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Apóstoles de la esperanza (II)

Como quedamos la semana pasada, continuamos dilucidando nuestra caminata futura. Es difƭcil retraerse a tanta maldad. Hemos llegado a extremos que nos hubiera parecido imposible imaginar hace solo unos meses. El mundo cae, y los hay que lo dejan caer para adueƱarse de lo que quede y apropiarse de las pƩrdidas de tantas y tantas personas de buena voluntad que, creyentes o no, siguen fieles a la Verdad.

¿Para qué engañarnos? ”Ya basta de medias tintas! Ahora toca responder, o acabaremos de caer los que mantenemos (o suponemos mantener) la débil llamita encendida. La izquierda radical estÔ apoderÔndose del pastel, y su homóloga derecha trata de hacerlo a su manera, pero todos con guante blanco y de postín en sus tugurios, donde planean tanta bacanal.

Ya casi que no podemos hablar de legitimidad de partido. Por doquier se esparce la ideologĆ­a mĆ”s radical, que se lo come todo, con voracidad animada por el satanismo que, ya descarnado, se presenta abiertamente con mĆ”s y mĆ”s descaro. Y como no pueden digerir tanto de golpe, lo que hacen es dejarlo caer todo y hasta ir a empujoncitos –divertidos ellos- para que caiga, por el capricho de unos pocos que desde arriba y desde abajo pero dirigidos desde arriba pretenden dominar presentĆ”ndose en pĆŗblico como los salvadores, pues son los ā€œiluminadosā€. Los Ćŗnicos legitimados para hacerse con el poder.

Y, después, ¿qué? La comunidad planetaria de pueblo servil sometido a las órdenes de la casta superior, altamente especializada en el dominio de la oratoria y hasta en el control mental, con todo el poder y seducción de los demonios y los recursos en sus manos. Lo mÔs sibilinamente y subliminalmente que no parecería real si no fuera porque lo es. ”Se estÔn superando, señores!

Sabemos que Dios no nos dejarĆ”. ā€œNo os dejarĆ© huĆ©rfanosā€, nos recuerda JesĆŗs (Jn 14,18). ā€œEl EspĆ­ritu de la Verdad (…) que el Padre enviarĆ” en mi nombre (…) os enseƱarĆ” todo y os recordarĆ” todas las cosas que os he dichoā€ (Jn 14,17.26). AsĆ­ pues, revistĆ”monos con la armadura de Dios, para que podamos resistir en el dĆ­a malo, permanecer firmes, ceƱidos con la Verdad, revestidos con la coraza de la justicia, calzados los pies y tomando en todo momento el escudo de la fe, con el yelmo de la salvación y la espada del EspĆ­ritu, que es la Palabra de Dios, orando en todo momento y vigilando con toda constancia (Cfr. Ef 6,10-20). Prediquemos, pues, a tiempo y a destiempo, insistiendo con ocasión y sin ella, reprendiendo, reprochando y exhortando, siempre con paciencia y doctrina (Cfr. 2 Tim 4,2). Sabemos que nosotros resurgiremos como Pueblo de Dios que somos, imbatibles, pero la desolación vendrĆ”: serĆ” ā€œdonde se reĆŗnen los buitresā€ (Cfr. Lc 17,37).

Así las cosas, preparémonos para la que viene. Pero, con tanto ruido y ajetreo, que no se nos olvide lo principal: la oración, para mantener la fe. En efecto, debemos orar. Con el corazón mÔs que con las palabras. Orar insistentemente y con todo el fervor que nos quede, por todos nosotros, pero primero por todos ellos, pobres infelices, y tratando de extender la llamita aunque solo sea vela a vela. Así empezó Jesús con doce pescadores, y esos Apóstoles le sucedieron de camino al Reino. Nuestra oración nos mantendrÔ en pie y posibilitarÔ la regeneración personal y comunitaria.

JesĆŗs, el Hijo de Dios vivo, nos dio su palabra de que, si no le dejamos a Ɖl, lo podremos todo: hasta mover montaƱas (Mt 17,20), tragar veneno sin que nos afecte (Mc 16,18), y Ā”nada nos serĆ­a imposible! (Mt 17,20). Eso sĆ­, la lucha serĆ” denodada y agotadora, toda vez que esperanzada. De ella hablaremos en el próximo artĆ­culo de la serie.

Apóstoles de la esperanza (I)

La izquierda radical estÔ apoderÔndose del pastel, y su homóloga derecha trata de hacerlo a su manera, pero todos con guante blanco y de postín en sus tugurios, donde planean tanta bacanal Clic para tuitear
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