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Decálogo del envidioso

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Hoy, con cierto runrún en el corazón y en el alma, me siento a escribirte algo que me ha quedado en el tintero hace un rato. Es viernes. Ya había entregado a primera hora a mi gestora de ForumLibertas mi artículo “Luz de gas”, y hasta se había ya publicado. Me ha venido seriamente la tentación de llamarla y pedirle añadir una frase que se me había pasado por alto. Aunque sintiéndome muy presionado por mi intelecto, que aún bullía porque poco antes –de madrugada– había acabado de pulir el artículo con prisa pero justo a tiempo como siempre, he decidido no llamarla con la petición para no presionar a la que es como mi otra mano en el diario. Me ha parecido galante no abusar una vez más de la confianza que a veces me permito tener con respecto a algún término que me espolea a ser claro y conciso en mis artículos o por alguna errata que se me escapa, a fin de que tú, mi hermano, mi querida hermana, pases con ellos un momento agradable con las sugerencias deliberadamente bienpensantes que te escribo semanalmente, y que tú tienes la amabilidad de leer.

Ya la semana pasada ella me había sugerido la sustitución de una palabreja que pensaba que podía ser mal interpretada, y accedí gustoso a hacerlo porque ya a mí me lo había parecido. Trata de ser tan empática conmigo la gestora, que los términos alternativos que me sugirió –a escoger– eran, ni más ni menos: “vividor”, “zalamero” y “trotamundos”. Me pareció divertido y oportuno el juego de palabras “zalamero trotamundos” para el protagonista de mi artículo, y así lo publicamos, con gran éxito.

Pero hoy era ya demasiado pedir, y se me ha ocurrido escribirte la idea desarrollando un artículo entero para el próximo viernes. Así que saboréalo a gusto teniendo presente que tanto yo como la gestora que me vigila intentamos que pases un buen rato.

Es la figura metodológicamente descrita por la psicología no sé cuándo, pero conocida por el ser humano desde que Satán tentó a Eva: el envidioso

Por fin, te manifiesto ahora a las claras la frase en cuestión, que es esta: “Según el Papa Francisco, ‘la difamación es un asesinato’”. Parece una nimiedad, pero no es moco de pavo y nos va al loro para el tema que nos ocupa. El Papa fue claro ese día como todos, y metió el dedo en la llaga para extraerle el pus que le supura desde tiempo inmemorial, pero que hoy, con eso de la mezcolanza, arrecia en nuestro mundo globalizado como una figura temperamental muy peligrosa, porque se lo carga todo. Es la figura metodológicamente descrita por la psicología no sé cuándo, pero conocida por el ser humano desde que Satán tentó a Eva: el envidioso. “Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16). Pues bien, aquí te declaro el que podríamos erigir como “Decálogo del envidioso”, a saber:

DECÁLOGO DEL ENVIDIOSO

  1. Al advertir al superior a ti algo que tú desearías tener o saber, envídialo.
  2. Cuando tu envidiado sea valorado, difámalo por detrás, para que no pueda defenderse.
  3. Para conseguir que tu envidiado sea descartado cuando vaya a ser promocionado, procura organizar una escenita poniéndolo en evidencia con tus calenturientas diarreas mentales, y que porque lo son, son difíciles de atajar. Para conseguirlo, es del mayor valor la estrategia de montar una escenita de peliculón que provoque la alucinación colectiva, de la mano de la paranoia reinante en el ambiente.
  4. Aunque tu envidiado triunfe en su cometido haciendo algo bien, procura ignorarlo y desmerecerlo lo más posible.
  5. Si ves que llega a tu tienda aquel que envidias, finge no verlo entrar y hazte el ocupado, para hacerlo esperar mientras te mira reclamando tu atención (que como dependiente le debes, y para eso te pagan). Y si te es posible, harás cara de disfrutar del magno acontecimiento de defecar gustoso –aunque sea figuradamente– sobre él, procurando que te vea sonreír complacido, burleta y condescendiente.
  6. Por más que veas que tu envidiado te hace señas para respetar el silencio en la biblioteca, tú finge no verle, para que tenga que levantarse y acercarse a ti a darte toda la atención y acicalarte el moño.
  7. Si tu envidiado hace algo digno de gracia y que a ti te promueve interés, nunca le muestres que lo sientes, y ni mucho menos rías. Solo –eso sí– sonríe –una vez más– con condescendencia y altanería.
  8. Aunque tu envidiado sea claro como el día, finge no entenderle.
  9. Nunca jamás muestres tu debilidad al tu envidiado: sonrójalo a él.
  10. Mientras veas a tu envidiado cerca, aléjate y huye de él, o expúlsalo de tu clan: sobre todo, ¡que no te haga sombra! Si no lo consigues, organiza un espectáculo digno de titiriteros, y haz lo que puedas para ponerle en evidencia.

Este, hermano, mi querida hermana, podría ser el Decálogo del envidioso. Seguro que tú –tanto si eres la víctima como el verdugo– serás capaz de añadirle aún otros Mandamientos. Son los mandatos del propio Satán al alma, que encaminan el mundo a la ruina y que condenan de por vida –y a la muerte eterna– al envidioso, por su propia culpa. Por eso, evita al envidioso, sí, pero compadécelo. Podrías ser tú.

_________________

NOTA: Afirman algunos psicólogos que todos tenemos envidia, que es lo que nos estimula a competir para ser mejores, pero Jesús vino para decirnos algo que tenemos muy olvidado: “Los reyes de las naciones las dominan […] Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”, “Haced vosotros lo mismo” (Lc 22,24-27; Col 3,13). Por tanto, pienso, luego insisto: ¿No sería mejor colaborar… para el bien común?

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