Es posible que en su infancia haya hecho usted el experimento de introducir una fina ramita en un hormiguero para luego hacerla girar unas cuantas veces sobre sí misma. Si es así, sin duda habrá observado cómo docenas y hasta centenares de desesperadas hormigas abandonaban a toda prisa su dañado hogar y corrían alarmadísimas de un lado para otro, tal vez huyendo de la hecatombe, tal vez buscando al agresor para hacerle frente.
Algo parecido ha ocurrido en Europa tras la disputa pública entre Donald Trump y Volodimir Zelenski.
Nuestros políticos han reaccionado con pánico, como hormigas cuando se mete un palito en un hormiguero, despavoridos por la posibilidad de que el conflicto ucraniano acabe con un acuerdo entre los verdaderos contendientes en esta guerra: Rusia y los Estados Unidos. Porque, no nos engañemos, Ucrania y la Unión Europea sólo son las fichas con las que los Estados Unidos han jugado una partida contra Rusia. Curiosamente las fichas, en un alarde de masoquismo, insisten en que el juego (para nadie tan ruinoso como para ellas mismas) siga adelante.
Pero los jugadores ya se han cansado, dan la partida por acabada y se disponen a darse un deportivo apretón de manos. La Unión Europea y Ucrania son los verdaderos perdedores: a una le ha tocado sacrificar a centenares de miles de sus ciudadanos en el campo de batalla; a la otra arruinar a los suyos para pagar los costos de la guerra y seguir arruinándolos durante décadas para pagar los platos rotos en la riña.
En este contexto sorprende la sorpresa de los dirigentes europeos a los que este nada imprevisible cambio de rumbo ha dejado descolocados. En realidad, no hay nada nuevo en este giro de los acontecimientos, no es la primera vez que un gobierno estadounidense abandona a un aliado cuando ve que el juego no se puede ganar.
Sin ir más lejos, en el verano de 2021 el gobierno prooccidental afgano de Ashraf Ghani fue abandonado a su suerte frente al victorioso avance de los talibanes. Ghani anunció entonces que resistiría y que recuperaría el control sobre el país sin ayuda militar extranjera, pero un par de días más tarde se fugó de Kabul hacia los Emiratos en un avión cargado de dólares. En esa ocasión el gobierno de los Estados Unidos prefirió una desbandada antes que una guerra que habría podido seguir por tiempo indefinido, devorando vidas y recursos, pero que no podía ganarse.
En Ucrania está sucediendo más o menos lo mismo. Aquí la derrota no es no sólo militar, sino sobre todo económica.
En Ucrania está sucediendo más o menos lo mismo. Aquí la derrota no es no sólo militar, sino sobre todo económica. Las sanciones a Rusia no han dado los resultados deseados. Antes bien han servido para arruinar las economías de algunos de los sancionadores. Rusia no sólo ha sabido adaptarse a las nuevas circunstancias, sino que ha hecho de la necesidad virtud y ha registrado en 2024 un crecimiento económico del 4,1 %, mientras que Alemania, el “motor económico de Europa”, ha entrado en recesión (-0,2%). Y eso pese a las bravuconadas de la ministra alemana de asuntos exteriores, la verde Annalena Baerbock, quien en 2022 proclamaba a voz en grito que las sanciones iban a “arruinar a Rusia”. Otra vez un cazador cazado.
En el plano militar, Ucrania y sus patrocinadores no pueden ganar la guerra. En el económico la están perdiendo. En el diplomático rusos y chinos han reforzado sus vínculos, mientras que las otras dos grandes potencias emergentes, el Brasil y la India, siguen manteniendo excelentes relaciones con Rusia, por no hablar de las simpatías e influencias que este país ha ganado en el “sur global”.
Así pues no es raro que los Estados Unidos recurran de nuevo a una retirada que ha de permitirles salvar lo salvable (por ejemplo, las tierras raras ucranianas). No hacerlo sería hundirse en una ciénaga como fue la guerra de Vietnam, que a fin de cuentas también terminó en una desbandada y en un dejar en la estacada a los aliados sudvietnamitas.
Es inconcebible que los políticos europeos (y los grandes medios informativos que les sirven de altavoces) hayan sido incapaces de prever una situación con precedentes históricos tan cercanos y patentes. ¿Ignorancia? ¿Arrogancia? ¿Estupidez? ¿Un poco de todo? Basta con haber oído alguna vez hablar de Maquiavelo y Clausewitz para vislumbrar por dónde van los tiros…
Lo único inusual en estos días es la forma, llamémosle pintoresca, en la que Donald Trump está sacándose de encima, sin demasiada elegancia, el incómodo lastre ucraniano. Pero aunque la forma sea torpe y nueva, el contenido es tan viejo como las milenarias artes y artimañas de la política.
Sea como fuere, Europa está en la situación más incómoda de los últimos ochenta años. La culpa es de los propios europeos. Acabada la Guerra Fría, Europa tuvo la posibilidad de unificarse políticamente y, al mismo tiempo, independizarse diplomática y militarmente de los Estados Unidos. No lo hizo, sino que continuó apostando ciegamente a la carta atlántica, con confianza ilimitada, incondicionalmente, con una rara mezcla de sumisión servil e infantilismo, sin querer entender que los intereses europeos y los estadounidenses habían de volverse cada vez más divergentes. Por otro lado, su prosperidad económica y su pasado de continente hegemónico la hicieron sentirse una gran potencia mundial. Ahora ha quedado en evidencia que no lo es.
Europa es un emperador desnudo. ¿Por qué?
En primer lugar, el no haber llegado a formar una federación europea con una política verdaderamente unificada (en los asuntos sociales, en la relaciones exteriores, en la defensa, etc.) ha dejado que Europa siguiera siendo un mosaico de estados heterogéneos y más bien débiles, unidos sólo por la opresiva hiperburocracia de Bruselas y por un implacable mercado al servicio de grandes consorcios empresariales y financieros globalistas, todo ello al margen de los intereses, las necesidades y los anhelos de la ciudadanía.
Si a algo se puede comparar la Unión Europea es al Sacro Imperio Romano Germánico
Si a algo se puede comparar la Unión Europea es al Sacro Imperio Romano Germánico, con sus innumerables estados alemanes e italianos, unos diminutos, otros apenas medianos, sometidos a una egoísta oligarquía feudal, mal avenidos, débilmente vinculados por una vaga fidelidad a la figura del emperador e incapaces de articularse como un sujeto histórico coherente y poderoso. Sería interesante, y seguramente revelador y muy útil, que algún historiador competente estudiara a fondo estas sejemanzas.
Por otra parte, el éxito económico ha envanecido a Europa hasta hacerle perder el sentido de la realidad.
La naturaleza no ha favorecido a Europa con generosos recursos energéticos ni con abundancia de metales preciosos ni de materias primas. El auge económico europeo empezó muy lentamente en la baja Edad Media gracias al intercambio comercial con Oriente, teniendo a Bizancio y al Islam como intermediarios. El papel hegemónico de Europa a escala mundial se alcanzó gracias a la conquista de América y al control de rutas comerciales en el Mediterráneo, el Índico, el Pacífico y el Atlántico, un proceso de dominio que llegó a su cumbre en el siglo XIX, con el sometimiento total de África y Asia al poderío colonial europeo. Sin las materias primas llegadas de ultramar y sin los mercados abiertos en otros continentes, la revolución industrial difícilmente hubiera podido tener lugar y llevar a Europa al zénit de su poderío.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la tutela estadounidense permitió a una muy debilitada Europa alcanzar una prosperidad económica notable, así como seguir teniendo un acceso privilegiado a los mercados del “tercer mundo”. La descolonización fue en bastantes países más formal que real: un buen ejemplo es el de Francia, que tanto por medio de las finanzas (en buena medida gracias al franco africano) como de la fuerza militar ha seguido controlando la economía y la vida política y social de buena parte de sus antiguas colonias.
Pero con el fin de la Guerra Fría y el advenimiento de la globalización las cosas han entrado en un proceso de cambio profundo, de modo que el “sur global” ha ido ganando terreno y saliendo de la postración postcolonial: la India, el Brasil, Sudáfrica, el Irán, Indonesia, etc. se perfilan como potencias económicas, políticas, tecnológicas y militares cada vez más sólidas. Ello significa que se convierten en temibles competidores de Europa. Pero Europa parece querer ignorarlo. Sobre todo los dirigentes políticos británicos, franceses y alemanes están arrogantemente convencidos de que Europa en general, y sus naciones en particular, siguen siendo grandes potencias mundiales, al menos si a su lado están los Estados Unidos.
Pero desde el final de la Guerra Fría para los Estados Unidos el valor de Europa no ha dejado de disminuir.
No se trata de la mala voluntad de tal o cual presidente norteamericano, es un hecho geopolítico y económico sin más. Por mucho que la mitología política pretenda hacernos creer otra cosa, los Estados Unidos son una gran potencia hegemónica como casi todas las que ha habido a lo largo de la historia: es decir, una nación dura, con unas ambiciones, unas ansias de poder y unos intereses propios que sus gobiernos anteponen a cualquier otra consideración o escrúpulo.
Con un acceso cada vez más difícil a sus antiguas colonias y con una tutela estadounidense en proceso de extinción ¿puede la Unión Europea, sola y precariamente unida, hacerse la ilusión de ser una gran potencia y de estar en condiciones de mantener su prosperidad?
Existió durante mucho tiempo la posibilidad de que este socio fuera Rusia
Si al finalizar la Guerra Fría Europa no quería caer en la irrelevancia ni perder su riqueza, debía, por lo que respecta al interior, lograr su unidad política y social, con todas las consecuencias que ello conlleva; y por lo que respecta al exterior, tenía que hallar un socio que le proporcionara lo que le falta: materias primas, energía, y, a ser posible, protección militar y acceso a grandes mercados extranjeros. Existió durante mucho tiempo la posibilidad de que este socio fuera Rusia, que cumple con estos requisitos y es un país europeo que ha llevado la cultura y la civilización occidentales hasta los últimos confines del Extremo Oriente. Pero la Unión Europea se empeñó en rechazar esta alianza.
Ahora Europa se ha quedado sola: los Estados Unidos le dan la espalda, en el “sur global” no está bien vista, con China está enemistada, con Rusia en pie de guerra. Sería hora de reflexionar, de reconocer los errores cometidos y de corregir el rumbo. En vez de ello Bruselas y los gobiernos europeos se muestran incapaces de asumir una posición verdaderamente unitaria frente al exterior, patalean contra Donald Trump y al mismo tiempo, contradictoriamente, intentan hacerlo volver al redil de la OTAN, mientras adoptan una posición cada vez más hostil hacia Rusia, sin intentar siquiera un gesto que pueda ganarles las simpatías del sur global o aflojar la tensión con China.
Sus medidas para preservar el medio ambiente son caras y mucho más retóricas que eficaces
Europa no tiene una diplomacia unificada. Tampoco unas fuerzas armadas mínimamente coordinables. En la carrera tecnológica se está quedando atrás. Carece de grandes recursos energéticos y de abundantes materias primas. En importantes sectores ha sufrido una fuerte desindustrialización. Su sector agrícola pasa por malos momentos. Tiene una población densa y en acelerado proceso de envejecimiento. Sus medidas para preservar el medio ambiente son caras y mucho más retóricas que eficaces. Tiene serias dificultades con la inmigración. Crecen en continente la corrupción y la delincuencia. Su sistema político pasa por una severa crisis. Los ciudadanos de la Unión Europea están hartos, descontentos, decepcionados y, sobre todo, muy confundidos y asustados. Renunciamos aquí a hablar de lo más hondo, su decadencia cultural, moral, espiritual…
Hace veinte años alguien me dijo que el futuro de Europa era, con suerte, transformarse en una especie de Disneylandia para turistas chinos. Si no cambiamos ya mismo de rumbo, del parque de atracciones europeo no quedará otra cosa que un gigantesco túnel fantasma.
Los ciudadanos de la Unión Europea están hartos, descontentos, decepcionados y, sobre todo, muy confundidos y asustados. Renunciamos aquí a hablar de lo más hondo, su decadencia cultural, moral, espiritual... Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Enhorabuena por un análisis tan certero