“Dos almas y un mismo espíritu”. Así podría titularse este artículo, ya que en él late la fraternidad hecha concordia. Sin embargo, no me he decidido por él, porque verás que cuando hablamos de diálogo puede tratarse de una multitud que dialoga, bien sea entre cada uno de sus miembros, bien sea a través de sus legítimos representantes, pero siempre debe ser de persona a persona; si no, el diálogo fracasa por no ser lo que se espera de él: semejante engendro, pues, no sería diálogo.
Te hablo del diálogo en diversos artículos, últimamente en dos que puse bajo el título “Del Papa Francisco a un mundo sinodal”, pues el diálogo, ciertamente, es la esencia de la sinodalidad, tema que allí desarrollo. Pero ahora me gustaría ir más allá y centrarme en la esencia misma del diálogo como conformador de la sinodalidad. Recuerda que no hablamos solo de sinodalidad en la Iglesia, sino en el mundo. ¿Por qué, pues, ese sesgo religioso de la sinodalidad? Sencillamente porque, en nuestro mundo enrevesado, quien más la está desarrollando es la Iglesia católica… y ya ha advertido el Papa Francisco que su empeño se centrará en buena medida en desarrollar la Iglesia aplicándola, como ejemplo para que el mundo tome nota y se la aplique a sí mismo. De esta manera, ciertamente, el mundo sería distinto.
Vayamos, pues, primero, a la raíz definiendo la sinodalidad. Podríamos hacerlo aludiendo a dos agentes activos que presentan cada uno una proposición cuyo escollo más patente es que están en conflicto entre ellas, por buena que sea cada una de las partes mencionadas. La sinodalidad se da cuando cada agente expresa con libertad y respeto a su oponente el motivo de su oposición, en la medida que defiende su postura por medios lícitos y éticos. Una vez ajustados los agentes entre ellos por medio del diálogo, surge –a menudo sorpresivamente- una proposición superior que las trasciende y las hace mejores, al tiempo que impulsa la mejora de los agentes proponentes y los impele a avanzar en su entendimiento. Ello será así en su presente, con la carga de futuro que conlleva para ambos, de manera que su convivencia deja de ser incómoda o encontrada en su ámbito espacial y hasta conceptual, y así pueden ser libres para desarrollarse más y más.
Pero profundicemos más allá. ¿Acaso el mundo como lo conocemos no es la casa común de todos los seres que existen? ¿No será sensato advertir que para que la casa sea debidamente administrada asegurando su supervivencia, sus componentes deben convivir en armonía? Sabemos que el ser humano es el vértice de la Creación, pues el Creador lo erigió todo por Amor hacia él. Por tanto, el ser humano es responsable de la debida manutención de la “casa común”, como al Papa Francisco le gusta llamarla en la encíclica Laudato si’.
Pongamos un ejemplo cotidiano para muchas personas. Tu jefe inmediatamente superior, en una reunión convocada a tal efecto con las demás personas de tu departamento, te hace una observación que tú no ves acertada. Un jefe autócrata te la impondría, pero suponiendo que tu jefe sea democrático y guste de la colaboración conjunta con sus colaboradores, tú le expresarás tu opinión sobre esa orden. Ahí tenemos el conflicto. Ambos dialogaréis en grupo, hasta que de vuestras proposiciones surge espontáneamente una proposición superior que será la compartida y aceptada para aplicar en vuestro trabajo. Sabemos que la vida nos depara situaciones más complejas y hasta enrevesadas de conflicto, y para cada una de ellas hay solución con el diálogo sinodal.
¿Ves? Aquí tenemos, ya debidamente dispuestas, las bases para el desarrollo posterior de nuestro discurso, que defiende el diálogo como herramienta clave para navegar en la “modernidad líquida” en que nos movemos (término acuñado por Sigmunt Bauman), tanto más necesaria cuanto más disruptiva sea. El mundo en ebullición en que vivimos se está haciendo complicado. El diálogo despunta ya como último recurso antes de la hecatombe. Ampliaremos el campo de visión en mi próximo artículo. ¡Hasta entonces, sinodaliza, que te facilitará y mejorará tu vida! Practica, todo se aprende…
Recuerda que no hablamos solo de sinodalidad en la Iglesia, sino en el mundo Share on X