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El género, una construcción cultural

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La ideología de género es una ideología (es decir, es un sistema de pensamiento cerrado) que defiende que las diferencias entre el hombre y la mujer, a pesar de las obvias diferencias anatómicas, no corresponden a una naturaleza fija, sino que son unas construcciones meramente culturales y convencionales, hechas según los roles y estereotipos que cada sociedad asigna a los sexos.

Lo más importante para el género, es desencializar la idea de mujer y de hombre, esto es, vaciar de su esencia a estos conceptos, hacer que hombre y mujer dejen de ser lo que son para convertirlos en otra cosa: pura materia orgánica sobre la cual se puede construir cualquier tipo de sexualidad. Esto es nada más ni nada menos que la total negación de la antropología realista (antropología aristotélica), y del concepto de naturaleza humana. Pero no es una negación racional, en virtud de que se tienen nuevos datos científicos, sino una negación puramente ideológica.

La ideología de género propone la búsqueda de la “liberación total” del hombre en todos los órdenes, tras la de-construcción (es la tarea de denunciar las ideas y el lenguaje hegemónico) del lenguaje, de las relaciones familiares, de la reproducción, de la sexualidad, de la educación, de la cultura, de la religión, de Cristo, etc.

El cardenal Ratzinger (Benedicto XVI), en su libro La sal de la tierra escribe que “con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo”.

El citado Pontífice, en su época cardenalicia, sentenció: “La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura”.

“El género es una construcción cultural; por consiguiente, no es ni resultado causal del sexo ni tan aparentemente fijo como el sexo… Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia, hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino” [Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity (El Problema del Género: el Feminismo y la Subversión de la Identidad)], Routledge, New York, 1990, p. 6).

Estas palabras que podrían parecer tomadas de un cuento de ciencia ficción que vaticina una seria pérdida de sentido común en el ser humano, no son otra cosa que un extracto del libro citado de la feminista radical Judith Butler, que viene siendo utilizado desde hace tiempo como libro de texto en diversos programas de estudios femeninos de prestigiosas universidades norteamericanas, en donde la perspectiva de género viene siendo ampliamente promovida.

La IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995 en Pekín, fue el escenario elegido por los promotores de la nueva perspectiva para lanzar una fuerte campaña de persuasión y difusión. Es por ello que desde dicha cumbre la “perspectiva de género” ha venido filtrándose en diferentes ámbitos no solo de los países industrializados, sino además de los países en vías de desarrollo.

En palabras de Dale O´Leary, la teoría del “feminismo de género” se basa en una interpretación neo-marxista de la historia. Comienza con la afirmación de Marx, de que toda la historia es una lucha de clases, de opresor contra oprimido, en una batalla que se resolverá solo cuando los oprimidos se percaten de su situación, se alcen en revolución e impongan una dictadura de los oprimidos. La sociedad será totalmente reconstruida y emergerá la sociedad sin clases, libre de conflictos, que asegurará la paz y prosperidad utópicas para todos.

O´Leary agrega que Frederick Engels fue quien sentó las bases de la unión entre el marxismo y el feminismo. Para ello cita el libro El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado, escrito por el pensador alemán en 1884 en el que señala:

“El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino” (Frederick Engels, The Origin of the Family, Property and the State, International Publishers, New York, 1972, pp. 65-66).

Según O´Leary, los marxistas clásicos creían que el sistema de clases desaparecería una vez que se eliminara la propiedad privada, se facilitara el divorcio, se aceptara la ilegitimidad, se forzara la entrada de la mujer al mercado laboral, se colocara a los niños en institutos de cuidado diario y se eliminara la religión. Sin embargo, para las “feministas de género”, los marxistas fracasaron por concentrarse en soluciones económicas sin atacar directamente a la familia, que era la verdadera causa de las clases.

En ese sentido, la feminista Shulamith Firestone afirma la necesidad de destruir la diferencia de clases, más aún la diferencia de sexos:

“… asegurar la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños. Y así como la meta final de la revolución socialista era no solo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la revolución feminista debe ser igualmente —a diferencia del primer movimiento feminista— no simplemente acabar con el privilegio masculino sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente” (Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex, Bantam Books, New York, 1970, p. 12).

Es claro pues que para esta nueva “perspectiva de género”, la realidad de la naturaleza incomoda, estorba, y, por tanto, debe desaparecer.

Dale O´Leary evidencia que el propósito de cada punto de la misma no es mejorar la situación de la mujer, sino separar a la mujer del hombre y destruir la identificación de sus intereses con los de sus familias. Asimismo, agrega la experta, el interés primordial del feminismo radical nunca ha sido el de mejorar directamente la situación de la mujer ni aumentar su libertad. Por el contrario, para las feministas radicales activas, las mejoras menores pueden obstaculizar la revolución de clase sexo/género.

Esta afirmación es confirmada por la feminista Heidi Hartmann que radicalmente afirma:

“La cuestión de la mujer nunca ha sido la ‘cuestión feminista’. Esta se dirige a las causas de la desigualdad sexual entre hombres y mujeres, del dominio masculino sobre la mujer” (Heidi Harmann, The Unhappy Marriage of Marxism and Feminism, Women and Revolution, South End Press, Boston, 1981, p. 5).

Si bien las “feministas de género” promueven la “desconstrucción” de la familia, la educación y la cultura como panacea para todos los problemas, ponen especial énfasis en la “desconstrucción” de la religión que, según dicen, es la causa principal de la opresión de la mujer.

Numerosas ONG´s acreditadas ante la ONU, se han empeñado en criticar a quienes ellos denominan “fundamentalistas” (Cristianos Católicos, Evangélicos y Ortodoxos, Judíos y Musulmanes, o cualquier persona que rehúse ajustar las doctrinas de su religión a la agenda del “feminismo de género”). Un vídeo promotor del Foro de las ONG´s en la Conferencia de Pekín, producido por Judith Lasch, señala:

“Nada ha hecho más por constreñir a la mujer que los credos y las enseñanzas religiosas”.

Para el “feminismo de género”, la religión es un invento humano y las religiones principales fueron inventadas por hombres para oprimir a las mujeres.

Extrañas son las palabras de Elisabeth Schussler Fiorenza, otra “teóloga feminista de género” que niega de raíz la posibilidad de la Revelación, tal como se lee en la siguiente cita:

“Los textos bíblicos no son revelación de inspiración verbal ni principios doctrinales, sino formulaciones históricas… Análogamente, la teoría feminista insiste en que todos los textos son producto de una cultura e historia patriarcal androcéntrica” (Elisabeth Schussler Fiorenza, In Memory of Her, Crossroad, New York, 1987, p. 15).

Joanne Carlson Brown y Carole R. Bohn, también autodenominadas teólogas de la “escuela feminista de género”, atacan directamente al cristianismo como propulsor del abuso infantil:

“El cristianismo es una teología abusiva que glorifica el sufrimiento. ¿Cabe asombrarse de que haya mucho abuso en la sociedad moderna, cuando la imagen teológica dominante de la cultura es el ‘abuso divino del hijo’-Dios Padre que exige y efectúa el sufrimiento y la muerte de su propio hijo? Si el cristianismo ha de ser liberador del oprimido, debe primero liberarse de esta teología” (Joanne Carlson Brown and Carole R. Bohn, Christianity, Patriarchy, and Abuse: A Feminist Critique, p 26).

Fuente: Comisión Episcopal de Apostolado Laical (Perú).

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