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¿Eres más de belén o de árbol?

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Como cada año, la cercanía de las fechas navideñas nos trae un sinfín de adornos, luces y todo tipo de parafernalias que instaladas en todos nuestros lugares de tránsito y vida nos recuerdan que estamos en un tiempo especial. Se trata de la demostración externa de una época importante del calendario que para un cristiano es el nacimiento del Niño Dios y para un no creyente una oportunidad de vivir principios de hermandad y solidaridad con los demás.  Símbolos que se repiten año tras año. Y en este momento es normal la sempiterna pregunta: ¿eres más de belén o de árbol?

Los habrá que se acojan al belén tradicional, los habrá que decidan optar por el árbol e incluso por la fórmula que cada vez se extiende más y que parte del eclecticismo en que ambas propuestas tienen cabida. Sea cual sea la opción elegida, todas tienen su historia.

Se habla de San Francisco de Asís como el verdadero inventor del belén.

En 1223, en el interior de una gruta, colocó una figura de Niño Jesús en un pesebre junto con un buey y un asno. Este hecho, que podía haber pasado totalmente desapercibido, se convirtió en crucial cuando la figura del niño en plena celebración de la misa cobró vida. Con la autorización del Papa Honorio III, la noticia de este milagro se fue extendiendo en todos los conventos franciscanos, que llegado el tiempo de Navidad adoptaron la costumbre de rememorarlo colocando el mismo escenario.

Fallecido San Francisco, sería Santa Clara la encargada de difundir la tradición de colocar un pesebre en sus conventos. De los conventos pasó a las casas particulares. Primero son las más humildes las que adaptan con mayor agrado esta tradición, pero acabará instalándose también en los palacios y casas de gente de alcurnia.

El árbol de Navidad, por su parte, parece proceder del culto indoeuropeo a los espíritus arbóreos de la naturaleza.

Poco a poco este culto acaba cristianizándose, adaptando el árbol al paraíso terrenal. Más tarde la adopción del abeto parece ser producto de su forma triangular, en la que se veía reflejada la Santísima Trinidad. Lo de poner adornos se lo debemos a una ocurrencia de Martín Lutero, que decidió adornar un árbol con velas encendidas representando cada una de ellas a un familiar fallecido, que de esa manera se encontraba presente en esas fechas. Porque sí, si en algún lugar triunfó el árbol navideño fue sin duda en el ámbito protestante debido a la tendencia iconoclasta de la Reforma luterana.

Los símbolos como vemos poseen un complejo entramado cultural detrás. Siempre trascienden su contenido literal para hacernos partícipes de significados o creencias reorganizados a lo largo del tiempo. Los símbolos son muy importantes en su manifestación externa, pero no debemos olvidar que solo son efectivos si sirven como transformación interna.

Adornemos nuestras calles y decoremos nuestras casas, pero no olvidemos hacer un sitio en nuestro corazón al recién nacido, él no necesita de adornos. Feliz Navidad.

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