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9 Tips para acompañar a los padres de catequesis de Primera Comunión

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El inicio de curso en la parroquia es siempre una oportunidad para renovar la alegría del Evangelio y volver a poner rostros a nuestras listas: niños y niñas que llegan con ilusión, catequistas que ofrecen su tiempo y, muy especialmente, padres que confían a la Iglesia una parte preciosa de la educación de sus hijos.

La preparación para la Primera Comunión es un itinerario para los pequeños y también un camino para las familias.

1) La primera acogida: poner el corazón 

Antes de hablar de horarios, uniformes o ensayos, conviene crear un clima. Que la primera reunión no sea una “charla informativa” sino una experiencia de comunidad.

Lo que va a comenzar no es un curso más, sino un camino hacia el encuentro con Jesús Eucaristía.

En esa primera cita, es clave agradecer explícitamente la confianza de los padres: “ustedes son el primer catecismo de sus hijos”. Y reconocer lo que ya viven en casa: cariño, sacrificios, risas, noches en vela… Ese lenguaje de gratitud abre puertas que ningún reglamento logra abrir.

2) Mirar con ellos el misterio: el deseo de amor infinito

Muchos niños “piden” a gritos un amor que no se agota: corren a la cama de los padres de madrugada, buscan abrazos sin explicación, se entristecen cuando están lejos.

Ese anhelo apunta a un Amor mayor que nosotros no podemos dar por nuestras fuerzas.

La Primera Comunión es la respuesta de Dios a ese deseo: en la Eucaristía, Jesús se nos entrega entero para que experimentemos un amor que no falla.

Decirlo con claridad —y con ternura— a los padres los sitúa en el centro espiritual del proceso: no se trata solo de un acto social, ni de una meta administrativa, sino del comienzo de una amistad eucarística que puede transformar la vida familiar.

3) Claves prácticas para tratar a los padres durante el año

  • Escucha activa y respeto. Detrás de cada duda suele haber una historia concreta: horarios de trabajo, situaciones familiares complejas, heridas con la Iglesia, distancia de la fe…

  • Expectativas claras, tono amable. Presentar por escrito el itinerario, los compromisos (asistencia, puntualidad, participación dominical), la política de fotos y vestimenta… pero siempre en un tono propositivo: “así ayudamos mejor a sus hijos”.

  • Puertas abiertas, tiempos definidos. Ofrecer momentos concretos para consultas personales, evita que la comunicación se disperse. Un canal único reduce malentendidos.

  • Cuidado con los juicios. Evitar etiquetas del tipo “padres desinteresados” o “problemáticos”. La caridad pastoral mira posibilidades, no defectos.

  • Del problema al proceso. Cuando surge un conflicto (faltas repetidas, poca asistencia a Misa, tensiones entre familias), priorizar el acompañamiento: conversar, proponer pasos, revisar juntos.

4) Involucrar a la familia: catequesis que sucede también en casa

Ofrezcamos herramientas simples y realistas:

  • Oración breve en familia (por ejemplo, antes de la cena o al acostarse).

  • “Reto eucarístico” semanal: una pequeña obra de caridad en nombre de Jesús (llamar a un abuelo, compartir un juguete, visitar a alguien enfermo).

  • Domingo, día del Señor. Ayudar a organizar la semana para que la Misa dominical no sea “otra obligación” sino el corazón de la familia.

  • Pequeña biblioteca: recomendar dos o tres libros o videos por trimestre, no veinte. Menos es más si se integra de verdad.

5) Formación para los padres

La mejor catequesis para los niños es ver a sus padres caminar en la fe. Por eso, además de sesiones informativas, propongamos encuentros breves y bellos: “Cómo rezar con mis hijos sin morir en el intento”, “Perdón en familia”.

Que no sean clases teóricas, sino espacios con testimonio, silencio orante y una invitación concreta para la semana. Si es posible, ofrecer al mismo tiempo un servicio de cuidado de niños para facilitar la asistencia.

6) Sensibilidad social y estética de la caridad

La preparación de la Primera Comunión a veces se contamina de presiones económicas (festas, trajes, fotos). La parroquia debe marcar el ritmo evangélico: sobriedad, dignidad y alegría. Proponer alternativas accesibles de vestimenta, ofrecer un banco solidario de trajes, negociar con fotógrafos precios justos, y recordar que lo esencial es el Encuentro, no el banquete. Así nadie queda fuera ni se siente menos.

7) Transparencia y corresponsabilidad

La confianza se construye con transparencia: calendario público, criterios claros de evaluación (si los hubiera), registros de asistencia, y una rendición sencilla de cómo se utilizan las cuotas o donaciones. Involucrar a algunos padres en tareas concretas (logística, ambientación, cantos, acogida) crea sentido de corresponsabilidad sin clericalismos.

8) Un breve mensaje 

Queridos padres:
qué alegría tenerlos aquí. En la parroquia estamos felices de acompañar a su hijo en el camino hacia su Primera Comunión. Ustedes conocen mejor que nadie ese deseo inmenso de amor que habita en el corazón de sus pequeños. Nosotros tampoco podemos colmarlo… pero Dios sí.
En cada Misa, Jesús se hace presente por entero para amarnos sin medida. Este año aprenderemos juntos a reconocerlo, a recibirlo y a dejar que su amor transforme nuestra casa y nuestra comunidad.
Gracias por confiar, por traer a sus hijos, por caminar con nosotros. Sus niños son un regalo para la parroquia, para la Iglesia… y para el mundo.

9) Cerrar el año… abriendo un camino

La Primera Comunión no es una meta que se tacha del listado, sino el comienzo de una vida eucarística. Preparar desde el principio el “día después” —grupos postcomunión, monaguillos, coros infantiles, catequesis familiar— ayuda a que la llama no se apague. Y, sobre todo, mantener relaciones reales con las familias: recordar cumpleaños, preguntar por los enfermos, alegrarse con sus alegrías.

Si al comenzar el curso ponemos el corazón por delante, miramos el misterio con ellos y cuidamos los detalles, los padres no se sentirán “usuarios” de un servicio pastoral, sino miembros vivos de una comunidad que los acoge, los escucha y camina a su lado hacia la Mesa del Señor. Ahí florece la catequesis, y ahí —sin que nos demos cuenta— los niños evangelizan a los adultos con la fuerza limpia de su deseo de Dios.

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