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De compras y en invierno

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Enero, desde hace décadas, contempla uno de los fenómenos sociales que mueve masas en los países más avanzados: las rebajas de invierno. Es la metáfora social que define con todo rigor lo que es nuestra sociedad de consumo. Dicen los expertos comerciales que ya no son como antes; ya no se ven aquellos apretones y empujones, las largas colas y grandes esperas, las luchas por la prenda-chollo…; pero no nos equivoquemos, el acontecimiento no se ha desgastado, sino que se ha avivado, y las tradicionales rebajas de enero se han hecho extensivas a todo el año con eventos como el Mid Season o el Black Friday u otros que están por venir. Actualmente, el hervor y el fervor por el consumismo no tiene límites ni fronteras.

Analizar este fenómeno tan complejo resulta imposible en tan poco espacio. Se lo dejamos a los innumerables especialistas que están implicados: sociólogos, psicólogos y psiquiatras, economistas, publicistas, profesores… Pero reflexionarlo, es sin duda una necesidad cuanto menos pedagógica por los “daños colaterales” que produce en el engranaje social y en el equilibrio emocional de las personas.

En lo social, porque el mercado -ese ser invisible y anónimo que lo domina todo en el mundo actual, razón de ser del consumismo, y que solo rinde culto al dios dinero- ya no es una dimensión más de nuestra vida social, sino que toda la sociedad se ha convertido en mercado, mejor dicho, en un gran supermercado. Es el mercado con sus grandes dogmas el que establece las pautas de comportamiento de una gran mayoría social. El sistema productivo actual ya no tiene como finalidad satisfacer las necesidades del hombre, sino el crear nuevas necesidades para convertir al hombre en gozoso y feliz consumidor. Entre otras preguntas, ¿podrá nuestra madre Tierra soportar por mucho tiempo las embestidas insaciables del mercado y el consumismo?

Y en lo personal, porque en este nuevo régimen sociocultural hemos decidido abandonar nuestra categoría de ciudadanos, que tanto ha costado conseguir, para actuar como súbditos, si no como esclavos. Y en esta nueva categoría social comienzan a aparecer ciertos comportamientos patológicos, que, azuzados por la labor incansable de la publicidad en su tarea de fabricar deseos caprichosos, efímeros a la vez que placenteros, producen insatisfacción, apetencias innecesarias y frustraciones que suelen terminar en estados de ansiedad, depresión y muchas veces en violencia.

Avanzando en nuestra reflexión es momento de decir para llevar a la acción que la austeridad es buena, que el renunciar es necesario, y que otra vida es posible y se puede ser muy feliz con menos cosas.

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