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“Vuelva usted mañana”

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Encarnita es dependienta jefe. La tienda que regenta está en el centro comercial de tu ciudad y pertenece a una gran multinacional. Por esa zona pasas a menudo, y la tienda la visitas más de lo que quieres y aunque no quieras, porque no hay más de lo suyo que no te resulte lejos, y además tienes tratos con el presidente. Vas con el tiempo justo. Las mañanas de primavera son algo más agradables que en invierno, que hace frío, pero a ratos la gente atosiga.

Eres poseedor de dotes por encima de la media en paciencia. No es que seas superdotado, pero te defiendes como puedes para intentar comprender y saber tratar a la gente aquella que parece que debas hacerle reverencias para poder saludarle el día como se debe, sin que ellos ni te devuelvan el saludo, por aquello de la superioridad e incompatibilidad de caracteres.

Con todo, llega un momento que cansa tener que aguantar tantas personas malcaradas como Encarnita, y va en despegue el asunto y se está convirtiendo en problemón, porque los directivos de las empresas las pasan magras para poder deshacerse de esos filibusteros digitales, que tienen en su defensa las leyes. Habrá que aguantar el tipo. Y veremos cómo acaba la pústula cuando se agote el yodo en los servicios de salud mental.

Una situación enrevesada

¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí, Encarnita! A decir verdad, Encarnitas hay muchas. Resulta que en ocasiones debes enviarle un correo electrónico para refrescar tu servicio, pero no sabes nunca cuándo llega a destinataria, o si no llega. Sería fácil que la destinataria te diera un acuse de recibo, pero parece que eso ha pasado de moda. Hoy mola el ser modelno; todos lo sabemos, porque Encarnitas hay muchas.

Así que esperas a que la destinataria de tu correo encuentre tiempo en su agenda para revisar correos atrasados (suponiendo que el tuyo lo lea), decida si te contesta entonces o si espera… hasta que finalmente llegue a decidirse a redactar con buen tono la respuesta que tú desesperas.

Tienes un servicio novedoso (todo buen conocedor sabe que, si es bueno, un servicio siempre es un producto de productos). Sí, sí, novedoso, aunque hoy no lo parezca tanto; porque lo es tanto que pronto entra en obsolescencia y te sientes obligado a reprogramar tu particular cadena de montaje como para recrear tu producto o crear uno nuevo, y luego lanzarlo con tono nuevamente modelno al mercado que está tan irascible como Encarnita. Sí. Ya hemos dicho que Encarnitas hay muchas.

La virtud en la encrucijada

Acaece que un día te suena el teléfono. Cuando ves en la pantalla de tu móvil el número del remitente, piensas que deberías contar con un teléfono rojo. Porque te pones rojo de ansiedad. En efecto, quien te llama es el presidente en persona, que suele llamar sólo cuando la cosa no funciona. Quizás se haya contagiado del sarampión del poco agradecimiento de Encarnita y los suyos, no sé…

Pero resulta que el presidente quiere verte. Vas, habláis, y te vuelves ni corto ni perezoso habiendo convencido al presidente de que tu servicio es el mejor todavía, porque lo has readaptado a los tiempos modelnos. Pero con una salvedad: el presidente considera que no deberías correr tanto en modelnizarlo, porque Encarnita se le pone irascible de tener que convencer a los clientes de las virtudes de tu servicio… por aquello de “la virtud”: eres “demasiado bueno”.

Sí. Parece que Encarnita y los suyos están saliéndose con la suya. Pero, por más que los promotores de la envidia y algunos psicólogos de renombre difundan que la envidia debe aceptarse con tanta naturalidad como defecar porque nos impulsa a mejorar, sientes en tu interior que quizás sí que hoy con tanto producto y servicio modelnos nos estamos pasando de rosca. Si encima, nos ponemos a difundir la manera de vivir que encierra el argumento cornuto del “vuelva usted mañana” (expresión que hizo fortuna en mi ciudad a causa del subdesarrollo de la época allá por la década de los ‘70), el mundo se acaba aquí. Y no hay otro.

Zarandeado por el momento presente, recapacitas (tú, que eres de los que aún recapacitan), y entras en sueño letárgico; te paras un momento, y tras respirar lento y profundo tres veces, sigues pensando que la envidia no debería ser considerada una alternativa válida a las buenas maneras de antaño que han quedado trasnochadas. Porque no hace falta respirar demasiado lento y profundo como para descubrir que la envidia no tiene nada de virtuoso. Aunque, quizás sí, debamos zanjar de una vez por todas la cuestión y empezar a dar por definitiva la ley de la selva para sobrevivir desesperando, porque da más rédito… siendo cortoplacistas como somos.

Pero con estas te llama Encarnita. Con voz sedosa y siseante sugeridora de la encantadora de serpientes que gustaría ser, te confiesa que no puede conseguirte “el encaje” de tu servicio al producto que le solicitaste hace tres meses, porque ya no lo fabrican por “rotura de stock”, dado que ha habido inesperadamente una avalancha de peticiones de tu servicio anejo al producto… y la empresa productora no estaba preparada para tan magno acontecimiento. Que esperes tres meses más o más, a ver si “reanudan la producción, o si cambian el producto”. Y colgáis.

¡La que nos espera!

“¡¡Ay, Encarnita!!, te exclamas doblemente a ti mismo en voz baja al colgar. La solución la intuyes, pero el atasco es tan mayúsculo, que la solución puede tardar en llegar más que crear una nueva. Todos vamos detrás de una idea: los pastores y el rebaño. Por ello los que humildemente servimos de inspiración, luz y guía a otros, y los que se oponen a ser tratados como rebaño, debemos actuar unidos sin desfallecer para evitar acabar como rebaño… o −peor aún− abalanzados acantilado abajo como la piara de puercos que cita el Evangelio (Mc 5,1-19): hay que coger el cayado y ponerse en camino preparados para afrontar la tempestad. Y es que la actual es una lucha entre los puristas y los todovalistas, entre el Bien y el Mal. El Apocalipsis.

Confundido como nunca por la bondad acocada del ambiente, le das más vueltas que una tuerca, y es entonces que al fin tu conciencia aflora y por sentido común te sugiere en un susurro de brisa matutina las excelencias de la virtud como expresión del Bien, y que por este motivo la virtud arreglaría el mundo, como ha arreglado tu despertar. Y te preguntas entumecido si de verdad habías soñado. “¡Ah, sí, la Verdad!”, te desperezas. Como un flash, sientes revivir en ti el amor a la Verdad. Ya lo sabías. Encarnita. Encarnitas hay muchas; Verdad, Una. Habrá que desempolvarla. Y te levantas de sopetón. Tu vida empieza de nuevo.

La envidia no debería ser considerada una alternativa válida a las buenas maneras de antaño que han quedado trasnochadas Clic para tuitear

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