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Con Ross Douthat como excusa. Una reflexión católica en tiempo de crisis

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Ross Douthat , un  destacado periodista estadounidense, que a pesar de su catolicismo, consigue escribir con regularidad en los grandes medios demócratas de Estados Unidos, con una visión independiente de la cultura dominante digna de elogio. Tiempo atrás, publicó  en el New York Times un artículo que merece ser meditado: Cómo los católicos se convirtieron en prisioneros del Vaticano II, un título deliberadamente llamativo. Cada uno puede leerlo en su versión original y extraer sus propias reflexiones. Estas son las mías:

El esquema que plantea Douthat, nos dice:

  1. “La interpretación progresista dominó la vida católica en las décadas de 1960 y 1970, cuando se invocó el Vaticano II para justificar una serie de cambios cada vez más amplios: en la liturgia, el calendario y las oraciones de la Iglesia, en las costumbres y la vestimenta del clero, en la arquitectura de las iglesias y la música sacra, en las cuestiones de moral católica. Luego, la interpretación conservadora se impuso en Roma con la elección de Juan Pablo II, que publicó toda una serie de documentos destinados a establecer una lectura del Vaticano II desde la autoridad de la Iglesia, a frenar los experimentos y alteraciones más radicales, a demostrar que el catolicismo anterior a los años 60 y el catolicismo posterior seguían siendo la misma tradición.”
  2. “Ahora, en los años del Papa Francisco, la interpretación progresista ha regresado, no sólo con la reapertura de los debates morales y teológicos, o con el establecimiento de un estilo de gobierno eclesiástico en sesión permanente, sino también en el intento de suprimir de nuevo los ritos católicos más antiguos, la liturgia latina tradicional tal como existía antes del Vaticano II. La era de Francisco no ha restaurado el vigor juvenil que el catolicismo progresista disfrutó una vez, pero ha reivindicado parte de la visión liberal. A través de su gobierno y, de hecho, a través de su mero pontificado el Papa ha demostrado que el Concilio Vaticano II no puede reducirse simplemente a una única interpretación establecida, ni que su tarea puede considerarse de alguna manera terminada”
  3. Tres afirmaciones que resumen los problemas y dilemas del Concilio Vaticano II. En primer lugar, el concilio era necesario. Quizá no en la forma exacta que adoptó, un Concilio EcuménicoLa Iglesia de 1962 necesitaba adaptaciones significativas, replanteamientos y reformas importantes… Estas adaptaciones debían ser retrospectivas… Y también debían estar orientadas hacia el futuro”.  “La tradición siempre ha dependido de la reinvención, de cambiar para seguir siendo lo mismo, pero el Vaticano II fue convocado en un momento en el que la necesidad de ese cambio era especialmente aguda”.
  4. Pero no toda reinvención tiene éxito y ahora ya tenemos décadas de datos que justifican una segunda afirmación categórica: El concilio fue un fracasoen los términos que sus propios promotores establecieron. Se suponía que iba a hacer que la Iglesia fuera más dinámica, más atractiva para la gente moderna, más evangelizadora, menos cerrada y rancia y autorreferencial. No hizo nada de eso. La Iglesia declinó en todo el mundo desarrollado después del Vaticano II, tanto bajo papas conservadores como liberales, pero el declive fue más rápido donde la influencia del Concilio fue más fuerte. La Iglesia perdió gran parte de Europa a manos del secularismo y gran parte de América Latina a manos del pentecostalismo: contextos y desafíos muy diferentes, pero resultados sorprendentemente similares
  5. El catolicismo posterior a la década de 1960 se volvió más autorreferencial que antes, más consumido por sus interminables batallas entre la derecha y la izquierda, y en la medida en que se relacionó con el mundo secular, lo hizo en forma de mera imitación.
  6. Pero tampoco se puede eludir la tercera realidad: El concilio no se puede deshacer. Con esto no quiero decir que la misa no pueda volver nunca al latín, ni que… Lo que quiero decir es que no hay un camino sencillo de vuelta. No es fácil recuperar el estilo de autoridad pontificia que tanto Juan Pablo II como Francisco han tratado de ejercer -el primero para restaurar la tradición, el segundo para suprimirla- sólo para verse frustrados por la ingobernabilidad de la Iglesia moderna. Ni al tipo de cultura católica heredada que todavía existía hasta mediados del siglo XX y cuya posterior desintegración, aunque inevitable hasta cierto punto, fue claramente acelerada por la propia iconoclasia interna de la iglesia. Ni a la síntesis moral y doctrinal, sellada con la promesa de infalibilidad y coherencia, que los conservadores en la Iglesia se han pasado las dos últimas generaciones insistiendo en que todavía existe, pero que en la era de Francisco ha demostrado ser tan inestable que esos mismos conservadores han acabado peleándose con el propio Papa.
  7. Citando al historiador francés Guillaume Cuchet, sobre el impacto del CVII en Francia sugiere que fue la escala y la velocidad de las reformas del concilio, más que cualquier otro factor particular, lo que quebró la lealtad católica y aceleró el declive de la Iglesia.
  8. Después de semejante shock, ¿qué tipo de síntesis o restauración es posible? Hoy todos los católicos se encuentran viviendo con esta pregunta, porque cada una de las facciones de la Iglesia está en tensión con alguna versión de la autoridad eclesiástica. Los tradicionalistas están en tensión con las políticas oficiales del Vaticano, los progresistas con sus enseñanzas tradicionales, los conservadores con el estilo liberal del Papa Francisco, el propio Papa con el énfasis conservador de sus inmediatos predecesores. En este sentido, todos nosotros somos hijos del Vaticano II, incluso aunque critiquemos o lamentemos el Concilio, o quizás especialmente cuando lo hacemos.
  9. La Iglesia tiene que vivir con el Vaticano II, luchar con él, resolver de algún modo las contradicciones que nos legó, no porque fuera un triunfo, sino precisamente porque no lo fue: el fracaso proyecta una sombra más larga y duradera, a veces, que el éxito.
  10. Las líneas de curación discurren por las líneas de fractura, las heridas permanecen después de la resurrección, e incluso el catolicismo que llegue, no hoy pero sí algún día, a un verdadero Después del Vaticano II ,seguirá marcado por las rupturas innecesarias creadas por su intento de una reforma necesaria.

El texto es polémico  en todas sus perspectivas, pero exactamente no se alinea con ninguna y por esta razón es útil para pensar.

Esta es a vuela pluma y a reserva de una reflexión más pausada mi primera impresión.

  1. Abordar la Iglesia desde las perspectivas del mundo secular, y el lenguaje de “conservadores” y “progresistas” responde a este lenguaje, muy extendido, que lo que hace es señalar una falta de recursos expresivos desde la fe cristiana.
  2. El problema del CVII, y es una interpretación personal, es que dialogaba con una cultura, la de la modernidad que ya se encontraba en crisis terminal devorada por sus vástagos surgidos de la creciente hegemonía del emotivismo, él y el subjetivismo guiado por el imperio del deseo, y la liquidación de la antropología propia de nuestra cultura, que remonta a unos 2800 años de historia para situar una referencia; la de la Odisea, por ejemplo. Vivimos una revolución, la de la sexualización extrema, la que hace justificar la tragedia humana del aborto como un hiperbien, la de las identidades de género, y del feminismo de la lucha de clases aplicada al hombre, la de la tecnología  y sus consecuencias sobre el ser humano, sobre las  que el Concilio no pudo prepararnos, porque no existían.
  3. El balance del vigor eclesial entre Juan Pablo II y Francisco, no es exacto. Si bien limitado en el tiempo, con el papa polaco sí se dio, un rejuvenecimiento y un nuevo vigor en la Iglesia de la mano de los movimientos.
  4. Douthat ignora un hecho terrible que hace 30 años que dura y que ha infligido mucho daño a la Iglesia: la continua acusación de pederastia, situando el foco sobre ella, al tiempo que se ignora, que datos en mano, este terrible delito, cometido por miembros de la casa católica, son solo una ínfima minoría del total. De esta manera, la campaña denigra a la Iglesia, del 0,4% y oculta el mal social de la pederastia de más del 99%. Y la Iglesia no ha sabido reaccionar ante esta injusticia. La  Institución eclesial no ha respondido bien a este ataque que continúa, como el niño cogido en  falta, no solo porque haya intentado ocultar los casos o, sobre todo, tratarlos de acuerdo con su criterio, sino porque no ha sabido salir del foco y mostrar la realidad de la abrumadora extensión social del delito.
  5. Un mejor conocimiento de la historia de la Iglesia, que permite observar que ni de lejos, la actual situación es peor que la de otro tiempo pasado: la incertidumbre de los tres primeros siglos, la gran herejía arriana en el seno de la propia Iglesia, la violenta eclosión de la Reforma y el fin de la Cristiandad, los siglos que van de la Revolución Francesa, a las revoluciones liberales en el XIX, la I Guerra Mundial y la destrucción de toda una gran parte de la cultura europea, la oleada marxista y su contaminación eclesial sobre todo en Europa y América Latina. Todos esos han sido grandes crisis superadas, para no citar los periodos de pésimos papados, hasta llegar a la existencia de dos de ellos simultáneos y antagónicos; incluso de tres por un periodo de tiempo. A la Iglesia no se la puede observar desde el corto plazo sin incurrir en error.
  6. La superación de las rupturas innecesarias, de las preguntas que están abiertas, tiene un camino bien definido: el de la interpretación del CVII de acuerdo con la Tradición, es decir, los acuerdos fundamentales, o si se quiere en otros términos la interpretación de la realidad a partir de la fe tal y como está definida, pero en el lenguaje que es propio de nuestra época, que en muchos aspectos, sobre todo los científicos, hace más comprensensible determinadas cuestiones, como por ejemplo la muerte y la vida eterna, la unidad y trinidad de Dios.
  7. Además de lo apuntado, unos conceptos rotundos estructuran toda respuesta: La Encarnación como el momento axial, y por ello único, de la humanidad y lo que esto determina, como es la existencia del tensor cristiano, que renueva a la Iglesia y regenera a la sociedad, la necesidad de ser justo con Dios rindiéndole culto público, la práctica de las virtudes cristianas y su reconocimiento y transmisión por la comunidad, la primacía de Pedro y la continuidad apostólica, a pesar de los pesares, el compromiso personal y colectivo con la extensión del Reino de Dios, sabiendo, como describe el Apocalipsis, que su plenitud no vendrá de nosotros, sino que descenderá como Jerusalén celeste. El compromiso para erradicar las estructuras de pecado, sociales e institucionales. El conocimiento que Jesucristo no solo vino a redimir el mundo, sino a luchar contra el Mal; no los males, sino el Mal personificado en su señor.
  8. Nuestra sociedad, la Occidental me refiero, no es toda la humanidad, sino una pequeña parte, la más rica pero pequeña. Sus ideas, ahora hegemónicas, marcadas por el emotivismo centrado en la realización personal mediante la satisfacción de la pulsión del deseo, sin límites ni restricciones, señalan además su crisis, más que evidente. La Iglesia, todos nosotros, debemos evitar asumir irracionalmente esta cultura decadente y en crisis como el espejo al que mirar  y adaptarse. Al contrario, ha de ser disidencia, primero, alternativa después, para finalmente configurar un nuevo orden más acorde con la real condición humana, la de ser creatura de Dios. Un nuevo orden que superará las grandes rupturas generadoras de las policrisis, la serie de crisis acumuladas sin solución bajo las que vivimos, y que la cultura dominante, lejos de aportar solución, solo hace que multiplicarlas.
A la Iglesia no se la puede observar desde el corto plazo sin incurrir en error. Clic para tuitear

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Jaume González Padrós
    3 febrero, 2023 10:47

    Un espléndido análisis, Josep Miró. Como punzante es el texto de Douthat que analizas. Pensar todo ello es una obligación que tenemos. Y actuar en consecuencia. El «ir tirando» es mortal.

    Responder
  • Este espléndido artículo me ha llevado a oír de nuevo el programa televisivo sobre el Posconcilio de la serie «Lágrimas en la lluvia» (Intereconomía TV) que tuvo lugar en octubre de 2011.
    En él intervienieron el profesor Miguel Ayuso, mosén David Amado y los padres Alfredo Verdoy y José Antonio Sayés tras el visionado de la película «Catholics» (1973) de Jack Gold.

    Por mi parte, solo deseo apuntar aquí un elemento de disgregación que sirve para contradicción con el ecumenismo en el que se vienen dando pasos desde hace décadas: se trata de que ha dejado de haber un control revisor central romano de las traducciones de la Biblia. Resultante de ello es que católicos de diferentes lenguas pueden llegar a tener algunos conceptos doctrinales distintos debido a traducciones que no han llegado a pasar el filtro que debiera existir como medio valiosísimo e imprescindible para no debilitar la unidad. La esencial universalidad del catolicismo se fundamenta en esa unidad que debe ampararse sin dar pie ninguno a la dispersión.

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