El pasado 10 de septiembre de 2025 se produjo el vil asesinato de Charlie Kirk. Fue un activista conservador y conversador, pues para alcanzar su objetivo político quiso recuperar el espíritu de la Universidad.
Esto no es baladí, porque desde su fundación en la Edad Media fue una institución que tuvo como objetivo alcanzar la verdad a través del dialogo. Es conocida la definición que Alfonso X ofreció en las Partidas (1256): “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes”. Así fue porque la Universidad, que es uno de los pilares de la civilización occidental, es una institución católica. Esta palabra remite, no por casualidad, a la misma etimología (“universal”) y se deriva de una convicción que siempre acompañó a la Iglesia: el cristianismo es la religión del Logos, que llevó a su plenitud los descubrimientos filosóficos de los griegos y los renovó desde la Revelación.
Mitos
Aunque los enemigos de la Iglesia han inventado y difundido el mito de una Edad Media oscura, fanática e ignorante, la Universidad evidencia que no fue así. Sin entrar en detalles, por no ser este el objetivo del artículo, baste recordar que el franciscano Roger Bacon planteó el método científico en Oxford durante el siglo XIII; y que las verdades de la fe católica se debatieron en el ámbito universitario. Con este espíritu, los supuestamente fanáticos católicos medievales fundaron también las llamadas “escuelas de traductores”. Además de la de Toledo, patrocinada por Alfonso X pero impulsada por el arzobispo cluniacense Raimundo de Sauvetat, existieron otras muchas. Entre ellas las de Vic y Ripoll, así como las que estableció San Raimundo de Peñafort en Túnez y en Murcia.
Todos estos studium fomentaban la traducción de textos para evangelizar desde la razón a los musulmanes y judíos.
De hecho, también existieron debates públicos que condujeron a muchos de ellos a abrazar la fe católica. El propio San Raimundo de Peñafort dirigió la Disputa de Barcelona (1263), que enfrentó al converso Pablo Christiani con el rabino Nahmánides, y San Vicente Ferrer predicó incansablemente a los judíos. Por su parte, el gran intelectual y beato Raimundo Llulio se jugó la vida predicando a los musulmanes del norte de África.
Ciertamente, la Edad Media cristiana no debe idealizarse, pues también existieron episodios de violencia y persecución. Pero esto no es lo sorprendente, dado que es lo propio de la concupiscencia humana.
Lo novedoso fue la existencia de intelectuales que, gracias a su fe, buscaron la verdad a través de la razón.
Un empeño que les llevó a configurar un tipo de comunidad dedicado específicamente a esta misión: la Universidad. Y esto, muchos siglos antes de que Habermas hablase de la “razón comunicativa”, en lo que es un intento de superar la contradicción a la que conduce un mundo postmoderno que no cree en la verdad aunque sabe que la necesita. Así quedó claro en el famoso debate que en 2004 mantuvo con uno de los intelectuales que más se han esforzado por recordar a los cristianos que la nuestra es la religión del Logos: el cardenal Joseph Ratzinger, luego papa Benedicto XVI.
Frente a este espíritu, que permaneció durante siglos a pesar de las contradicciones, la Universidad se fue volviendo de cada vez más sectaria, particularmente en lugares como los Estados Unidos del siglo XX. En este sentido, parece ser que incluso el asesino de Kirk, de familia conservadora, se ideologizó después de asistir a clase.
Sectarismo
Ejemplifica un proceso de radicalización de los estudiantes que no se puede achacar ni mucho menos al trumpismo, como algunos pretenden estos días, puesto que es muy anterior. Entre quienes mejor lo han analizado se encuentra Jonathan Haidt, quien junto con Greg Lukianoff publicó en 2018 un interesante libro que explica la polarización de los norteamericanos, The coddling of the American Mind. Los dos autores son de ideología liberal, abiertamente antitrumpistas y seguidores del Partido Demócrata. Pero esto no les impidió ver el sectarismo que se apoderó de las universidades norteamericanas, donde frente al dialogo se han impuesto cosas tan ridículas como los “espacios seguros”, esto es, lugares a los que un estudiante puede acudir para no sentirse ofendido. Es la misma lógica que ha llevado a vaciar bibliotecas de libros “ofensivos” por su occidentalismo. Y por supuesto, la que ha impulsado innumerables escraches y ataques a personas que, por no ser de ultra izquierda, se ha vetado la entrada en las universidades.
¿Por qué se ha llegado a esta situación de sectarismo extremo?
En primer lugar, debido al arraigo de una mentalidad que desprecia la Verdad. Esta es objetiva, pero misteriosa, y requiere del dialogo para ser desvelada. Sin embargo, las ideologías contemporáneas -comunismo, fascismo, etc.- le despojaron del misterio y creyeron poseerla. Esto fue un paso importante hacia el fanatismo. Pero peor fue el postmodernismo, que directamente desechó la idea de verdad y, en su lugar, estableció el poder como horizonte de la existencia.
El empoderamiento, que busca restaurar la dignidad de la víctima convirtiéndola en opresora, sustituyó así al dialogo como método de acceso a la realidad. Recuérdese la tesis sobre la “tolerancia represiva”, que llevó a uno de los adalides de la Nueva Izquierda, Herbert Marcuse, a plantear en 1965 la necesidad de establecer un discurso políticamente correcto que excluyese a quienes sus seguidores llamaron propagadores de “discursos de odio”.
Frente a ello, Kirk trató, a través de un dialogo siempre respetuoso y profundamente argumentado, de devolver a la Universidad su esencia como entidad que busca la Verdad. Su asesinato evidencia el desprecio por esta noción, pero también algo más: el maniqueísmo que se ha instalado en las ideologías contemporáneas. Un maniqueísmo que es, como toda herejía, una corrupción del mensaje cristiano. En este caso, de las nociones del Bien y del Mal. Así explicó el filósofo Francisco Canals la característica esencial del “espíritu moderno” (y postmoderno) que busca con las ideologías una “redención de finalidad y sentido inmanente a la historia humana”: “en esta redención no se trata, como en la cristiana, de liberar al hombre del pecado y del mal, concebidos como privación y desorden, sino que atribuyéndose entidad positiva al mal, o lo que es lo mismo, entendiendo como constitutivamente malo algún elemento del orden universal o de la vida social humana, se pretende liberar mágicamente al hombre de él por la fuerza redentora y cuasi sacramental de algún otro «elemento del mundo» , al que se atribuye aquél carácter sagrado y redentor” (Canals, Francisco: Mundo histórico y Reino de Dios, Ediciones Scire, p.144).
Es decir, para la tradición cristiana el bien es absoluto y el mal relativo, porque el primero tiene sustancia propia y el segundo es su ausencia.
Esto tiene una importancia radical, porque significa que el cristiano busca sembrar el bien que conoce allí donde está ausente, mientras que el seguidor de las ideologías modernas cree que es posible destruir el mal -a los malos- directamente, sin referencia alguna al bien. Así se entiende una frase que se ha escuchado mucho en los últimos días: “las personas de derechas consideran que las de izquierdas están equivocadas; las de izquierdas creen que las de derechas son malas”. Puede ser algo simplista, pero totalmente acertado si por “derecha” aludimos a un conservadurismo de tradición cristiana y por “izquierda” nos referimos al extremismo que va desde el marxismo clásico al postmoderno.
Es la actitud mental que explica que cientos de personas se hayan alegrado del asesinato de Kirk. Ocurre que, imbuidos en su ideología, están convencidas de que el bien está más cerca de ser implantado porque existe un “malo” menos. Justo lo contrario que él predicaba: la posibilidad de superar el mal convenciendo del bien a quienes todavía no lo habían descubierto.
En definitiva, este trágico suceso revela no ya una crisis de valores, sino algo más profundo: un desprecio por la virtud, que es el camino que conduce hacia los trascendentales del ser. Principalmente, el bien y la verdad, que hemos aludido, pero también el tercero, la belleza. Una belleza en la que no hemos entrado, pero que también odiaban los radicales porque Kirk la mostraba continuamente a través de su familia. Esto es esencial, porque si hemos dicho que la Universidad es una comunidad que fundamenta la civilización occidental, la familia es todavía más importante en tanto que, por ser natural, es la comunidad que da sentido a todas las demás. Y por eso mismo, la que más se esfuerzan por destruir los radicales de extrema izquierda.
Otro de sus padres intelectuales, Theodor Adorno, planteaba abolir la familia para acabar con los “fascistas en potencia”, mientras que Wilhelm Reich aseguraba en 1936 que la libertad política vendría del desenfreno sexual. Son estos autores, y el citado Adorno, los que infestaron con sus ideas trasnochadas la Universidad estadounidense y europea, consiguiendo que el desprecio por el prójimo se haya asentado en el corazón de cientos de miles de personas. Por todo ello, el asesinato de Kirk revela a qué ha conducido la deconstrucción de Occidente, y la necesidad de restaurar una civilización fundamentada en el amor de Dios.










