En muchas casas de muchas familias de hoy se podría poner, en el umbral de la puerta, un letrero como este:
Casa de la abuela
Guardería – restaurante – servicio de urgencias – abierto las 24 horas – entrada libre y gratuita
Desde hace tiempo, en estos momentos difíciles para tanta gente, en los que un número importante de jóvenes están sin trabajo, sin vivienda, con sueldos precarios y necesidad de ayudas, los abuelos hacen un trabajo muy importante echándoles una mano. Ellos llevan a cabo, desde siempre, una labor de apoyo a la familia, que ahora, más que nunca, adquiere una importancia primordial. Es un apoyo que ha evitado muchas quiebras. Hoy, muchos abuelos deben hacer de abuelos y voluntarios a la vez, dentro de casa, para atender situaciones complicadas a hijos necesitados.
Todos los estamentos de nuestra sociedad –que desgraciadamente no se detiene a contemplar los problemas de cada familia, sino solo los porcentajes– deberían rendir un sentido homenaje de agradecimiento a las abuelas y a los abuelos que, olvidándose de sí mismos, hacen un montón de esfuerzos para ayudar y sostener a las familias de algunos de sus hijos en todo aquello que necesitan.
En el escrito anterior, dedicado a la entrevista al doctor Antoni M. Lluch sobre su libro La generación silver, en un momento determinado, cuando comenta la necesidad del equilibrio entre las relaciones familiares y los intereses personales, nos dice: «Llevo 46 años casado y tengo dos hijas. No tengo nietos, lo que hace que tengamos más tiempo libre». Es importante esta aclaración, ya que deja claro que cuando, si Dios quiere, le lleguen los nietos, tendrá menos tiempo libre para sí mismo y parte de estas «actividades que me apasionan» será dedicarla a los nietos, algo que ya hacemos los que somos abuelos.
La gran mayoría de silvers ya somos abuelos: llegar a silver debería ser una bendición para todos, un movimiento de la vida que une a las generaciones en una sociedad feliz. Pero la edad de la madurez y de la transmisión de valores es a la vez la edad de la dependencia y de la debilidad. La época actual ensalza de forma obsesiva los valores juveniles, rechaza a las personas llamadas “inútiles”: ancianos, abuelos… y la solidaridad entre las generaciones se degrada por culpa de las mutaciones de la vida familiar. Debemos ser conscientes de nuestro rol: quiénes somos y quiénes nunca dejaremos de ser… hasta que la muerte nos llame a la puerta para hacer el camino definitivo.
El doctor Lluch nos recuerda a dos cosas. Una, que debemos seguir siendo autónomos y seguir cultivando las aficiones: «Cada etapa de la vida nos trae sus desafíos y oportunidades. Debemos mantener la mente despierta y flexible para afrontar estos cambios con serenidad. Cada nueva situación es una oportunidad para aprender y crecer». Y dos, que no podemos olvidarnos de las responsabilidades derivadas de los compromisos familiares y sociales. Dentro de los familiares —por la gran mayoría de silvers— es la de ser abuelos y ¡esto es un cambio espectacular! Y en el campo social debemos pensar en cómo podemos ayudar a los demás. Estos dos campos son los que concretarán esa socialización que nos es tan necesaria.
Ser abuelo es una riqueza que no podemos dejar que se nos escape. No debemos hacer de padres, debemos hacer de abuelos. Debemos tener momentos en los que estemos solo con los nietos y divertirnos con ellos. Hacer cosas solas con ellos, sin los padres. Y, uno a uno, ayudarles a crecer. Hacer un trabajo pausado, tranquilo, al ritmo que ellos necesitan, muy distinto al que hicimos con los hijos. Debemos considerar el valor y la importancia del papel de los abuelos en la familia. Es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero todavía no es el momento de «dejar de remar».
Mientras son pequeños, la tarea de los abuelos será jugar con ellos, que nos conozcan, que nos echen de menos… ¿Se ha fijado que cuando los padres llevan a los niños a la escuela siempre van un paso por delante, tensándolos de la mano? Los padres tienen prisa por llegar a la escuela, dejar a los niños y marcharse corriendo hacia el trabajo. ¿Se ha fijado que cuando los abuelos llevan a los niños a la escuela siempre van un paso detrás de ellos o a su lado? Los abuelos no tenemos prisa, vamos al mismo ritmo de los niños. En este momento nuestro trabajo es llevar a los nietos a la escuela, lo que nos permite distraernos con lo que se distraen, sorprendernos con lo que se sorprenden, pararnos con ellos en el mismo escaparate… o dar respuesta a las preguntas como: Abuelo, ¿por qué cuando llueve siempre lo hace abajo y no arriba? El niño expresa en voz alta lo que Chesterton decía de los niños: en cada niño, todas las cosas del mundo se vuelven a hacer.
Cuando padres y abuelos no les ayudemos a que vivan con intensidad este momento de descubrimientos, lo harán a través de las redes viendo cosas que no les corresponden y así les echamos de la edad que les corresponde, les robamos la infancia, el juego, la imaginación, la sorpresa… Son unos «niños-adolescentes» que lo han visto todo, que lo tienen todo, que lo tienen todo, que lo tienen todo, que lo tienen todo. Hace más de treinta años, Neil Postman lo manifestaba claramente en sus libros La desaparición de la infancia y La muerte de la escue
Los abuelos no somos extraterrestres. Hemos caminado por las mismas calles que los jóvenes, hemos vivido en la misma casa, hemos luchado como ellos por llevar una vida digna, hemos rogado ante las dificultades y las alegrías… La gente mayor —y los abuelos formamos parte— somos todos y cada uno de nosotros; los jóvenes también. Tarde o temprano, inevitablemente, llegarán a mayores aunque ahora no lo piensen. Y si no les enseñamos a tratar bien a las personas mayores, sobre todo a los más cercanos, que son los abuelos, así serán tratados ellos. Los abuelos podemos ser frágiles, débiles, enfermos… pero no se puede abandonar, no podemos dejar que se construya una sociedad al margen de los abuelos; sería una sociedad perversa.
Gracias a los progresos de la medicina, la vida se ha alargado una barbaridad y el número de personas mayores se ha multiplicado, pero las sociedades no se han organizado lo suficiente para tratar su fragilidad con respeto y consideración a su dignidad. Personas dependientes, en medio de pobreza, enfermedad o soledad… Son situaciones que se dan en todas las sociedades programadas para el éxito de los jóvenes y que las sufrimos cuando llegamos a ser «de las personas mayores». Es importante todavía el papel que los abuelos y las personas mayores tenemos que jugar en este mundo que «pasa» de nosotros, pero que cuando le conviene nos utiliza en su beneficio.
Los abuelos somos las raíces de la familia. Los padres las ramas. Los nietos las gemas que florecerán. Los abuelos podemos hacer un gran bien a los nietos con nuestra compañía, con nuestros consejos y nuestro savoir faire de cada día. Nuestro ejemplo es lo que hace falta que hijos y nietos vean y eso será lo que les quedará. Teresa de Calcuta decía a unos padres preocupados porque los hijos no les hacían caso: –¡No se preocupe si no le escuchan, le miran durante todo el día! Está claro que se educa más por la vista que por el oído.
Los abuelos también podemos hacerlo así: Sin demasiadas palabras, sin exigir, sin imponer… simplemente estando a su lado y que vean cómo vivimos los valores, las virtudes y la fe de siempre. De este modo les dejaremos un poso para que, si algún día se deciden a reflexionar sobre aspectos de su vida, se les ponga de manifiesto todo lo que habrán recibido de una manera inconsciente; se darán cuenta de que los abuelos somos las raíces de la familia. ¡Los abuelos debemos comunicar el sentido del testimonio y la sabiduría de vida!
Los griegos, cuando hablaban de la sabiduría del saber vivir, incluían:
- Una perfección adecuada a cada época de la vida.
- La sabiduría del saber vivir en la madurez.
Esto incluye: aprovechar el tiempo (que pasa y no vuelve); mantenerse activo física y mentalmente; no instalarse en la soledad: cuidar a alguna persona… La observación, el saber mirar (no solo ver), el saber escuchar (no solo oír), saber aconsejar cuando sea necesario, la tranquilidad, el silencio, la serenidad, la calma, leer y escuchar música, divertirnos con los nietos… Las flores del árbol son fruto de lo que hay bajo tierra. Un abrazo de un abuelo o una abuela nunca se olvida
Sin embargo, un buen día puede llegarnos el mal pensamiento de que ya no servimos para nada, que cada día nos cuesta más hacer las cosas, que los hijos hacen su vida y se van distanciando, que los nietos, ya mayores, quieren estar solos y no nos necesitan… Hay que recordar uno de los recursos que citábamos de la «psicología positiva»: ¿qué puedo hacer todavía?
Un poema de Emili Guanyavents —poeta catalán contemporáneo de Maragall— hace despertar a este abuelo de su pesimismo para seguir caminando por el camino de la vida hacia la verdadera felicidad. Dice así:
En el rayo escaso que el sol de invierno envía,
sentado en el portal de la masía
va un viejo barboteante:
—¿Qué hago en el mundo, si ya para nada sirvo?
¡Para dar un paso, Dios sabe lo que sufro…!
Luego… casado el mayor…
De repente, su hijo, tocándolo por detrás,
—¡Padre! —le dice con cara risueña—
¡Un chico…! ¡Todo ha ido bien!
Y el viejo, yéndose levantando, con voz conmovedora:
–Aún puedo servir de algo.
Vamos. Yo le besaré.
El niño expresa en voz alta lo que Chesterton decía de los niños: en cada niño, todas las cosas del mundo se vuelven a hacer Compartir en X






