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Los sueños en la Biblia

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Desde los albores de la humanidad, el hombre ha creído ver en los sueños la puerta a mundos que se entrelazan con el suyo y le revelan secretos, presagios, desgracias, promesas. También en la Biblia son los sueños un tema recurrente. ¿Cómo entenderlos desde un prisma católico?

Podemos afirmar que, en la Antigüedad, el hombre otorgaba a los sueños un carácter revelador. La divinidad enviaba un mensaje, alegórico y enmarañado, que hacía falta interpretar — desenredar — y que podía ser de buen o mal agüero. De ahí que en la mayoría de las culturas, la oniromancia, la interpretación de los sueños, tuviese un puesto importante entre las artes adivinatorias, registradas entre los babilonios, los griegos, los romanos e incluso los aborígenes australianos. No es sorprendente que la Biblia hable de Dios revelándose a través de los sueños.

«Los sueños vienen de las muchas tareas» dice el Eclesiastés, y Occidente parece esta vez más inclinado a creérselo. La filosofía de la ciencia no presta atención al carácter premonitorio de los sueños, prefiriendo redirigir sus investigaciones al componente médico, tal vez psicológico, pero siempre racional y medible de estos. De acuerdo con la fisiología, los sueños son, esencialmente, nuestra manera de procesar información mientras dormimos. En la fase REM —la más profunda de nuestros sueño—, nuestra actividad cerebral aumenta hasta alcanzar los mismos niveles que cuando estamos despiertos, a fin de anclar aquello que hemos aprendido y experimentado durante el día mediante múltiples asociaciones sensoriales. ¿El resultado? Mejores funciones cognitivas, mayor descanso, memoria más ágil, recuerdos y aprendizaje más profundos, más arraigados.

Si la ciencia de nuestro siglo tiene razón y el sueño no es más que un proceso corporal higiénico y banal como pudiera serlo la digestión o la respiración, ¿cómo hemos, pues, de interpretar los cristianos de hoy en día los sueños bíblicos? ¿Se apareció realmente Dios? Y, ¿se nos puede aparecer a nosotros también? ¿Cómo distinguir?

En primer lugar, Dios sí se apareció realmente en los sueños de la Biblia. No hay por qué pensar que no fue así: Él, que es omnipotente, puede usar los sueños como canal de comunicación, como lo hizo, por ejemplo, al advertir a José de los planes homicidas de Herodes. En tiempos modernos, Dios se ha comunicado a través de los sueños con múltiples santos, cuyas revelaciones han sido aprobadas por la Iglesia. Pensemos, por ejemplo, en los sueños didácticos de San Juan Bosco.

En segundo lugar, las revelaciones de Dios han sido a través de santos y santas, hombres y mujeres con una relación profunda y especial con Él. El profeta Daniel, Salomón, José hijo de Jacob, San José: todos ellos eran justos y, por tanto, aptos para un encuentro con Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica advierte que:

«Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. […] Todas las formas de adivinación deben rechazarse.» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2115 & 2116)

Sí, Dios se nos puede manifestar a través de los sueños como ya lo hizo en la historia. Las posibilidades son, no obstante, escasas, y los requisitos difíciles, si no imposibles, de reunir. Conviene, entonces, que trabajemos más en nuestra santidad que en lo que pasa por nuestras cabezas después de un día ajetreado; conviene, definitivamente, que busquemos nosotros el diálogo activo con Dios a través de la oración y que le obedezcamos, sin esperar descubrirlo en la pasividad del sueño, que ya se sabe que, los sueños, sueños son.

«Respondió Daniel ante el rey, y dijo: En cuanto al misterio que el rey quiere saber, no hay sabios, encantadores, magos ni adivinos que puedan declararlo al rey. Pero hay un Dios en el cielo que revela los misterios»- Daniel 2:27-28

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