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Dopamina digital: ¿Cómo proteger a nuestros alumnos?.

Educación

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La última década ha visto un aumento preocupante en los trastornos de salud mental entre nuestros jóvenes, con la ansiedad, la depresión, el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) y las preocupaciones sobre la imagen corporal volviéndose cada vez más comunes.

Si bien existen múltiples factores, la expansión masiva de las redes sociales y la tecnología digital ha emergido como una influencia clave en el desarrollo cerebral y el bienestar emocional de los adolescentes.

Las plataformas digitales ofrecen innegables beneficios: conexión social, oportunidades de expresión y, a veces, acceso a comunidades de apoyo. Sin embargo, también presentan riesgos significativos: el uso compulsivo, el acoso cibernético (cyberbullying), la exposición a estándares de belleza inalcanzables y la normalización de conductas de riesgo.

Desde una perspectiva científica simplificada, el problema central radica en el sistema de recompensa de nuestro cerebro, gestionado por la dopamina. Este circuito natural, que nos motiva a buscar recompensas necesarias para la supervivencia (como la comida o la conexión social), es el mismo que se activa con el consumo de drogas o el juego.

Las redes sociales explotan este sistema. La promesa de un like, un comentario o una notificación (una recompensa impredecible) provoca la liberación de dopamina, lo que nos impulsa a revisar constantemente el teléfono.

Este ciclo de gratificación instantánea y repetitiva puede llevar a conductas compulsivas muy similares a la adicción, lo que se ha relacionado con un aumento de la impulsividad y los déficits de atención en los jóvenes.

La sobreexposición a contenido rápido (como los reels o vídeos cortos) agrava esta tendencia, afectando la capacidad del adolescente para mantener la atención en tareas que requieren un esfuerzo sostenido, un desafío especialmente relevante para aquellos con TDAH.

Dos consecuencias directas del uso problemático de las redes son la alteración de la autoimagen y el aumento de la violencia anónima:

1. Dismorfia Digital y Autoestima: La constante exposición a imágenes idealizadas o, peor aún, a selfi es editadas con filtros de IA, crea un estándar de belleza artificial e inalcanzable. Este fenómeno, a veces llamado «dismorfia de Snapchat», aumenta la insatisfacción corporal y, en casos extremos, se vincula con el Trastorno Dismórfico Corporal (TDC) y la consideración de procedimientos estéticos. La validación personal queda ligada al número de likes, generando ansiedad, rechazo y una baja autoestima.

2. El Impacto del Cyberbullying: El anonimato que ofrecen las plataformas digitales ha disparado las tasas de acoso cibernético. A diferencia del acoso tradicional, el digital es público y persistente, amplifi cando la humillación y el estrés. Las víctimas de cyberbullying tienen un riesgo significativamente mayor de sufrir depresión, ansiedad y, lamentablemente, autolesiones. La incapacidad de las plataformas para moderar eficazmente este contenido agrava la sensación de indefensión.

Nuestra respuesta a este desafío digital debe ser un llamamiento a la prudencia, la responsabilidad y la protección de la dignidad humana.

Como he escrito múltiples veces, la tecnología no es mala en sí misma; es un instrumento que, bien utilizado, fomenta la creatividad y la conexión.

Sin embargo, cuando se convierte en el fi n o en una adicción que compromete nuestra salud mental y nuestra libertad interior, hemos fallado en nuestro rol educativo.

La clave es reafirmar la primacía de la persona sobre la herramienta.

La preocupación por el excesivo apego a las gratificaciones externas y la necesidad de buscar la propia valía en la mirada del otro, en lugar de en Dios, encuentra una clara guía en el magisterio reciente. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (2018), nos advierte sobre cómo la velocidad y el individualismo digital pueden impedir la verdadera vida contemplativa y el crecimiento interior:
«El miedo a la soledad y a no ser aceptados lleva a veces a algunos jóvenes a encerrarse en las redes sociales, haciendo de la comunicación virtual el centro de su vida.» (n. 135, adaptado al contexto)

Este mensaje subraya la necesidad de fomentar la autenticidad y el encuentro personal por encima de la validación virtual. La solución no pasa por demonizar la tecnología, sino por educar a nuestros alumnos en la templanza digital, ayudándoles a distinguir entre el uso adaptativo y el maladaptativo.

La mitigación de estos riesgos requiere un enfoque multidisciplinar y proactivo:

● Alfabetización Digital y Ética: Integrar la enseñanza sobre el uso responsable de la tecnología en el currículo, haciendo hincapié en la ética digital y en las consecuencias del cyberbullying.

● Zonas de Descanso Cerebral: Fomentar activamente el «detox digital» y la creación de «espacios libres de tecnología» en casa y en el aula, donde se ejerciten las habilidades sociales, la concentración y el pensamiento crítico sin interrupciones algorítmicas.

Corresponsabilidad Familiar: Promover la comunicación abierta entre padres e hijos sobre sus experiencias online. El monitoreo parental es importante, pero debe ir de la mano con la confianza y el establecimiento de límites claros y coherentes sobre el tiempo y el contenido.
Intervenciones Terapéuticas: Para casos problemáticos, la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) se ha consolidado como la intervención más eficaz para tratar tanto la adicción a internet como la ansiedad y las distorsiones de autoimagen.

Proteger la salud mental de nuestra juventud es un imperativo social y educativo. Debemos equipar a nuestros alumnos con las herramientas no solo técnicas, sino sobre todo espirituales y emocionales, para que puedan navegar el entorno digital sin naufragar en él, buscando siempre la verdad y la belleza que dignifi can a la persona humana.

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