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El camino sinodal alemán (7): desorientación teológica (I)

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Como punto de partida del llamado camino sinodal, la asamblea aprobó un «texto de orientación» definido como «Fundamentos teológicos del Camino Sinodal de la Iglesia Católica en Alemania». Se trata de un documento de 44 páginas (en formato de libro) dividido en 72 parágrafos.

En principio, debería constituir algo así como un punto de partida y a la vez una introducción al programa general del «camino sinodal», pues tratándose de «fundamentos teológicos» sería de esperar que definiera los argumentos, los límites y los fines de este «proyecto». Curiosamente, quien busque la orientación que se anuncia sufrirá una gran decepción y concluirá la lectura más desorientado de lo que estaba al empezarla.

Pero vayamos por partes.

El texto se apoya en abundantes citas (bíblicas, de textos conciliares, encíclicas, pasajes de padres de la Iglesia, etc.) que han de fundamentar los argumentos expuestos. Como otros documentos similares, emanados de concilios y de papas y no siempre redactados de manera fácilmente legible, seguir el hilo del discurso en medio de un gran cúmulo de referencias a otros textos puede resultar algo fatigoso.

En una lectura rápida y superficial se puede tener la impresión de estar ante un documento correcto y algo anodino. Pero no es así.

Las palabras con las que comienza texto son «la historia de la liberación». Se refieren al libro del Éxodo, pero en el contexto histórico e ideológico de la vía sinodal y como apertura de sus «fundamentos teológicos» no son casuales.

Bajo el manto de una referencia bíblica asoma un guiño a la teología de la liberación. A lo largo de todo el texto sus autores juegan con citas cuidadosamente escogidas, interpretadas con ciertas licencias y en algunos casos descontextualizadas para llevar el agua a su propio molino. Tampoco faltan pasajes más audaces en los que nos encontramos con afirmaciones y referencias más que discutibles.

De este modo, el texto infiltra, envueltas en una cortina de humo de citas y argumentos, algunas tesis que resultan incompatibles con la ortodoxia católica.

Quizás la más grave sea la polémica en torno a las llamadas «fuentes de la Revelación». Estamos aquí ante una discusión teológica muy compleja y sutil, pero de enorme trascendencia. Hemos de decir en primer lugar que en realidad tanto los autores del texto sinodal (y en algún caso también quienes lo rechazan) caen en una sorprendente imprecisión terminológica, lo cual complica aún más las cosas.

Intentaremos aquí explicar los términos de este asunto del modo más didáctico y diáfano posible. Para ello es inevitable hacer un excurso aclaratorio.
Lugares teológicos y cauces de la Revelación

La Revelación (o Verdad revelada) tiene como fuente única a Dios mismo manifestado en la acción del Espíritu Santo y en las enseñanzas de Cristo, contenidas en Su palabra y en el ejemplo de Su vida. La Revelación está ya concluida, no podemos añadir ni quitar nada de ella. Debemos interpretarla, perfeccionar nuestro entendimiento de ella, profundizar en su sentido, «descubrir» aspectos que no conocíamos y que la reflexión y la experiencia nos desvelan y aprender a «aplicarla» de modo «práctico».

Se trata de una labor que no puede concluir nunca. Aunque la Revelación está terminada y cerrada, nuestra relación con Ella está en continuo flujo, tiene siempre algo de provisorio. Pero no por Ella, sino por nuestra propia imperfección. La labor de comprenderla cabalmente, de perfeccionar nuestro entendimiento de Ella es un ineludible deber moral de todo creyente.

La Revelación llega a nosotros por dos cauces, a los que (de manera impropia pero generalizada) se llama «fuentes de la Revelación»:
  1. Por transmisión literaria en las Sagradas Escrituras.
  2. Por transmisión oral recogida por los discípulos directos de Cristo, como en el caso de los Apóstoles que comunican estas enseñanzas a sus sucesores, los obispos, quienes a su vez las transmiten a los suyos y al pueblo, etc. Estas enseñanzas, que se reflejan en prácticas litúrgicas, en la moral, etc. no contenidas en el texto bíblico, pero concordantes con él, se denominan Tradición y se articulan en muy diversos aspectos.

Resumiendo, diríamos que las enseñanzas de Cristo y la acción del Espíritu Santo son la fuente de la Revelación, que nos es comunicada por dos cauces, la Sagrada Escritura y la Tradición, de los cuales se nutre el Magisterio de la Iglesia.

Los dos cauces están a la cabeza de los llamados lugares teológicos (loci theologici). Éstos son algo así como «depósitos» o «cauces derivados» que proporcionan «materiales» e «instrumentos» de los que la teología se sirve para formular sus tesis y desarrollar sus argumentos. Tradicionalmente la Iglesia ha admitido el canon de diez «loci theologici» establecido por Melchor Cano en el siglo XVI.

Los principales lugares teológicos, conectados directamente con la fuente primaria de la Revelación (es decir con Dios) son:

1- La Sagrada Escritura

2- La Tradición.

Subordinados a ellos, en concordancia con ellos y como ellos dotados de autoridad:

3- El magisterio de la Iglesia (en su conjunto)

4- El de los concilios.

5- El de los pontífices romanos.

6- El de los Padres de la Iglesia.

7- El de los teólogos católicos

8- La razón natural.

Sin autoridad, en cierto modo como «auxiliares»:

9- La filosofía.

10- La historia.

A este canon, que no es preceptivo, pueden añadirse otros, pero respetando su distribución jerárquica y sin jamás alcanzar la autoridad de los dos primeros.

La Tradición se manifiesta por diversos medios, como ya hemos señalado.

Uno de ellos es el sentido de la fe (sensus fidei). Esta expresión se refiere a la certidumbre íntima que experimenta cada creyente (sentido del fiel o sensus fidelis) o el conjunto de todos los creyentes (sentido de los fieles o sensus fidelium) acerca de una verdad de fe que no está expuesta de modo explícito ni en otras enseñanzas de la Tradición (escritos de los Padres de la Iglesia, doctrinas oficialmente aprobadas por la Iglesia, etc.) ni en las Sagradas Escrituras, pero que está en consonancia con ellas.

Por ejemplo, la Inmaculada Concepción de María y su Asunción, no aparecen ni en la Biblia, ni fueron formuladas sistemáticamente por la doctrina oficial hasta su elevación a la categoría de dogmas, respectivamente en 1854 por Pío IX y 1950 por Pío XII. Para la proclamación de estos dogmas ambos papas se apoyaron en la Tradición, expresada en el sentido de los fieles (sensum fidelium), que las corroboraba, ya que se trataba de creencias arraigadas desde tiempo inmemorial, universalmente aceptadas, defendidas por muchos teólogos y en consonancia con el espíritu (aunque no presentes en la letra) de las Escrituras. El sentido de los fieles es pues algo muy diferente de una opinión sostenida por la mayoría según criterios «democráticos»‘. Se lo llega a definir como una capacidad instintiva o intuitiva para reconocer las verdades de la fe.

Otro «factor» que Juan XXIII introdujo en el pensamiento teológico, que fue recogido por el Concilio Vaticano II y al que, sin excepción, todos los papas desde entonces han dedicado una atención creciente, es el de los llamados «signos de los tiempos».

Por desgracia, no estamos ante un término definido de modo estricto y unívoco. Puede decirse que se trata de acontecimientos, sentimientos, pensamientos y actitudes que aparecen en cada nuevo momento histórico, en algunos casos incluso determinan su carácter y desarrollo. A causa de su relevancia en la economía de la Salvación y hasta de su posible significado providencial, la Iglesia ha de tenerlos en consideración.

Ello no quiere decir que deba asumirlos, aceptarlos o seguirlos de forma acrítica. Antes bien debe observarlos, discernir sobre ellos a la luz de la Tradición y las Escrituras y emitir un juicio, al que seguirá una toma de posición activa al respecto. Es decir, en torno a ellos se realiza un proceso que tiene consecuencias prácticas. El juicio de la Iglesia al respecto puede ser favorable o no serlo. Su actuación posterior dependerá de este veredicto.

Continuará en un próximo artículo

El texto infiltra, envueltas en una cortina de humo de citas y argumentos, algunas tesis que resultan incompatibles con la ortodoxia católica Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Con biblia, cualquiera puede respaldar lo que sea.
    Es malo juzgar (Mt 7,1)
    No es malo juzgar (Jn 7,24)
    Es malo contraatacar (Mt 26,52).
    No es malo contraatacar (Lc 22,36)
    E incontables ejemplos más.
    Usando la misma biblia Reina-Valera, hay variedad de denominaciones no católicas.
    Y que los opulentos obispos alemanes estén coqueteando con la teología marxista de la liberación es hipocresía.

    La deriva alemana no por falta de autoridad de los que tienen que hacerla valer, sino de su consentimiento disimulado.

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