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A fuego lento

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Es el título en español de la película, A fuego lento. Pero me gusta más en francés, idioma de la versión original. La passion de Dodin Bouflant. Me la recomendó un amigo, y acertó de pleno. Desde su maravilloso y magistral comienzo, el filme me atrapó hasta dejarme embobado frente a la pantalla con los créditos finales.

Comienza casi en silencio, con pocas palabras, tan solo las necesarias, acompañadas de los característicos sonidos de una cocina. Una cocina de las antiguas, de las de fuego de carbón. Una cocina que, ya antes de que empezaran a dejarse ver los manjares que en ella se elaboraban, ya entonces me hacía salivar. Pero no solo la cocina. Las cacerolas, las ollas, las sartenes, la estancia misma, espaciosa y adecuada, no solo para cocinar sino también para estar. No obstante, de ahí viene la palabra hogar, del latín focus, fuego, porque antiguamente la vida se hacía en las cocinas. La luz, los personajes moviéndose de un lado para otro sin prisa pero sin pausa, manejando los ingredientes con el mimo necesario, el método, el trabajo en equipo. Ya desde el principio la película atrapa, sobre todo si eres, como yo, amante de la cocina y del buen comer.

Después vienen otras escenas, también fantásticas. Porque toda la película lo es. La huerta, la bodega, la sensibilidad y la delicadeza de la niña Pauline, la exquisitez de los diálogos. Las cenas de los amigos, bien servidas, bien comentadas, bien saboreadas, bien disfrutadas, sin gula, con delicadeza. Con sensibilidad, con cariño, como acariciando cada bocado con la boca antes de deglutirlo. Es divertida, a la par que entrañable, la escena en la que todos cubren sus cabezas, como si fueran a tomar vahos para el resfriado, con el fin de apreciar con mayor intensidad el aroma y el sabor de unas perdices. Toda la película es pura literatura.

Juega también un papel importante el fuego. No solo en la cocina. El fuego que arde en las chimeneas, la de la cocina, pero también la de la habitación de Eugenie, dando calor al ambiente. Y las velas, que iluminan las escenas, creando unas atmósferas cálidas y sugerentes. El fuego, que como ya hemos dicho, es uno de los elementos principales del hogar, tanto que le da nombre.

Dodin se pasa gran parte de la película tratando de conquistar a Eugenie, y al que enamora es al espectador. No solo él. Cada personaje, a su modo, ejerce un atractivo que te va atrapando, que te va sumergiendo en la atmósfera del filme, que va logrando que te imagines ser uno más en la cocina, en el comedor, en la huerta… También el idioma es perfecto para esta película. Es posible que en el Cielo, cuando cocinemos y cuando comamos, hablemos en francés.

Para mi mujer la película es lenta. Algo con lo que no puedo estar más en desacuerdo. Algo, sin embargo, que entiendo perfectamente. La vida moderna nos impone un ritmo frenético, vamos de un lado para otro como pollos sin cabeza. Y cuando un director de cine nos «obliga» a pararnos delante de la pantalla, si no estamos acostumbrados al silencio y a la quietud, entonces puede parecer que la cosa no avanza. Pero el ritmo de la vida, el de la vida de verdad, es más parecido al de la película que al que llevamos en las grandes ciudades. Quizá por eso me gusta tanto el campo. Porque allí todo es más sosegado, más pausado, menos alocado. El ritmo de la película es el que tiene que ser, para que todo se cocine como Dios manda.

Decía al principio que me gusta más el título original. Sin embargo, le reconozco su acierto a la adaptación al español. A fuego lento. Todo en la vida es mejor a fuego lento. Los platos saben mejor a fuego lento. El amor se cocina mejor a fuego lento. Las sobremesas, a fuego lento. Las reuniones con amigos, los paseos por el campo, las buenas conversaciones… A fuego lento. Porque así es más auténtico y porque todo así sabe mejor.

En esta vida tan frenética que llevamos nos sobran prisas y nos falta volver a cocinar juntos, reunirnos en torno a la mesa para disfrutar con calma de lo cocinado y de buenos vinos, nos faltan sobremesas interminables. Todo eso hace comunidad, lo contrario de las prisas, que llevan al individualismo y a la fractura de los lazos que nos unen y que hacen la vida más dulce y del mundo un lugar más habitable.

Películas como esta me hacen pensar en el Cielo, donde los banquetes serán prodigiosos. De hecho, Jesús compara a menudo el Reino de los Cielos con un gran banquete. Dijo Cristo, antes de partir hacia el Padre, que se iba para prepararnos una morada allá arriba. Si puedo elegir, quiero que la mía tenga una cocina como la de la película. Y si yo fuera rico, dedicaría gran parte de mi tiempo a aprender a cocinar bien y a agasajar a los que quiero con mis elaboraciones.

Cada personaje, a su modo, ejerce un atractivo que te va atrapando, que te va sumergiendo en la atmósfera del filme, que va logrando que te imagines ser uno más en la cocina, en el comedor, en la huerta Compartir en X

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