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Ante la epidemia: bisturí, doctrina, punto medio

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Hay que doblegarles esa soberbia. Para bien suyo y el de tantas almas a las que de camino van sometiendo a su egotista voluntad de libre arbitrio. Me atrevería a afirmar que a la Humanidad entera. Parece grandilocuente, pero no lo es. ¿Te has percatado, amigo lector, de cómo van algunos esparciendo por doquier una falsa doctrina humana, civil y religiosa? Entre todos debemos pararles los pies, o acabaran por corromper lo poco que queda por pudrir en nuestra sociedad planetaria. En efecto, son un cáncer que carcome todo el organismo, metástasis sublime y cruel que quema hasta las partes más delicadas e inocentes: los niños y los débiles de voluntad, que son tantos.

Ya de nada sirven los avisos, las advertencias, los razonamientos. Contra la imposición general y despiadada no caben las medias tintas. Por aquello de la prudencia hemos esperado tanto en reaccionar porque no dábamos importancia a la aparición de una ideología sectaria minoritaria pero dominante que lo que hace es imponerse por la fuerza. Ahora, ante la evidencia que nos presenta la vista y hasta la razón, no damos crédito al desolador panorama que, de improviso, nos ha cogido así, sin más, desnudos por sorpresa. Un panorama que enturbia, perturba, trastorna hasta la visión más diáfana, porque viene directamente del Maligno, pues ha llegado su hora. Ya tenemos aquí al Príncipe de este mundo, en palabras de Jesucristo (Jn 14,30; Jn 16,11). Es un combate en el que la lucha ha llegado a ser a vida o muerte. Es preciso sacar la bolsa de herramientas y agarrar el bisturí; extirpar el quiste, antes de que sea tarde y peligre la vida por una gangrena pansistémica.

Fíjate en cómo están actuando los chinos en su país ante el avance del coronavirus: mascarilla y confinamiento, cuarentena total; pero construyen barrios y hospitales para contenerlos. Radicales. Así debemos actuar nosotros: primero, extirpando el quiste -también en la Iglesia-, y al unísono, presentando la doctrina cristiana clara y simple, que lo es, sin florituras y sin concesiones. Para eso, para construir ese edificio, debemos primero aprenderla, cosa que deberemos hacer al tiempo que la difundimos. Y la mejor difusión –no lo olvides- es el testimonio, el ejemplo de una vida santa.

Significa que debemos extender la formación, no solo a los sacerdotes, sino también al laicado, que debe ser permanente y periódica para ambos, y crear pequeños núcleos de práctica religiosa vívida, límpida y vivida. Es lo que empezamos a advertir: cómo el Espíritu Santo se está desparramando, diseminando, sembrando por doquier con inusitada fuerza centrípeta nuevos movimientos y comunidades cristianas que parecen nada pero lo son todo: núcleos del caldo de cultivo que, cuando Dios crea llegado su momento, completará el mosaico creando el Nuevo Mundo profetizado en el Apocalipsis: el Reino de Cristo en la Tierra. Son obras santas, católicas y apostólicas, como repetimos en el Credo (Vid. Catecismo de la Iglesia Católica). Por tanto, debemos implantar un anuncio profético en el contenido. Será implacable.

Solo hay un límite, no en el contenido sino en la forma. En cómo llevamos a cabo nuestra misión, tan claro como se ve el camino. La manera como decidamos incardinar la doctrina deberá ser teniendo en cuenta las particularidades, como ha afirmado clarividente el Papa Francisco. Para eso, la formación debe ser plurisectorial.

Aclaremos: no se ve el camino, pero sí la puerta, que es la estrecha, como afirma Jesucristo (Mt 7,13-14; Lc 13,24). Por tanto, de paso difícil, angosto y limitado. Ese límite al que llevar nuestra misión para sobrepasarlo lo dice todo en sí mismo: hay que encontrarle el punto medio, como al zapato lo hace su horma. El punto medio: territorio de la sabiduría. Aristóteles. El sabio de los sabios. Todavía influye en nuestra sociedad occidental, pues la cultura que poseemos está radicada en la Grecia y Roma clásicas, sobre las cuales se construyó el edificio del cristianismo que nos caracteriza y nos expande por doquier. Porque es el auténtico, el único fundado sobre roca, es y será el único que perdurará. Luego, valor, fuerza, paciencia, ¡resistencia!: ese será el cóctel que recetaremos mientras caminamos y adoctrinamos. Por más que nos asolen pestes y guerras, el tiempo hablará.

Todo está profetizado. Contenido de manera sintética y simbólica en la Biblia (libro sagrado), la doctrina de la Iglesia (que es la de Jesucristo), la Tradición y sorprendentes revelaciones privadas, algunas de ellas no aprobadas. La sana doctrina, no la contagiada por preceptos humanos. Por eso debemos amarrarnos a ella, apoyados de manera incondicional en el Papa, y evitar el dejarnos ir ni dejar ir a más infelices que se consumen en el infierno de su egoísmo. No podrán contra nosotros, los católicos, y tampoco se saldrán con la suya: el Infierno real, eterno, les espera. Debemos ayudar a que no caigan más en él. Defendamos, amigo lector, tú y yo, la Verdad, hagan lo que hagan y digan lo que digan los demás. ¿Empezamos?

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