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¿Es la igualdad de género un objetivo contraproducente?

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Los estudios más sólidos sugeren que, cuanod pueden elegir, la mayoría de las mujeres eligen comportamientos que los activistas de género consideran desiguales. Parece que la igualdad de género absoluta, tal y como propugnan algunos, es incompatible con la libertad de elección.

Carolyn Moynihan nos explica los últimos estudios en este campo desde Mercatornet:

«Una de las grandes obsesiones de la política y la economía de hoy en día es la «igualdad de género». Nos referimos a la doctrina de que <. Obviamente, todavía no hemos llegado a ese punto, pero numerosos académicos están realizando investigaciones que nos podrían explican por qué no.

La mayoría de estas investigaciones asume que, liberadas de las expectativas de roles tradicionales (sexismo), las mujeres participarán plenamente de ámbitos hasta ahora masculinos, como la tecnología, la cirugía cerebral o el servicio militar en primera línea, y con la cooperación adecuada de los cónyuges (él hace la mitad de su trabajo en el domicilio) y el Estado (permiso de paternidad remunerado y guarderías estatales) las mujeres querrán permanecer activas en la fuerza laboral de modo continuo. Entonces podrán subir de rango en las empresas, rompiendo los techos de cristal y elevando su salario promedio colectivo al mismo nivel que el de los hombres.

En la mayoría de los países occidentales este proceso está en marcha. Un alto nivel de desarrollo económico produce nuevas aspiraciones y metas (elección) y al mismo tiempo, al menos en los estados del bienestar, paga por el coste de la «igualdad». Pero persisten brechas desconcertantes. En países igualitarios como Suecia, las mujeres jóvenes todavía tienden a planear sus carreras siguiendo las líneas tradicionales de género. En otros lugares, las mujeres altamente calificadas interrumpen carreras exitosas para convertirse en madres a tiempo completo, perdiendo así años con altos ingresos.

¿Cómo puede ocurrir esto?

Un artículo de investigación publicado recientemente en la revista Science sugiere una respuesta: es precisamente la igualdad de género lograda por las economías altamente desarrolladas lo que permite a las mujeres y los hombres elegir el trabajo y los estilos de vida que prefieren. El hecho de que estas elecciones a menudo resulten ser «de género» puede decepcionar a los activistas de la igualdad, pero parecen corresponder a inclinaciones más profundas en las que hombres y mujeres divergen.

Esta es la hipótesis que dos economistas, Armin Falk, investigadora del Instituto de Investigación de Conducta y Desigualdad de la Universidad de Bonn, y Johannes Hermle, de la Universidad de California, Berkeley, probaron en su reciente estudio.

La hipótesis se basa en la «teoría post-materialista», que sostiene que una vez que se satisfacen las necesidades materiales básicas (un requisito de género neutral), una sociedad avanza hacia la libre expresión personal. Si tanto hombres como mujeres tienen acceso independiente a recursos suficientes, podrán expresar sus preferencias específicas.

Falk y Hemle utilizaron la encuesta mundial Gallup 2012 para aplicar su Encuesta de Preferencia Global a alrededor de 80.000 personas de 76 países.

Para conseguir información sobre preferencias laborales, se enfocaron en seis preferencias de comportamiento: ¿Qué tan dispuestas están las personas de ambos sexos a asumir riesgos? ¿Qué tan pacientes son (qué tan dispuestos a esperar las recompensas)? ¿Qué tan altruistas y confiables? ¿Y en qué medida están dispuestos a recompensar las acciones amables o castigar las acciones desagradables (vengarse)?

Al analizar las respuestas a nivel global, encontraron que «las seis preferencias tenían diferencias de género significativas«. Las mujeres tendían a ser «más sociales» y «menos recíprocamente negativas» (inclinadas a devolver una ofensa). Las mujeres también fueron menos arriesgadas y menos pacientes en general que los hombres.

Luego, los investigadores analizaron estos resultados a nivel de país, comparando las diferencias de género en las preferencias con el nivel de desarrollo (PIB) del país y su calificación de igualdad de género. Este último se basó en las clasificaciones de la ONU y del Foro Económico Mundial, así como en las tasas de participación de la fuerza laboral femenina y masculina y el número de años transcurridos desde el sufragio femenino.

Uno podría suponer que los países más desarrollados económicamente tendrían la menor diferencia entre las preferencias masculinas y femeninas, pero es justamente lo contrario:

“Las diferencias de género en las seis preferencias aumentaron con el nivel de desarrollo de un país… Las correlaciones positivas entre el PIB per cápita y las diferencias de género a nivel de país fueron grandes y significativas para las seis preferencias … »

La comparación de las diferencias de preferencias con el nivel de igualdad de género de los países produjo resultados similares:

«Se encontró que las diferencias de género en las preferencias aumentan con la igualdad de género para cada preferencia por separado … así como para el índice de las diferencias de género en las preferencias».

Así, los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, los países escandinavos y Australia se encontraban entre los países que mostraban las mayores diferencias de género en las preferencias.

Esta relación también se encontró para los cuatro indicadores individuales de igualdad de género.

«En resumen», dicen los autores, «estos hallazgos proporcionan evidencia de la “hipótesis de los recurso”, según la cual los niveles más altos de desarrollo económico e igualdad de género se asocian con una mayor diferenciación de preferencias«.

Curiosamente, un artículo de dos psicólogos publicado el año pasado, “La paradoja de la igualdad de género en la educación en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas” encontró lo mismo en relación con los graduados en STEM: cuanta más igualdad de género tiene un país, menos probabilidades hay de que las mujeres elijan las matemáticas y las profesiones científicas. Los Emiratos Árabes Unidos se encontraban entre los países con más mujeres graduadas en STEM.

Por supuesto, la preferencia es solo una parte de un panorama más amplio, y Falk y Hemle no descartan la influencia de los roles específicos de género en las preferencias (como diría un profesor de estudios de género: las mujeres, desafortunadamente, todavía tienden a seguir lo que hicieron sus madres) o «un rol para los determinantes biológicos o evolutivos de las diferencias de género».

De hecho, un estudio publicado en Suecia el año pasado encontró que las preferencias no explican la desigualdad de género en ese país. Suecia se encuentra entre esos legendarios estados nórdicos favorables a las mujeres que tienen un alto grado de segregación de género en sus mercados laborales y una brecha salarial persistente.

Una de las razones es que, aunque menos del 8% de las mujeres suecas son madres a tiempo completo, una gran proporción trabaja en el sector público (en el ámbito sanitario, por ejemplo) donde pueden conseguir horarios de trabajo a tiempo parcial compatibles con el cuidado de sus familias. Pasar a los campos dominados por los hombres y mejor pagados en el sector privado significa trabajar largas horas y sacrificar la vida familiar.

Las académicas feministas no pueden aceptar la idea de que las mujeres tendrían que sacrificar horas de trabajo remunerado y ocupaciones mejor remuneradas, para dedicarse a la familia. Por supuesto, debe haber condiciones de trabajo compatibles con la vida familiar tanto para hombres como para mujeres, ya que a los hombres también se les pide que sacrifiquen la vida familiar. Pero quizás, dada la alternativa, la mayoría de las madres preferirían sacrificar el trabajo remunerado en lugar de la familia, y ni siquiera lo consideran un gran sacrificio.

Hablen de condicionamiento social, si así lo desean, pero la evidencia del estudio de Falk y Hemle, entre otros, sugiere que tal preferencia tiene sentido en términos de tendencias más profundas de «género» e incluso, como sugieren, de imperativos evolutivos.

También tendría sentido en términos de ese factor que rara vez se menciona en la literatura de las ciencias sociales: el amor, que es una relación complementaria. La igualdad de género apunta a una autosuficiencia de igualdad incluso en el matrimonio y la vida familiar. ¿Cuántas personas realmente prefieren este planteamiento?»

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