La invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin es un evento geopolítico de primera importancia. Abre una nueva era para Europa y vislumbra un nuevo orden político mundial. La guerra abierta de Rusia contra Ucrania, iniciada el 24 de febrero, afecta a la seguridad, la estabilidad y la paz de Europa, cambiando el panorama geoestratégico europeo y global.
Para la Unión Europea (UE), el choque provocado por la embestida militar del presidente autócrata de Rusia, Vladimir Putin, contra Ucrania tiene un primer significado. O la UE decide dar un salto cualitativo hacia adelante para llegar a su unión política de carácter federal -que es precisamente su objetivo fundacional- y se dota, por tanto, de políticas comunes en materia de asuntos exteriores y defensa, o va directa a la irrelevancia internacional. El papel que la UE está jugando en la crisis actual no está a la altura de las circunstancias, y esto es así porque todavía no ha llegado a la categoría de un verdadero actor global.
El expresidente del gobierno italiano, Enrico Letta, lo ha advertido recientemente con estas palabras: «O la UE llega definitivamente a su unión política o en el futuro sólo podrá tomar una de estas dos decisiones: convertirse en una colonia de Estados Unidos o en una colonia de China». La inercia del actual desafío de Putin lleva a un fortalecimiento del «protectorado» que Estados Unidos ejerce sobre Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a través de la OTAN.
El inspirador del proceso comunitario de integración europea, el francés Jean Monnet, escribía hace siete décadas que «serán necesarias grandes pruebas para que los estados europeos comprendan que la alternativa a su unión política es la irrelevancia». Cabe preguntarse hoy sobre qué pruebas más debe soportar Europa para que sus estados se den cuenta de la necesidad de unirse de verdad. ¿No son la Gran Recesión y sus secuelas europeas como la crisis de la deuda soberana, la crisis de los refugiados, la reemergencia de China, la aparición de Trump, el Brexit, la pujanza del autoritarismo y del nacionalpopulismo, el conflicto creciente entre Estados Unidos y China que está redefiniendo el orden internacional, la urgencia de la lucha contra el cambio climático, la revolución digital, la cuarta revolución industrial y la aceleración tecnológica, la pandemia y ahora la invasión rusa de Ucrania, pruebas suficientes?
En palabras del belga Paul Henri Spaak, uno de los Padres de Europa, también podemos preguntarnos “¿cuando se darán cuenta los estados de Europa que, uno a uno, todos son pequeños, a pesar de que algunos aún creen que son grandes”?
Los miembros del grupo de opinión Treva i Pau hemos elaborado recientemente, antes de la invasión rusa de Ucrania, un Manifiesto, que hemos enviado a la Conferencia sobre el Futuro de Europa, presidida por las tres instituciones comunitarias europeas -Comisión, Consejo y Parlamento-, en el que expresamos nuestro convencimiento de que, sin unión política federal, la UE no tiene futuro. Esta Conferencia se cierra el próximo 9 de mayo, coincidiendo con el Día de Europa. Está por ver si acabará, o no, como una consulta ciudadana elogiable, pero sin efecto práctico, a pesar de la emergencia de los acontecimientos que estamos viviendo y la necesidad de estar a la altura o periclitar.
La invasión de Ucrania responde, por otra parte, al intento de Putin de derrumbar el orden liberal mundial establecido a partir de la Segunda Guerra Mundial, confirmado en los años 1989 y 1991 con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS, respectivamente. Al mismo tiempo, trata de establecer un nuevo orden político mundial, basado en zonas de influencia, dominios imperiales, soberanías limitadas y predominio de la fuerza sobre la negociación, el compromiso, la diplomacia y las normas multilaterales.
La nueva geopolítica se juega actualmente entre tres superpotencias y el retorno de viejos imperios.
Las tres superpotencias son la hegemónica (Estados Unidos) que quiere continuar conservando su supremacía y que ha declarado que su principal prioridad es el desafío de China; la reemergente (China), que a través de un desarrollo económico meteórico a partir del año 1978 con el establecimiento de un capitalismo de estado aspira al liderazgo mundial; y una tercera (Rusia), la más débil económicamente, pero en la que nunca se puede infravalorar debido a la magnitud de sus recursos naturales y de su armamento nuclear, que añora su época de superpotencia (1945-1991), pretende recuperar el control sobre los territorios pertenecientes a la extinta URSS y devolver a la categoría perdida de poder global (Putin se enojó mucho cuando Obama la calificó durante sus dos mandatos presidenciales (2009-2017) de simple «potencia regional»).
Rusia, impulsada por el nacionalismo autoritario de Putin, quiere figurar de nuevo como superpotencia dentro de un nuevo orden mundial, a pesar de su debilidad económica. Rusia tiene un PIB algo superior al español e inferior al de Italia, con un territorio sesenta veces mayor que este último país. Es una gran potencia militar y al mismo tiempo un país en decadencia que pierde población y que no ha preparado su economía para el día en que China y Occidente ya no necesiten su gas y su petróleo. Putin preside una cleptocracia que esconde miles de millones de euros en paraísos fiscales. Las clases medias no se han beneficiado y Putin las ha traicionado. Traicionó también el alma rusa, como hizo Stalin y todos los dirigentes soviéticos salvo Gorbachov, el estadista incomprendido que propuso «una casa común europea», un sistema de seguridad integrado que aún no ha sido posible.
El regreso de los imperios también está al orden del día. Tres ejemplos lo corroboran: el peso creciente de la India, el intento de la Turquía de Erdogan de restablecer influencia de Estambul sobre los territorios del antiguo imperio otomano y la voluntad de Teherán de recomponer la zona de influencia de el antiguo imperio persa.
Dentro de este nuevo panorama geopolítico, la UE no juega el papel de actor que le correspondería si actuara unida de verdad. Y, por tanto, “corre peligro”. Esto es lo que advierte últimamente con insistencia Josep Borrell, Alto Representante de la UE para asuntos exteriores y defensa. Tiene planteada una propuesta de una nueva Europa de la defensa, llamada «Brújula Estratégica», que espera que sea pronto una realidad. También propone que la UE llegue a una “autonomía estratégica”, desde todos los puntos de vista (tecnológico, comercial, militar, etc.) que le permita desempeñar un papel de mediador en un mundo multipolar dominado, sobre todo, por la rivalidad entre Estados Unidos y China, y por la pretensión de Rusia de recuperar, si es preciso con la fuerza, como se está viendo en Ucrania, su rol perdido de poder global. En la UE se trabaja en todas estas direcciones y los progresos están por ver.
Europa y Rusia son complementarias desde muchos puntos de vista
Europa necesita ser el ama de su seguridad y organizarse de otro modo para contener a Rusia y adaptarse a un nuevo orden mundial. Si lo consiguiera, podría incluso pensar, finiquitada la era Putin, al establecer una asociación estratégica con una Rusia que habría ayudado a evolucionar hacia una verdadera democracia. Europa y Rusia son complementarias desde muchos puntos de vista. Una Eurasia bien organizada, con un territorio inmenso y enormes recursos naturales, podría constituir una superpotencia al nivel de las más grandes.
El día 24 de febrero de 2022, el día en que la Rusia de Putin invadió Ucrania, es un día negro para la historia de Europa y del mundo. El historiador judío Yuval Noah Harari nos advierte que ésta era una centuria poco de fiar, y que «la estupidez humana es una de las fuerzas más importantes de la historia, y a veces lo pasamos por alto». Al siglo XXI le cuesta dar buenas noticias. Comenzó con los ataques terroristas en las Torres Gemelas de Nueva York y la eclosión del terrorismo islamista en 2001, después estalló la Gran Recesión que el FMI definió como «el colapso económico y financiero más grave desde la Gran Depresión». Cuando todavía no hemos salido de la gran pandemia del coronavirus, nos llega una gran «estupidez» proveniente de Moscú.
En estos momentos históricos, Europa necesita coraje, determinación y sabiduría. Cuatro prioridades a considerar.
Primera, una vez se ha dicho y es sabido por Putin que la OTAN no luchará por Ucrania, necesitamos asegurar la defensa de todo el territorio europeo de la OTAN, especialmente el fronterizo con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, en cuanto a todo tipo de posibles ataques, incluyendo los ciberataques y formas híbridas. Durante setenta años, ninguna potencia se ha atrevido a atacar territorio de la OTAN, gracias a la existencia del famoso artículo 5 de la organización, según el cual un ataque a cualquier miembro de la OTAN equivale a un ataque al conjunto de miembros de la organización, lo que equivale a un ataque a Estados Unidos. Necesitamos establecer líneas rojas y creíbles en la Rusia de Putin. De lo contrario, el autócrata que manda en el Kremlin sin escrúpulos y de forma despótica, una vez ocupada Ucrania, podría persistir en sus pretensiones, que no acabarían hasta recuperar todo el territorio perteneciente a la antigua URSS y zona de influencia. Los tres países bálticos, hoy miembros de la UE y de la OTAN, podrían ser evidentemente un próximo objetivo.
Segunda prioridad. Hay que dar el máximo apoyo a Ucrania, evitando la guerra directa con Rusia, que sería catastrófica y que nos llevaría a una situación MAD (mutual assured destruction) (destrucción mutua asegurada), propia de la guerra fría (1948-1989), en virtud de la posibilidad de utilización de armas nucleares con posibilidad de destruir el planeta. La UE debe prepararse para recibir una nueva ola de cientos de miles de refugiados y afrontar una gran ayuda humanitaria.
Tercera prioridad. Las sanciones contra Rusia deben ser fuertes. El coste a pagar por la Rusia de Putin debe ser muy alto y contribuir a su caída y al descrédito definitivo de los regímenes autocráticos, al que tan acostumbrado está históricamente el pueblo ruso. Ya se sabe, la Rusia de Putin puede aguantar las sanciones económicas, se ha preparado anteriormente y cínicamente para hacerlo, pero debe procurarse que el coste sea el máximo posible. La invasión de Ucrania debe convertirse en la palanca que lleve finalmente a la caída de Putin y, en último término, a la caída de la dictadura en Rusia y la apertura de su camino hacia la libertad, la democracia y una asociación estratégica con la UE, que dé luz a una nueva Eurasia. Al final deben ser los propios rusos quienes deben decir «ya es suficiente, no en nuestro nombre».
Cuarta prioridad. Debemos prepararnos para una larga lucha. Tardaremos tiempo en ver las consecuencias de la invasión del 24 de febrero. Recordemos la Hungría de 1956, aquello fue “la victoria de una derrota”, que llegó muchos años después. La probable toma y sumisión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin puede ser celebrada por el Kremlin como una victoria, pero al cabo de los años se puede transformar en la gran derrota de los regímenes autoritarios rusos, después de haber convertido a Rusia en un paria mundial.
Putin probablemente ganará la guerra de Ucrania y conseguirá imponer el desmembramiento o la neutralización del país
Putin probablemente ganará la guerra de Ucrania y conseguirá imponer el desmembramiento o la neutralización del país. Pero esta victoria -llena de dolor, sangre y destrucción- no hará más fuerte a Rusia sino a sus enemigos de la OTAN, más cohesionados que nunca, y a la larga será probablemente su ruina.
El futuro a medio plazo por el que los europeos debemos trabajar es claro: llegar a nuestra unión política federal, después de una primera etapa de autonomía estratégica; ayudar a conseguir la verdadera democratización de Rusia; trabajar para una futura asociación estratégica de la UE con una Rusia libre y democrática hasta crear una gran Eurasia en paz y bien entendida, un actor global comparable a los más grandes.
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3 Comentarios. Dejar nuevo
Este artículo me desconcierta bastante, pues, aun teniendo puntos en común, difiere demasiado del magnífico texto publicado por el Sr. Miró y titulado «Ucrania: no volvamos a 1914». Por otra parte, el proyecto de una Eurasia poderosa es, con algunas variantes, uno de los afanes de la actual política rusa. Como en 1914 nos hallamos ante un imperio antiguo y prepotente enfrentado a un estado nuevo e insolente. Ninguno de los dos es del todo inocente ni totalmente culpable, aunque está claro que el más débil se lleva con mucho la peor parte. Como en 1914 los medios de comunicación y los gobiernos excitan a la ciudadanía, polarizan y echan leña al fuego. Un inmenso error. Como Serbia en 1914, que se apoyaba en Rusia para provocar primero y resistir luego las amenzas de Austria, actúa Ucrania en relación a la OTAN, mientras la Rusia de hoy, como la Austria entonces, sobrevalora su fuerza y trata de imponerse a cualquier precio. Se trata ahora no de «apoyar» fuertemente a uno o a otro ni de entrar en discusiones jurídicas o culpabilizaciones. Ya habrá tiempo para ello. Lo urgente es apaciguar y rebajar la tensión, apagar el incendio antes de que se intensifique y extienda todavía mucho más, cosa por la que no parece estar nadie y que es un riesgo real y gravísimo. Si no, acabaremos como en 1914, pero mucho peor, pues entonces no había armas atómicas.
Derrocar o no a Putin es labor que corresponde únicamente a los rusos por su propia voluntad, quienes deben hacerlo sin que se los fuerce a ello. Intervenir en ese proceso sería muy contraproducente. La democracia no se puede imponer desde fuera por decreto, es una contradicción flagrante y algo que hace mucho deberíamos haber aprendido, de lo contrario acabaremos en una pseudodemocracia globalista en la que todos perderemos. Demonizar a Putin es convertirlo en héroe y mártir a los ojos de muchos rusosy por lo tanto fortalecerlo. Por otra parte, los EE.UU. y muchos de sus aliados carecen de autoridad moral: no se puede hace guerras como la del Irak, sostener a la monarquía saudí en el poder y al mismo tiempo condenar y pretender sancionar a otros por actos semejantes.
Rusia es inmensa y complejísima, la masa de los rusos no tiene ni remotamente una tradición democrática. La «transición» rusa requiere muchas décadas. De hecho, algo se ha avanzado desde 1989. Por poco que nos guste la actual situación política en Rusia, desestabilizar el país sería un desastre, lo llevaría al caos y sería un caos gigante: las dimensiones no son las del caos afgano o irakí. Y en medio del caos el arsenal atómico ruso estaría descontrolado. Por no hablar del éxodo inmenso de refugiados que una desestabilización de Rusia podría provocar.
Desgraciadamente, parece que el hombre, y sobre todo el hombre del siglo XXI, es incapaz de pensar en las consecuencias de sus actos, en especial a largo plazo. Lo que está ocurriendo es el resultado evidente de esta miopía y estas prisas por parte de todos los actores políticos. Desgraciadamente, muchos inocentes pagan por estas faltas ajenas. Evitemos que en el futuro haya más desgracias y sufrimientos como los que estamos viendo. Ahora más que nunca necesitamos responsabilidad, serenidad y amor al prójimo, sea quien fuere. Todo tiene su tiempo. Precisamente la belicosidad, directa o indirecta, es en estas circunstancias lo más inoportuno.
Este artículo no responde a la neutralidad que se requiere en un foro religioso como este Forumlibertas. Donde dice «las sanciones contra Rusia deben ser fuertes», es un detalle que sobra, pues en cierta forma estas sanciones también son una declaración de guerra.
[…] menos en Europa, la guerra ha hecho polvo las previsiones de muchos analistas que esperaban que el fin de la […]