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El testimonio desgarrador del hijo trans de Musk

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Vivimos tiempos extraños. El ser humano, tan capaz de la grandeza, tan predispuesto a la reflexión, se encuentra atrapado en una paradoja que parece escaparse de su comprensión.

Queremos tener hijos, pero sin la responsabilidad que implica engendrarlos; buscamos perpetuar la humanidad, pero a través de procesos que la deshumanizan.

La historia de Xavier Alexander Musk, quien hoy se identifica como Vivian Jenna Wilson, es un lacerante testimonio de esta contradicción.

Su declaración reciente expone con brutal honestidad los peligros de la fertilización in vitro (FIV) y la lógica mercantilista que subyace a ella.

«Mi sexo asignado al nacer fue una mercancía que se compró y se pagó»,  escribe Wilson. «Cuando fui femenino de niño y luego resulté ser transgénero, iba en contra del producto que se vendió. Esa expectativa de masculinidad contra la que tuve que rebelarme toda mi vida fue una transacción monetaria. Una transacción monetaria. UNA TRANSACCIÓN MONETARIA. ¡Cómo demonios es esto legal!».

Y es que, si reducimos la vida humana a una operación comercial, no podemos sorprendernos cuando las personas concebidas mediante esos procesos comienzan a expresar el horror de saberse fabricadas.

La historia de Xavier Alexander Musk es sólo una de tantas en una generación de niños que han crecido con la sensación de haber sido diseñados, comprados y vendidos.

No hablamos aquí de hipótesis ni de abstracciones morales; hablamos de un ser humano real que expresa, en su propio lenguaje y con su propio dolor, la consecuencia directa de convertir la paternidad en una operación de mercado.

Elon Musk y la paradoja del pronatalismo tecnológico

Elon Musk, el magnate y visionario, ha manifestado una y otra vez su preocupación por la crisis de natalidad. «Hago lo mejor que puedo para ayudar con la crisis de subpoblación», declaró en 2022.

Para él, tener más hijos es una prioridad, sin importar los medios. Y es aquí donde encontramos la grieta moral de su postura: la defensa de la natalidad desligada de la familia natural, del amor entre padres y del respeto por la dignidad de cada nueva vida.

Su énfasis en la reproducción, pero sin consideración por la ética de los métodos utilizados, lo convierte en el exponente perfecto de un pronatalismo tecnocrático y desalmado.

Elon Musk ha tenido al menos 14 hijos con 4 mujeres, muchos de ellos concebidos mediante FIV y gestación subrogada.

En su visión, lo importante es traer nuevos seres al mundo, sin preguntarse qué tipo de mundo es el que está construyendo.

No le preocupa la destrucción de embriones, el vacío emocional de los niños concebidos en laboratorios ni la posible alienación de quienes descubren que su existencia fue el resultado de una «elección» de atributos genéticos y no del amor de sus padres.

La mercantilización de la vida humana

Xavier Alexander Musk denuncia la lógica comercial detrás de su propia existencia. Y no está solo.

La mayoría de las clínicas de fertilidad en el mundo ofrecen selección genética: el 75% de ellas permiten la selección por sexo, el 73% por otras características genéticas y muchas incluso permiten elegir el color de ojos.

Lo que se vende como una elección inofensiva, es una amenaza para la dignidad humana. Detrás de estas prácticas, subyace una idea peligrosa: que un hijo es un producto, no un don.

El proceso de FIV también implica un sacrificio brutal: más del 90% de los embriones creados en estos procedimientos son destruidos, desechados o congelados indefinidamente.

No estamos hablando de teorías ni de ideologías, sino de datos escalofriantes que reflejan la frialdad con la que el mundo moderno trata a la vida incipiente.

Cuando los hijos pagan el precio

Elon Musk puede estar convencido de que su lucha contra el «virus woke» es justa, pero él mismo ha caído en las trampas de la modernidad que tanto critica.

Su hijo trans, que ahora reniega de su pasado y de su padre, es el reflejo de una sociedad que ha convertido la procreación en una industria.

La solución no es tener más hijos a cualquier precio, sino redescubrir la belleza del matrimonio, la paternidad y la maternidad vividas con amor, sacrificio y compromiso. Porque cuando tratamos a los niños como mercancía, no podemos sorprendernos si crecen sintiéndose desechables.

La historia de Xavier Musk es una advertencia. Es la gran herida de una generación que ha sido traída al mundo por medios artificiales y que ahora se pregunta: ¿A qué precio? ¿Por qué? Y sobre todo: ¿Dónde está el amor en todo esto?

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