Hay realidades que sin hacerse propaganda lo sostienen todo. Una de esas realidades olvidadas, invisibles, necesarias es: la oración de una abuela.
Una figura operante y eclesial. Hablamos de esas mujer mayores, ya alejada del bullicio social, cuyas manos temblorosas siguen contando cuentas de un rosario gastado, mientras su alma arde como un cirio. Ellas, con la sabiduría propia de la edad, conocen el corazón de Dios e interceden por el mundo.
En sus sillas se celebra una liturgia cotidiana que no está en los misales: el sacrificio silencioso del amor ofrecido. Y en ese pequeño templo doméstico, confluyen su cansancio ofrecido, su poca memoria y su fe. Esto da lugar a una intercesión que transforma.
Teología de lo invisible
Una vez más ante tal escenario palpamos que la lógica del Reino no se rige por métricas humanas: Dios no mide la fuerza del cuerpo, sino la apertura del alma. Por eso, una abuela que reza es, para la Iglesia, una potencia espiritual.
Gracias a Dios aún nos quedan mujeres mayores, anónimas, que siguen siendo columnas invisibles del cuerpo eclesial. Columnas que no se ven pero que sostienen a familias enteras.
Pedagogía del alma
No es casual que muchas de estas mujeres se aferren al rosario. Es la pedagogía de María, que enseña a contemplar con humildad, a sufrir con esperanza y a vivir con confianza.
Ellas perseveran aún con su edad y esa perseverancia —frágil por fuera, invencible por dentro— es una forma de resistencia espiritual. Bien saben que el rosario es una cuerda de amor tendida entre el cielo y la tierra.
Mujeres mayores
La maternidad espiritual no se jubila. Al contrario: se intensifica cuando se vive desde el desprendimiento. Cada Ave María meditada por una abuela es un acto de fe por hijos y nietos que quizá ya no creen. Cada lágrima ofrecida por un nieto ausente es una forma de participación en la cruz redentora. Y cada silencio orante es un grito que el cielo escucha.
Muchas veces pensamos que la salvación se juega en los grandes gestos, en las conversiones espectaculares o en los discursos impactantes. Pero no, pues la historia de la Iglesia está tejida con gestos escondidos.
Y quizá, si hoy hay todavía familias que no se han quebrado del todo, si aún hay jóvenes que regresan, si aún nacen vocaciones, es gracias a una abuela que reza.
Queridas mujeres mayores, queridas abuelas: no dejen de rezar. No por ser mayores sus acciones son irrelevantes. Sois un ejército escondido.
Ellas saben mejor que nadie que si todo parece perderse, es el tiempo de doblar rodillas.
Si eres tu una de esa abuelas que rezan, gracias. Muchas gracias.






