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…Y Satán se hizo dios

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“Seréis como Dios” (Gen 3,5). Es una sentencia tan y tan memorable para un rebaño que pretende ser lo que no es, que así acaba siendo lo que no es. En efecto, muchos se han creído que ser pastor es más importante que ser oveja, razón por la cual acaban sin ser pastor y sin ser oveja: perdidos en el desierto de su propio egotismo, se aplican con máximas estoicas que interpretan a su antojo, de manera que no solo deambulan sedientos de poder por el desierto de la propia existencia, sino que además sufren la laceración de la sinrazón que les quema las entrañas de que Dios, su Creador, les había dotado para alcanzar las estrellas.

Desfalleciendo tras un afán

Todos hemos nacido para la grandeza, pero cada uno debe vivirla a su manera. La teleología del saber vivir es una, pero puede ser interpretada de mil y una maneras. Por eso cada uno debe descubrir su propio universo, y posteriormente serle fiel hasta la muerte que le llevará a la resurrección; habitar en un Cielo esperado por todos, pero que pocos merecen, porque no se lo trabajan. Pues otra cosa que caracteriza al rebaño es que no se siente muy inclinado al deber, sino al berrear por berrear.

Así, dirigidos como van por su propio afán, se atreven a decirle al pastor lo que debe hacer, cuando lo que deberían hacer es obedecerle. Este es otro problema de esta “generación incrédula y perversa” (Mt 17,17): que niega toda autoridad que no sea la suya, de manera que acaban todas las ovejas descarriadas, buscando cada una su luz en la oscuridad que se oscurece de negror a negror en los confines del Infierno, ya que es una característica suya el contradecirse en todas sus aspiraciones: son “ovejas sin pastor” (Ez 34,5; Mt 9,36) que desean luz, pero no la buscan; pretenden poder, pero solo se imponen; tratan de ser el centro, y se descentran. ¿Qué más se puede esperar de un rebaño así, más que el Infierno en vida? ¡Provocan la hecatombe! ¡Se pierden en la maleza de la cuneta!

Las consecuencias

Siguiendo por el camino del infierno emocional al Infierno real que existe al otro lado de la fina línea divisoria entre el mundo material y el espiritual, no gozan más que lo que dura la orgía en que se rebañan con libidinosidad paranoica, con el morbo característico de Satán a la hora de la refriega, y así salen de un antro terrenal para introducirse en el Sumo Antro Infernal, “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9,48).

Ahora, ciertos impostores de entre ellos −que van de pastores, eso es, “líderes” (¡cómo les mola!)− nos imponen una alucinación colectiva que les ha cogido con la enraizada tradición bimilenaria de los Reyes Magos (que probado está que enriquece las virtudes de todos pueblos, a quienes ellos dicen representar; ¿por qué te crees, sino que tratan de erradicarla?). Tratan, pues, de perdernos, y nos dan ponzoña en lugar de mayonesa casera. ¡Y tragamos!

¿Sabes? Resulta que la historia ahora la cuentan al revés, y nos presentan como progreso de la plebe el experimento eugenésico-social de la antivirtud vestida de Reyas Magas (¡sic!), porque, dicho sea de paso, representan la magia del transexualismo que se ve que a ellos les priva, y por eso a la Iglesia −que defiende la Verdad− le cantan las cuarenta con su Gran Mentira, esa que está consumiendo nuestras últimas esperanzas de una Salvación por la que ya pocos del rebaño luchan, aun si todos la anhelan con primor. He ahí la gran contradicción. He ahí la maldición de la higuera: “¡Nunca jamás coma nadie de ti!” (Mc 11,14).

Cantemos, pues, con un himno de la Iglesia de la Liturgia de las Horas de la festividad de los Santos Inocentes (¡qué inocentada!): “El fuerte es el que sabe morir”. ¿No parece una máxima minimalista estoica de esas que están tan en boga? ¡Pues hazle caso, que para algo nos advirtió Jesús a través de Nicodemo de que los hay que “prefirieron la tiniebla a la luz” (Jn 3,19)! ¡No seas inocente! Por ello, aquellos que nos negamos a remeneos orgiásticos revueltos unos con otros con el rebaño, debemos laborar insistentemente para no ser arrastrados por sus entelequias bacanalizantes.

Para dar el rifirrafe por replicado tras la negación de Dios, fíjate en lo que dice la Biblia en el diálogo de cuando los fariseos detentadores del poder corrupto quieren apresar a Jesús: “’¿Por qué no lo habéis traído?’ / ‘Jamás ha hablado nadie así’ / ‘¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Acaso alguien de las autoridades o de los fariseos ha creído en Él? Pero esa gente, que desconoce la Ley, son unos malditos’” (Jn 7,45-49).

Con la corrupción por ley

La Ley. La hipocresía institucionalizada. ¡No ha cambiado mucho en 2000 años! El olvido de la virtud engendra la antivirtud, que tarde o temprano (si no se aborta a tiempo), pare el pecado. Su atracción (y sobre todo su ejecución) provoca tal descalabro en el mundo y las personas, que la Humanidad en bloque queda trastocada, animalizada, de modo que los hombres y las mujeres se convierten en bestias que devoran cuanto se les pone por delante que se mueva y que les apetezca.

Luego viene (como es evidente) la indigestión de la parturienta que (arrepentida o no) advierte que ha infantado diablos, pero constata que ya es tarde para reparar el mal desencadenado, pues todo lo humano se ha convertido en diabólico. Y así, el mundo se trasmuda en el infierno que estamos implantando, y que no falta mucho para que el diablo acabe por imponer su Ley: el Anticristo.

¡Atentos, “alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”!, nos alienta Jesús (Lc 21,28). Habremos de luchar los que no estemos dispuestos a dejarnos camelar, no será fácil; pero con la lucha de los justos, prepararemos el advenimiento de Jesús, con toda su gloria “y todos los ángeles con Él” (Mt 25,31). El pecado habrá sido vencido, y la Verdad instaurada en una nueva Humanidad: la Nueva Jerusalén (Apc 21,1-4). ¡Implantémosla!

Twitter: @jordimariada

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