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El retrato de Dorian Gray: una gran metáfora sobre el arte, la vida y la moral

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Hace poco he leído la novela El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Es una crítica al hedonismo y búsqueda constante del placer, reflejadas en la evolución del protagonista.

Dorian Gray, un joven inocente y apuesto, recibe la influencia de Lord Henry, un noble acaudalado con ideas notablemente hedonistas. Dorian se interna en una juventud eterna, cuajada de tentaciones y placeres efímeros. Su camino convierte su alma en un retrato feo y monstruoso, que ni él mismo se atreve a mirar.

La gran herida de nuestra sociedad es el narcisismo. La herida narcisista es la más profunda de nuestro tiempo, es la imposibilidad de amar a un ser distinto de mi yo. Lo que está ausente en el narcisista es la capacidad de entender cabalmente lo que la otra gente está sintiendo. El narcisismo supone un fracaso de la empatía, la capacidad de sentir y actuar ante la emoción que está experimentando el otro.

El narcisista pierde a la gente que le importa porque no es capaz de responder ante las necesidades emocionales de los que le rodean, y éstos, hartos de sufrir a alguien incapaz de ponerse en su lugar, le abandonan.

Mariolina Ceriotti Migliarese plantea encontrar un equilibrio y una integración de la condición femenina, en sus dos almas erótica y materna. Un exceso en el componente erótico narcisista supone egoísmo y aridez emotiva.

Y la desmesura en el componente maternal puede incluir elementos sofocantes que resultan igualmente peligrosos para las relaciones. El origen de esta dualidad está en la naturaleza de su cuerpo. Lo erótico y lo maternal, el amor de sí y el amor al otro.

La empatía es la clave de la vida afectiva, es la identificación mental y afectiva con el estado de ánimo del otro. Requiere un trato cercano, y conocimiento profundo. La familia es el lugar privilegiado para su desarrollo.

Como proclamaba San Juan Pablo II, el futuro de la humanidad, nuestra felicidad, se juega en la familia.

En palabras de Bartolomé Menchén y Tomás Melendo: la familia reclama una natural apertura a los otros, forma personalidades ricas y equilibradas. Lo que son, hacen y sienten me afecta, y a ellos les afecta cuanto a mí me ocurre. Esto estrecha los nexos entre los miembros de la familia, y enriquece la vida interior de cada uno.

El discurso que oímos de continuo sobre la felicidad es cómo me autogestiono, cómo consigo mis deseos, mis objetivos, cómo desarrollo mis metas. Una disertación egoísta y narcisista, centrado en la propia persona.

El nuevo orden mundial aspira a forjar sujetos aislados, narcisistas, frágiles y sin hijos. Seres humanos débiles que se conviertan en una marioneta del sistema. ¿Quién será el niño que se atreva a gritar sin retraerse que el traje nuevo del emperador es invisible y que está desnudo ante todos?

Según Álvaro Fáñez, en La Antorcha: recientemente, un estudio realizado en China por investigadores australianos ha demostrado que la generación de hijos únicos tendía a exhibir rasgos como el narcisismo, el pesimismo y la aversión al riesgo de un modo más acusado que aquellos con hermanos.

¿Quién se atreverá a decir lo que todos piensan, reconocerá lo que es obvio y que, por lo políticamente correcto, todos callan? Si los tiempos fáciles generan almas débiles, los tiempos duros y difíciles originan personas fuertes, capaces de edificar su casa sobre roca.

El Papa Francisco nos exhorta a los cristianos a vivir las Bienaventuranzas, como solo camino de la verdadera felicidad, único medio de reconstruir la sociedad.

Nos alienta Jacques Philippe a que cada cristiano difunda el perfume del Evangelio. Esencia de paz, dulzura, alegría y humildad. Para Philippe la pobreza de espíritu es la clave de la vida espiritual, de todo camino de santidad y de toda fecundidad.

El amor es la clave para desmoronar toda interpretación del cuidado de lo pequeño en términos de un perfeccionismo narcisista. Dios cuenta con que somos seres humanos con nuestros límites, a través de los cuales su amor puede actuar.

Cada día podemos encontrar la voluntad de Dios  materializada en cosas asequibles y pequeñas, pero buenas, agradables a los ojos de Dios y de los hombres.

Como expone Fabio Rosini, en El arte de recomenzar: volver a empezar, en ocasiones, parece difícil. Tras un fracaso o una dura prueba, podemos llegar a pensar que recomenzar es ya imposible. Es posible, siempre. No es fácil, se trata de un arte que exige humildad y unos pies que caminen en la realidad.

Debemos iniciar al alma en los caminos de la humildad. Sinceramente considerarnos nada. Comprender que, sin el auxilio divino, la más débil y flaca de las criaturas sería mejor que nosotros. Vernos capaces de todos los errores y horrores. Sabernos pecadores aunque peleemos con empeño para apartarnos de las infidelidades.

Quien es humilde tiene su esperanza puesta en el Señor. Él es, de modo real y verdadero, la fuente de todos sus bienes y su felicidad: es Él quien da sentido a todo lo que hace.

Fomentar la comunicación emocional nos ayuda a comprendernos mutuamente, a desarrollar la capacidad de empatía, ponernos en el lugar del otro. Es importante que, desde la infancia los padres practiquemos y enseñemos a dialogar a nuestros hijos de una manera adecuada.

Para el Psiquiatra Fernando Sarráis, debemos incentivar el hábito de escucha interesada, sinceridad, aceptación incondicional, respeto a las opiniones del otro, retroalimentación afectiva, libertad, empatía, lealtad, confidencialidad y optimismo. Un diálogo así ayuda a mantener una buena comunicación entre todos los miembros de la familia.

Esta enseñanza es uno de los mejores regalos que los padres podemos hacer a nuestros hijos. En esos diálogos, los padres ponemos los pilares de la personalidad de los hijos, y lo hacemos fomentando estas cualidades positivas: autoestima, seguridad y confianza en sí mismos, libertad interior, autoconocimiento y autocontrol, tolerancia a la frustración y al sufrimiento, iniciativa y autonomía.

Además, hemos de fomentar las virtudes humanas, sobre todo, sinceridad, valentía, laboriosidad, obediencia, generosidad y humildad. Que no solo son humanas, también son cristianas, y son la fachada bonita de la personalidad.

El narcisismo supone un fracaso de la empatía, la capacidad de sentir y actuar ante la emoción que está experimentando el otro. El mundo de hoy está enfermo de su orgullo, de su avidez insaciable de riqueza y poder. En El retrato de Dorian Gray encontraremos los valores del sentido de la ética, la importancia de la honestidad, la humildad y la sencillez, el amor y sus implicaciones.

Merece la pena leer El retrato de Dorian Gray. Por su belleza, por la gran metáfora que realiza sobre el arte, la vida y la moral, y por los magníficos diálogos entre Lord Henry y Dorian Gray. La distinción entre el bien y el mal según la concepción de los diversos personajes. Y el contraste entre la belleza de un alma pura y limpia y otra corrompida por el desenfreno.

Instagram Carlos Company

Dorian se interna en una juventud eterna, cuajada de tentaciones y placeres efímeros. Su camino convierte su alma en un retrato feo y monstruoso, que ni él mismo se atreve a mirar Share on X

 

 

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