En opinión del historiador británico, Arnold Toynbee, el factor evolutivo de las civilizaciones -génesis, crecimiento, madurez, desintegración- siempre es un reto o un desafío. Si se supera, hay progreso y, si no se supera, la civilización sucumbe o se detiene. Las soluciones son aportadas por “minorías creativas” y aplicadas a las masas. Si las minorías degeneran, llega la crisis y la desintegración. Toynbee ha escrito una verdadera Filosofía de la Historia, es decir, una visión sistemática y unificadora de la historia de la humanidad. En su obra monumental se puede leer que “las civilizaciones crecen gracias a un élán (impulso, ímpetu) que las lleva a la incitación, a través de una respuesta, a una nueva incitación; y de la diferenciación, a través de una integración, a una nueva diferenciación; es una combinación sucesiva de élan y mimesis (imitación), que es indispensable para conseguir el camino del progreso“.
En alemán existe un número importante de palabras compuestas que llevan Wende al final, y por eso puede parecer un concepto modesto. Sin embargo, Wende -punto de inflexión, travesía del Rubicón, cambio radical, revolución- es algo grande, relevante. Se produce cuando se descartan creencias profundamente arraigadas. Cuando el comunismo se derrumbó, die Wende hizo que la reunificación fuera inevitable, borrando la asunción que una Alemania dividida entre Oeste y Este debía durar para siempre.
Angela Merkel, impresionada por el desastre nuclear japonés de Fukushima, arrancó hace diez años la Energiewende, tomando la decisión radical de cerrar todas las centrales nucleares alemanas. La energía nuclear debía ser sustituida por energías renovables, pero también por carbón y, sobre todo, por más gas proveniente de Rusia. Fue una decisión precipitada. Hoy es una de las heredades controvertidas de aquella gran cancillera que estuvo dieciséis años en el poder. Los fabricantes de coches hablan de Verkehrswende o revolución del transporte, que debe enviar el motor de combustión del centro de su negocio al punto limpio.
El concepto de Zeitwende es más importante que los anteriores. Significa un cambio de época. Y esto es lo que se está produciendo en estos momentos en Alemania, a consecuencia de la invasión rusa de Ucrania.
La UE, que es sobre todo un proyecto de paz y de reconciliación entre viejos enemigos, ahora se atreve a utilizar el lenguaje de la guerra
Europa también está experimentando su propio cambio de época. Mucho de lo que antes era moneda corriente al tratar sobre Rusia, ahora ha cambiado a consecuencia de la invasión de Ucrania, iniciada el pasado 24 de febrero. La UE, que es sobre todo un proyecto de paz y de reconciliación entre viejos enemigos, ahora se atreve a utilizar el lenguaje de la guerra. Un continente acostumbrado a divisiones internas, ahora ha recuperado su unidad de acción. La UE ha despertado repentinamente a la geopolítica. Las instituciones europeas, históricamente dedicadas a dictámenes y reglamentos que significan largos procedimientos burocráticos, de repente ha sido capaz de encontrar un camino rápido para obtener recursos importantes y hacer llegar, en cuestión de días, aviones de combate a la fuerza aérea de Ucrania.
De todas las Wende que ahora se ven en Europa, la alemana es crucial. Es algo que nadie esperaba.
Mientras otros aliados europeos, al comienzo de la crisis, se hacían eco del llamamiento estadounidense y adoptaban inmediatamente sanciones contra Rusia, Alemania optó por no reaccionar con dureza ante una Rusia que le enviaba por gasoducto el cincuenta por ciento del gas consumido en el país. Alemania no abandonaba su tradicional pacifismo y sólo estaba dispuesta a enviar cascos a Ucrania, mientras los aliados occidentales mandaban armas. El canciller Scholz parecía un mero continuador de la política lenta y reflexiva de Angela Merkel, aunque fueran de partidos distintos. Ella había sido siempre partidaria de retrasar las decisiones tanto como fuera posible. Pero, repentinamente, las cosas han cambiado.
Todo empezó el 27 de febrero, cuando en la sesión del Bundesrat, el parlamento alemán, prácticamente todos los diputados de pie aplaudieron y jalearon al Embajador ucraniano. A continuación el canciller Scholz pronunció un discurso que hará historia. Estaba proponiendo, nada menos, un Zeitwende, un cambio de época, a partir de las medidas que iba desgranando: Alemania no pondrá en marcha el gasoducto Nord Stream 2 que une directamente a Rusia y Alemania a través del mar Báltico. Aprobará un nuevo fondo de gasto militar por importe de cien mil millones de euros. Subirá al dos por ciento del PIB su gasto en defensa, tal y como hacía tiempo le pedía la OTAN. Enviará armas de inmediato a Ucrania. Construirá dos puertos para recibir gas licuado por mar. Se sacrificarán las sacrosantas medidas de equilibrio presupuestario.
“lo que Olaf Scholz había anunciado era el mayor cambio en la política alemana desde la reunificación“
Tyson Barker, miembro del think tank Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, declaraba que “lo que Olaf Scholz había anunciado era el mayor cambio en la política alemana desde la reunificación”. En su discurso, Scholz retomaba palabras que el presidente francés, Emmanuel Macron, venía usando desde hacía tiempo: “Europa necesita urgentemente llegar a su autonomía estratégica”. Scholz reconocía que Alemania no tenía más remedio que reciclar su lenguaje tradicional de prudencia, bajo el peso de su pasado nazi, y aceptar el ejercicio de su rol de líder que necesita la UE.
Al día siguiente de ese discurso, un diario satírico europeo, comentado la gravedad del momento, recordaba un viejo chiste. Un francés pregunta a un inglés, a principios del siglo XX, cuál podría ser el camino más largo para evitar que Alemania llegara a ser el poder dominante en Europa. Respuesta del inglés: hacerle perder antes dos guerras mundiales.
En la ciudad de Bonn, capital de la República Federal de Alemania antes de la reunificación, existe un museo de historia alemana que tiene la particularidad de empezar el relato de los hechos históricos a partir de 1945, final de la Segunda Guerra Mundial. Las primeras imágenes de la muestra son estremecedoras. Ciudades destruidas por bombardeos, migraciones de alemanes del este hacia el oeste por millones, muerte y devastación en todas partes. Sobre las imágenes de un Berlín destruido en un noventa por ciento, un soldado ruso dice a otro: “mira, desde Berlín se ve el campo y desde el campo no se ve Berlín”. A partir de aquella devastación, comienza una nueva historia de recuperación, paso a paso, “sin prisa, pero sin pausa“ (lema de Goethe), hasta la fecha, cuando el Zeitwende convierte a Alemania en potencia dominante del continente no sólo económica y demográfica, sino también en materia defensiva. Eso sí, siempre de acuerdo con Francia (que dispone de armamento nuclear y es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) y dentro del marco de la OTAN (con la omnipresencia de Estados Unidos).
En la segunda mitad de los cuarenta y primeros años de los cincuenta, se inició el proceso de integración europea por la vía comunitaria (Comunidades Europeas), que ha desembocado en la UE actual. Es un proceso que tuvo el acierto de no arrinconar a Alemania, lejos de los errores producidos después de la Primera Guerra Mundial que generaron la aparición de una Alemania revanchista bajo el poder tiránico de Hitler. La Comunidad Europea nació fruto de la reconciliación entre vencedores y vencidos, bajo el lema “nunca más guerra entre nosotros”. Dentro de la UE, Alemania irá subiendo escalones: entrada a la OTAN, milagro económico (Wirtschaftswunder), reunificación, éxito del euro, líder exportador mundial, hasta el Zeitwende.
El gobierno actual alemán está formado por una coalición de tres partidos: socialdemócrata, verde y liberal. Pese a sus diferencias ideológicas, han sabido ponerse de acuerdo en momentos históricos como los actuales. Uno de los grandes méritos es que en su documento programático consta su voluntad de llegar a la unidad política federal de la Unión Europea. La UE ha reaccionado a sus últimas tres grandes crisis o estímulos con respuestas contundentes. Para resolver la crisis del euro (2010) se hizo “todo lo necesario” (Mario Dragui). La pandemia ha tenido dos grandes respuestas: el plan de vacunación y el programa de recuperación Next Generation EU, financiado por la primera emisión conjunta europea de bonos de la historia. La invasión rusa de Ucrania está generando el nacimiento de la UE en la geopolítica, y progresos hacia políticas comunes en materia de inmigración, exterior, energía, autonomía estratégica y defensa. Pero todavía no está dispuesta a dar el salto cualitativo hacia la unión política federal, como propone Alemania.
En frase del Alto Representante de la UE en asuntos exteriores y seguridad, Josep Borrell, la guerra de Putin ha dado lugar a la Europa geopolítica. Este ámbito de las relaciones internacionales nació precisamente en Alemania a principios del siglo XX. La escuela alemana de la geopolítica la encabezó Karl Haushofer, militar de carrera y muy interesado por la geografía. Según él, la clave de la geopolítica es el espacio, son los mapas. Más tarde, Mackinder, famoso geógrafo inglés, desarrolló la teoría de una zona central que constituía un área pivote (heartland, en inglés), e hizo famosa esta frase: “Quien domine la Europa del Este, dominará el heartland o área pívot (Asia Central), quien domine el pívot gobernará la Isla Mundial (Eurasia y África) y quien domine la Isla Mundial gobernará el mundo“.
A la vista de la invasión rusa de Ucrania, en plena Europa del Este, no es de extrañar que la geopolítica haya vuelto al galope a las cancillerías de las grandes potencias, y de manera especial en Alemania.
A la vista de la invasión rusa de Ucrania, en plena Europa del Este, no es de extrañar que la geopolítica haya vuelto al galope a las cancillerías de las grandes potencias, y de manera especial en Alemania Share on X
4 Comentarios. Dejar nuevo
Un artículo interesante en el que, sin embargo, se pasan por alto circunstancias significativas que otorgan un sentido bastante diferente a los hechos enunciados.
En primer lugar, el paso dado por el actual gobierno alemán para «remilitarizar» la política exterior alemana no es en absoluto una sorpresa. Existe en Alemania desde hace más de dos décadas una intensa y a veces agria discusión sobre el papel militar que debería desempeñar el país en el ámbito internacional. A favor de una militarización se ha argüído que Alemania es un gigante por su economía y un enano por su política exterior y que un mayor poderío militar cambiaría esta situación (en este contexto se sitúa la aspiración alemana a tener un puesto permanente con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas). El primer paso en este sentido se dio hace más de 20 años, con el envío de tropas al Afganistán, porque «la seguridad de Alemania se defiende en el Hindu Kush», como afirmaba el gobierno de Schröder y Fischer en aquel tiempo.
En segundo lugar, la militarización de la política alemana no representa un mayor poderío de la Unión Europea, sino todo lo contrario. En el conflicto de Ucrania Europa está actuando contra sus propios intereses y siguiendo las instrucciones de Washington, igual que en el mentado caso del Afganistán y en la ampliación de la OTAN hacia el este. La política exterior alemana, que se había emancipado algo de la estadounidense durante el mandato de Donald Trump, vuelve a su posición tradicional: la subordinación a Washington. Incluso la militarización y las grandes inversiones en las fuerzas armadas anunciadas por el canciller Scholz responden a la presión estadounidense de rearme en Europa para aliviar a los EE.UU., que desean concentrar su fuerza militar en el extremo oriente frente a la China. A medio plazo, para los EE.UU. el centro de gravedad se desplaza al Pacífico y Europa se convierte en un teatro secundario del que deben ocuparse los europeos, pero eso sí, dentro de una OTAN acaudillada por Washington.
En tercer lugar, si algo hay que se ignore en Alemania, en toda la Unión Europea y en los EE.UU. es la geopolítica más elemental. Ejemplos claros y recientes son la guerra del Afganistán, la expansión de la OTAN hacia el este (más habría valido escuchar a Henry Kissinger: https://www.infobae.com/america/wapo/2022/02/25/como-termina-la-crisis-ucraniana/) y la delirante enemistad con la vecina Rusia. Desde un punto de vista geopolítico es difícil cometer más errores.
El cierre del gasoducto Nord Stream 2 es otro ejemplo patente de desastre geopolítico y de subordinación a Washington. El proyecto costó 11.000.000.000 de euros y está ya terminado, pero no entrará en funcionamiento. Ya hay empresas, como BASF, que consideran pedir indemnizaciones al estado alemán. El fin del gasoducto era proporcionar gas directamente desde Rusia a Alemania a bajo coste y sin interferencias de países ajenos a la Unión Europea, como es el caso de los gasoductos que pasan por Ucrania, país que por ejemplo en 2009 bloqueó el suministro a Europa. Los EE.UU. se opusieron desde el principio a Nord Stream 2. La guerra en Ucrania ha sido el pretexto para forzar la cancelación del proyecto. En su lugar, el gobierno alemán comprará gas a Katar y muy probablemente a los EE.UU. Este gas licuado deberá ser transportado en barcos a precio altísimo, con riesgos de seguridad notables y con alto coste medioambiental. En comparación con Nord Stream 2 las importaciones de Katar son, desde el punto de vista geopolítico, un disparate inmenso. Los barcos que transporten el gas deberán pasar primero por el estrecho de Ormuz, zona de conflicto «caliente», vulnerable a un ataque iraní y cuya apertura al tráfico depende del poder naval estadounidense. Luego deben atravesar el estrecho de Bab el Mandeb: en una orilla está el Yemen, en guerra, en la otra Yibuti, miniestado emparedado entre Eritrea y Somalia, países en guerra crónica. En Yibuti, para mantener la seguridad del estrecho frente a los piratas y los conflictos locales, poseen bases militares Francia, Italia, los EE.UU., la China, Alemania y el Japón, y pronto también la Arabia Saudí. Unos miles de kilómetros más al norte las naves deberán cruzar el canal de Suez, a menos de 200 km. de la franja de Gaza. Tras navegar frente a las costas libias, entre otras, alcanzarán Gibraltar y saldrán a las aguas atlánticas, menos conflictivas pero mucho más movidas, para llegar a algún puerto del Mar del Norte como Bremen o Hamburgo.
En enero pasado el jefe de la armada alemana, vicealmirante Schönbach, hizo unas declaraciones en las que afirmaba:
1. Que se debería reconocer el hecho de que Crimea no volverá a ser parte de Ucrania.
2. Que este país no cumple los requisitos para entrar en la OTAN.
3. Que para hacer frente a la China, Europa necesita a Rusia y que él personalmente, como católico, se inclina por una alianza con un país cristiano como Rusia.
Desde el punto de vista geopolítico, que incluye también factores históricos, culturales y económicos, su reflexión era del todo correcta. Pero le costó el puesto.
Más que de una vuelta a la geopolítica, habría que hablar de un analfabetismo geopolítico que no cesa. En vista de su actuación y de lo que revelan sus declaraciones, es muy difícil imaginar que la ministra de asuntos exteriores, Sra. Baerbock (que por conocimientos y aptitudes parece haber ganado su puesto en alguna rifa), haya oído alguna vez hablar de Haushofer…
De ningún modo conviene dejarse engañar por los discursos para la galería y el teatro parlamentario, por rimbombantes que sean.
J. Messerschmidt,
Muchas gracias por sus comentarios, con los que estoy fundamentalmente de acuerdo.
Saludos, Víctor Pou
Este comentario es como otro artículo, muy clarificador e interesante. Gracias.
Gracias a Ud. por el elogio. Me alegro de que le haya gustado