estoy totalmente de acuerdo con lo que acabas de señalar, somos todos los católicos, y por supuesto, los laicos, quienes tenemos el deber de recuperar esa auctoritas…
Todos nosotros, no solo el clero. Y eso pasa por tener presencia en la vida pública, por no esquivar responsabilidades, por tener valentía. Porque, claro, lo cómodo es permanecer al margen y no quemarse.
Hoy día ser católico en el ágora es peligroso. Y la auctoritas, como sabes muy bien, también está ligada a la reputación. Tenemos un problema reputacional gravísimo. La auctoritas moral se construía también a partir del prestigio, del reconocimiento social.
Si no tienes reputación, es difícil tener auctoritas. Y no la tenemos, en parte, por nuestros errores, pero también por las campañas de propaganda contra nosotros a las que a menudo no respondemos.
Si consideramos nuestros errores —porque a veces somos nuestros peores enemigos— el resultado es este. El problema de reputación está directamente vinculado al problema de la auctoritas.
Juan Pablo II habló con mucha fuerza, con mucha potencia, de este aspecto. ¿Qué nos falta? ¿Por qué estamos también como anestesiados?
Juan Pablo II lo decía una y otra vez, pero el programa del Concilio Vaticano II de dar protagonismo a los laicos no se ha cumplido. Lo dicen todos. No se ha hecho.
Puede que haya un protagonismo excesivo del clero. Pero, por otro lado, para los laicos es muy cómodo ponernos detrás de los obispos. Es comodísimo.
Comentaba antes que nos movemos ahora en parámetros políticos realistas —lo cual tiene sentido—, sobre todo en el debate geopolítico que actualmente está ocupando titulares. Ahora bien, ¿tendría sentido aplicar hoy ese criterio político de Dante, fundado en la virtud, tal y como él hizo, al contraponer el imperio de Augusto frente a la república expansionista?
Completamente de acuerdo. La virtud es la clave, y la virtud pasa por no ser depredador, por ser pacificador.
El imperio que Dante ensalza no es un imperio expansionista, es pacífico, como el de Augusto. Aunque él admira mucho a César, no pone como modelo su imperio, que es expansionista y depredador.
Propone un imperio que, usando los términos de Gustavo Bueno, sería un imperio generador, un imperio de paz, tal y como lo fue en su momento la Monarquía Hispánica, o como fue el imperio de Augusto.
La virtud pasa, entre otras cosas, por las cuatro virtudes cardinales y las tres teologales. Una de ellas es la templanza. Fortitudo, la fortaleza, es otra, pero ¿fortaleza al servicio de qué? ¿De tu ambición? Eso no es fortaleza ni tiene que ver con la caritas. La caritas es poder al servicio del débil. Ese es el poder cristiano.
La potestas, que viene de Dios, está para servir. Si se usa para dominar, explotar o someter, eso es pecado.
Luego, como tú has dicho muy bien: el imperio decadente o la república —el término que demos a la res publica— debe basarse en la virtud. Y la virtud es servir al débil. Si no sirve al débil, no es virtud.
Y aquí la sociedad viviendo un retroceso, seguramente por esa pérdida de peso que pueda tener la cristiandad en este momento. Nuestro amigo Álex Rosal dice que la cristiandad ya no debe considerarse un paradigma. ¿Puede tener algo algo que ver esa pérdida paradigmática con la crueldad actual?
Aquí voy a contracorriente: yo creo que la cristiandad sí es un paradigma y un referente, si por cristiandad entendemos, y aquí enlazo con La opción benedictina de Dreher, un momento histórico en el cual los monjes y los monarcas cristianos pacificaron, ordenaron y humanizaron una sociedad salvaje y cruel. Lo cual no se consiguió no solo rezando.
Evidentemente, los cristianos somos, ante todo, personas con un vínculo espiritual, pero el cristiano también es un ser político, eso lo dice Santo Tomás de Aquino, y como tal, el cristiano ha transformado el mundo a mejor.
Sin la cristiandad no habría habido derechos humanos. Seguiríamos practicando sacrificios. Los monjes—contra lo que dice Dreher— se metieron en política. No solo estaban en sus monasterios: salieron fuera y cambiaron el mundo. Ahora lo que se lleva es decir lo contrario: que tenemos que retirarnos, meternos en un gueto y dejar la plaza pública a los demás. ¿Por qué?
Va en la línea de lo que decías antes, nos hemos vuelto cómodos…
Resulta más cómodo permanecer encerrado en tu parroquia, limitado a lo pastoral que dar la batalla pública.
Pienso que es por eso que esta actitud es tan popular: porque te permite vivir tu fe con batallas interiores, que también son necesarias, pero sin exponerte a la difamación pública.
Hoy no te meten en la cárcel, salvo que quemes una clínica abortista, que no es el caso, pero tiene un precio. Si das un paso más, te buscas problemas, y la gente lo sabe. La “opción benedictina” es muy respetable, pero también muy cómoda.
Entiendo que no todo el mundo está llamado a la batalla. No le vas a pedir a un fontanero que se meta en estos líos. Pero hay muchísimos intelectuales, profesores, profesionales, políticos creyentes que son invisibles en la lucha pública. ¿Dónde están? ¿Por qué no comparecen?
Para terminar con Dante, ¿qué puede aportar su pensamiento a la actualidad política?
Es un ejemplo de intelectual total. Es profesor universitario, poco tiempo, pero llega a dar clases. Es, ante todo, un gran poeta, pero también un filósofo y un pensador político que se implica en una lucha política que desencadenará 20 años de exilio.
Es un referente del intelectual con una vivencia de fe profunda, un hombre muy religioso que, sin embargo, no se aísla del mundo, sino que se “mancha las manos”, se mete en el barro de la lucha y lo paga carísimo, pese a lo cual no da marcha atrás.
Muere en el exilio porque no quiere agachar la cabeza ante lo que considera un gobierno tiránico en Florencia.
Dante para mí, es un ejemplo de hombre libre, coherente, casi santo. No se le conoce nada moralmente reprochable, y, además, es un genio literario y filosófico. Recomiendo la Comedia como lectura literaria y espiritual.
Es curioso, porque escuchándote hablar de Dante, a uno se le representa esa figura que solemos asociar al hombre del Renacimiento, pero antes del Renacimiento, ¿verdad?
En efecto.
Puedes leer la primera parte de la entrevista aquí