Escuché recientemente a una arquitecta en una entrevista, hablando con entusiasmo sobre las nuevas viviendas sin cocina, las llamadas kitchenless. Lo decía con rotundidad: “Gracias a Dios, las mujeres ya no tenemos tiempo para picar cebolla, ni para estar cocinando mientras esperamos a nuestros maridos y planchamos camisas”. Añadía que todo esto es parte del pasado, que la sociedad ha evolucionado y que debemos celebrarlo.
Yo no puedo celebrar nada. Y si pudiera responderle, lo haría con palabras de G.K. Chesterton, que hace un siglo ya advirtió del desprecio creciente hacia la vida del hogar, como si fuese una carga menor o un papel para personas menos capaces. Dijo: “Comenzaron diciendo que solo las tontas se dedicaban al hogar. Después apartaron de él a las mujeres sensatas y vieron cómo se volvían tontas, y ahora no consiguen que nadie se dedique a lo que en un principio despreciaron como estupidez”.
Hoy, con aire moderno y triunfalista, se repite ese mismo escupitajo hacia todas aquellas mujeres que han entregado su vida a hacer hogar. Que han educado, cuidado, cocinado, planchado, acompañado. Como si todo ello no valiera nada, como si la libertad consistiera en dejar de estar presentes.
Chesterton también recordaba que lo que se hace en el hogar no puede hacerse sin estar en él. Que la educación más vital, la que ocurre en la infancia, no puede separarse de la vida compartida. Que la vida pública, esa que se mide en títulos, sueldos y cargos, no es más grande que la vida privada: es más pequeña. Fragmentaria. Parcial. Solo la vida del hogar —completa, continua, invisible muchas veces— abraza todo lo que somos.
Muchas mujeres sabias, empoderadas, reflexionaron sobre esto. Y con plena libertad, no quisieron dirigir Pepsi y Coca-Cola a la vez. Querían dirigir con exclusividad una gran empresa: SU HOGAR. No porque fueran menos, sino porque sabían bien lo que estaban construyendo: una vida entera.
A todas ellas, a las que están y a las que vendrán, quiero recomendar un libro necesario: En casa, de Aurora Pimentel. No es un libro de recetas ni de decoración. Es una reflexión honda, valiente y actual sobre el pensamiento de Chesterton acerca del hogar y lo doméstico. Un regalo para quienes entienden la grandeza de lo pequeño. Para las madres, para las mujeres prudentes, sensatas, sabias, valientes. Las que no se dejan arrastrar por modas ni discursos prefabricados. Las que saben, como dice una de las frases más hermosas del libro, que: «Cada casa se alza justo en el centro del mundo. Cada una ha sido alguna vez el corazón de todas las cosas y el final del viaje».
Sí, necesitamos casas con cocina. Necesitamos sentarnos juntos a la mesa, oler a sopa recién hecha, ver la vida crecer al calor de una conversación. No es pasado. Es humanidad.
La arquitecta hablaba también de las “contradicciones del ser humano”: comprar comida preparada, pero luego reunirse para hacer crochet. No, querida arquitecta. Eso no es contradicción. Son anhelos legítimos del corazón insatisfechos, que buscan, como pueden, el calor de un hogar que se está perdiendo.
Y por eso, ¿Ampliamos la cocina? Why not?
P.D: Tranquilo Mr. Square lo de ampliar la cocina era en sentido figurado… o no.
Sí, necesitamos casas con cocina. Necesitamos sentarnos juntos a la mesa, oler a sopa recién hecha, ver la vida crecer al calor de una conversación. No es pasado. Es humanidad. Compartir en X