La semana del 9 al 15 de febrero es histórica. Las declaraciones de Trump después de hablar telefónicamente con Putin, las del secretario de Estado de Defensa, Pete Hegseth, y de manera especial por su dimensión doctrinal, las del vicepresidente JD Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich, señalan la gran ruptura que se ha producido.
Bajo un primer punto de vista totalmente cierto, se trata de una ruptura entre el Gobierno de Estados Unidos y la UE, y un buen número de cancillerías europeas, que no asumen que era insostenible que uno pague y proteja, mientras que el otro decida qué se ha de hacer y cuándo.
En último término, de eso trata el final de la Guerra de Ucrania. Trump quiere terminarla pronto, mientras que una mayoría -todavía- de gobiernos de la UE y la propia Unión pretenden que dure tanto como sea necesario para derrotar a Rusia, con las vidas de otros, la destrucción de un país y el dinero de Estados Unidos.
El rey del mambo de esta posición es Sánchez, quien con la aportación más paupérrima de toda Europa se erige en paladín de la defensa de Kiev.
Pero siendo cierto lo anterior, hay algo más decisivo que se ha roto y que debemos saber ver: la ruptura de la Alianza Objetiva Occidental, que rige nuestros destinos desde finales de los años noventa y sobre todo en este siglo.
Esta alianza, configurada por los liberales cosmopolitas de la globalización, principales responsables del hundimiento de las rentas de la mayoría de la clase trabajadora y clase media occidental, y la progresía de género, agrupa a los partidos que se califican de izquierdas y tienen como bagaje ideológico básico, no la transformación socioeconómica de la sociedad, sino la imposición del feminismo de género y la ideología política que tiene en la homosexualidad y el transgénero, identidades políticas dotadas de un estatuto singular y privilegios establecidos. A esto se le añade un nuevo revisionismo histórico antioccidental.
Pero esto no es nada nuevo. En los años sesenta del siglo pasado, las Brigate Rosse (Italia) y la Fracción del Ejército Rojo (Alemania) promovían la guerrilla urbana inspiradas en el marxismo-leninismo y en luchas anticoloniales. El Movimiento de las Panteras Negras, contra el racismo sistémico en EE.UU. y el imperialismo occidental.
Una buena parte de la izquierda veía en Cuba y Vietnam modelos de resistencia contra el imperialismo occidental.
Los Movimientos de Liberación Nacional y Anticolonialismo tenían un fuerte apoyo de intelectuales occidentales críticos del colonialismo. Frantz Fanon y su obra Los condenados de la tierra (1961) influyeron en los movimientos anticoloniales y en los movimientos radicales en Europa y EE.UU. Una buena parte de la izquierda veía en Cuba y Vietnam modelos de resistencia contra el imperialismo occidental. El propio Movimiento hippie descalificaba, junto con el consumismo, y la guerra de Vietnam, los valores tradicionales occidentales.
Greenpeace, más en su origen que ahora, que ya es establishment, criticaban la industrialización y el desarrollo occidental. Los propios Movimientos feministas y LGBTQ+, aunque no siempre antioccidentales, criticaron la estructura patriarcal y el capitalismo occidental como mecanismos de opresión.
La Teología de la liberación (Latinoamérica) se presentó como un cristianismo crítico con el capitalismo y el imperialismo occidental.
En resumen, el wokismo tiene una genealogía frondosa. No, eso no es lo nuevo. Tampoco lo es su práctica de cancelación de personas y obras, que responde a una tradición muy humana de censura radical.
No, lo radicalmente nuevo ha sido que lo que en el pasado fueron adversarios acérrimos, el liberalismo y la izquierda marxista, se han convertido a lo largo de más de treinta años en aliados objetivos; es decir, su acuerdo no surge como fruto de la voluntad sino de un encuentro ocasionado por intereses comunes, en un momento de la historia. Eso es lo que sucedió con el liberalismo cosmopolita de la globalización y la progresía de género.
La gran coincidencia ha sido que, en uno de los momentos más regresivos para los trabajadores y parte de las clases medias, no vinculadas a los beneficios de la globalización, han conseguido desviar la gran cuestión del siglo XIX y XX, la desigualdad generada por la participación en el modo de producción, hacia otra desigualdad muy distinta, la del modo de vida: hombres y mujeres feministas, gays y lesbianas y heterosexuales, transexuales y cisexuales.
Para la progresía de género, la ventaja es que su bandera se convertía nada menos que en bandera de estado.
Ese es el debate que permite ocultar la cuestión básica de la desigualdad económica. La ventaja para el liberalismo globalista era la elusión de la desigualdad real. Para la progresía de género, la ventaja es que su bandera se convertía nada menos que en bandera de estado.
La mejor verificación y más reciente es el Pacto de Estado, nada menos, acordado en un plis plas en España sobre la violencia de género. Debe ser el tercero o cuarto, ya hemos perdido la cuenta, y como los demás lleva añadido una morterada de dinero que falta para otras cosas elementales como las ayudas a los enfermos de ELA, los que duermen en la calle, o el escándalo de las colas de la dependencia.
Mira que hay problemas vitales: la vivienda, por ejemplo, la inmigración, la educación, la propia dependencia, la natalidad. La lista de temas críticos y cruciales es muy larga. Pero en eso no hay pacto. Solo en la violencia de género. Es la Alianza Objetiva en acción.
Les aplicaban unos criterios de exclusión en la mayoría de ocasiones sin fundamento; totalmente asimétricos hacia los partidos de la izquierda radical que pisaban moqueta
Esta Alianza ha dotado a la ideología que comparte de una fuerza brutal, hegemónica, acostumbrada a condenar el disenso a las catacumbas y de ahí que, cuando las voces han conseguido salir de ellas, las han descalificado radicalmente creando en democracia una categoría de subciudadanos, un lumpen electorado, que no merece ser escuchado porque vota mal, de manera equivocada, y esta exclusión, los cordones sanitarios, el muro levantado por Pedro Sánchez, como nuevo muro de Berlín, ha aumentado la descalificación en la medida que estas fuerzas crecían, alcanzaban gobiernos, se convertían en el primer o segundo partido. Les aplicaban unos criterios de exclusión en la mayoría de ocasiones sin fundamento; totalmente asimétricos hacia los partidos de la izquierda radical que pisaban moqueta, incluso gobiernos sin ninguna aprensión por su pedigrí y sobre todo ideología.
Pero esta dinámica llegó al súmmum, alcanzando el estadio de histeria, censura y descalificación suicida con la intervención de Vance. Y era así porque basaba su crítica al retroceso de la libertad en Europa, la degradación del Estado de derecho en estado de leyes, enumerando caso a caso multitud de ejemplos concretos de esa cercenación de la libertad: Reino Unido, Escocia, Suecia, Alemania, Francia, Rumanía. Ejemplos de modelos de conducta gubernamental que se extienden por Europa y que persiguen a quienes rezan en las proximidades de las clínicas abortistas, son críticos con el feminismo o construyen cordones sanitarios.
Ahora esto se ha roto y hemos de ser conscientes de la importancia histórica y, sobre todo, del quehacer, que no consiste acríticamente en sumarse a las reacciones, que son muy diversas.
Vance no es Trump, igual que Meloni no es Vox, reconociendo que en parte de ellas anidan confundidas reivindicaciones de ley natural y cultura cristiana, con propuestas y comportamientos ajenos, cuando no contrarios, al cristianismo.
Hemos de empujar para que la estaca carcomida se derrumbe, pero hemos de ser capaces de construir, como en casi todos los fines de ciclo, una alternativa cultural y política basada en la concepción cultural cristiana, empezando por dibujar una interpretación constitucional acorde con ella y una idea clara de las normas a derogar, modificar y elaborar de nueva planta.
En este contexto no podemos olvidar que la defensa de la vida humana en su origen y la de su dignidad en su desarrollo, aunque algunos adalides de la derecha extrema consideren que “no es estratégico” debe ser una prioridad.
El rey del mambo de esta posición es Sánchez, quien con la aportación más paupérrima de toda Europa se erige en paladín de la defensa de Kiev Share on X