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Greta Thunberg y la ecoideología: el emperador va desnudo y ya hay quien se atreve a gritarlo

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La actuación de Greta Thunberg en la ONU nos ha dejado una sensación de sobreexposición; en lenguaje coloquial podríamos decir que el fenómeno Greta se les ha empezado a ir de las manos. El estrellato de la fanática profeta de calamidades pone cada vez más de manifiesto que hace mucho tiempo que abandonamos el terreno del cuidado razonable de una Creación sobre la que tenemos responsabilidades para adentrarnos en el siniestro campo de los terrores apocalípticos que justifican cualquier aberración (también eliminar al escéptico) si es por la buena causa. El carácter pseudorreligioso de esta nueva y aterradora cruzada de los niños es también cada vez más evidente, con sus dogmas incuestionables, su implacable profetisa, su clero generosamente pagado y su lista de pecados que van desde comer carne hasta viajar en avión.

Como en el cuento del traje nuevo del Emperador, los poderosos de la Tierra, desde Bruselas a Roma pasando por Nueva York (a los países que realmente contaminan, en Asia y África, Greta no se acerca), temiendo quedar en ridículo ante esta “alarma planetaria”, se prestan a seguirle el juego. Pero son también cada vez más numerosas las voces que denuncian esta fanática idolatría de la que Greta Thunberg es su profeta. Y no son precisamente unos carcas reaccionarios y malvados empeñados en cargarse el planeta. Ciñéndonos al ámbito geográfico más cercano, podemos citar las recientes declaraciones de Jean-Pierre Le Goff, Antonio Socci, Pascal Bruckner y Pierre-André Taguieff.

Ecoideología: sentimentalismo + victimización + maniqueísmo

El reconocido sociólogo Jean-Pierre Le Goff nos dejaba en una amplia entrevista varias reflexiones críticas muy esclarecedoras. En ella podíamos leer:

«la conjunción de culto a la juventud y discurso ecológico se manifiesta a través de la figura emblemática de Greta Thunberg que da lecciones al mundo entro y apela a los estudiantes a que hagan huelga por el clima todos los viernes. Sentimentalismo y victimización son llevados a su punto más alto cuando esta joven se funde en lágrimas en el Parlamento de Estrasburgo. Ante esta “imagen impactante”, ¿cómo pueden negarse los adultos y los políticos a consolarla?

Esta joven mensajera es portadora de una mirada sombría sobre el mundo que deja helado. Su manifiesto es típico de una visión del mundo binaria en “blanco o negro” en la que el miedo y los buenos sentimientos delimitan el campo de los buenos. El maniqueísmo reina como señor en el seno de una cultura adolescente que se expande.

Lo más sorprendente es la manera en que tantos adultos, políticos o periodistas, aceptan este apoliticismo moralizante como un modelo de ciudadanía o una nueva vanguardia destinada a cambiar el mundo. En la hora del triunfante culto a la juventud, el miedo a aparecer como un reaccionario o un viejo carca ha jugado sin duda un papel importante en estas tomas de posición.

Pero de modo más fundamental, asistimos a una inversiones de los roles cuando los jóvenes dan lecciones a los adultos en materia de buen comportamiento. A través de un juego de espejos infantilizante, los adultos y los militantes ecologistas aplauden de hecho un modelo de ecociudadanía que ellos mismos han inculcado a las nuevas generaciones.

Hay que distinguir entre los problemas ecológicos reales y los discursos que les asignan una significación y un alcance que no son evidentes. Los ideólogos y los militantes mezclan los dos registros apoyándose en los primeros para legitimar sus concepciones y sus alternativas, presentadas como evidencias, con un chantaje constante…

La ecoideología refuerza al mismo tiempo la visión negra y penitencial de nuestra propia historia occidental que sería la responsable de todos los males ecológicos. Como contrapunto a esta visión oscura, la utopía de una humanidad reconciliada consigo misma: la salvaguarda del planeta se convierte en el nuevo principio unificador de un mundo fraterno y pacífico que, gracias a los desafíos ecológicos, acabará con las fronteras, las diferencias entre naciones y civilizaciones y pondrá fin a las contradicciones y a los conflictos.

Al erigirse como los representantes de los intereses superiores del planeta, los ecologistas se colocan en el campo del Bien. Son profetas y moralistas de un nuevo tipo que anuncian el Apocalipsis para que prevalezcan sus ideas y hacer el bien a los seres humanos a pesar de ellos.

La ecología presenta los rasgos de una nueva religión secular, retomando el concepto de Raymond Aron, cuando se erige en una explicación global del mundo que poseería las nuevas claves de la historia y de la salvación de la humanidad, cuando establece la jerarquía de valores y de buenos comportamientos.

Su aspecto religioso no se limita no obstante a estas características dogmáticas y sectarias. Bajo una forma más dulce y aséptica, participa en las nuevas formas de espiritualidad difusa que se han extendido por las sociedades democráticas descristianizadas y en crisis de identidad. La apelación ecologista a un “cambio de imaginario” puede acompañarse de una referencia a un “divino” natural que, pasando por encima de la herencia judía y cristiana, reencuentra un paganismo revisitado a la luz de la ecología. Encontramos a menudo una curiosa mezcolanza entre las espiritualidades asiáticas y las de los pueblos originarios, considerados como ecologistas avant la lettre. Este cóctel religioso a base de ecología se ha difundido suavemente en la sociedad bajo un fondo de desculturización histórica.

Se quiera o no, la ecología se ha convertido en uno de los vectores de una “revolución cultural” que no dice su nombre».

Un absoluto que condena a la muerte social a los dubitativos

Por su parte, el periodista y escritor Antonio Socci, alerta también desde las páginas del diario Libero del carácter de religión secular del movimiento encabezado por Greta Thunberg y señala el destino de aquellos que alberguen alguna duda al respecto:

«Estamos ante la nueva religión secular de lo «apocalíptico e integrado» (por decirlo con Eco). De hecho, consiste en primer lugar en alarmas apocalípticas que, gracias al eco de los medios de comunicación, dan a sus seguidores la sensación de ser los salvadores del mundo o al menos les dan la oportunidad de gritar con el corazón en llamas y hacerse pasar por los únicos que tienen una moral y un pensamiento, mientras que el resto, escépticos o disidentes, son considerados herejes infieles o enemigos de la humanidad.

La alarma apocalíptica también tiene la característica, por su apodíctico carácter dramático, de inducir al fanatismo y excluir el análisis racional, el espíritu crítico y la verificación de los hechos. No admite medias tintas ni claroscuros: solo conoce la afirmación absoluta. Es un mandato moral. Por un lado, el bien, por el otro, el mal. Y nos exige tomar partido. Es suficiente sugerir una sencilla duda y uno pasa a formar parte de la lista de las fuerzas de la oscuridad».

La explicación para todo… que no es más que repetición de loros

El filósofo y ensayista Pascal Bruckner se une a las voces críticas cuando escribe alertando ante el peligro de una ecoideología que:

«desemboca en un nuevo totalitarismo en nombre del culto a Gaya… Se ha desplegado toda una escenografía del Apocalipsis que con redobles de tambor genera el pánico y que recuerda tanto a la gnosis como a los mesianismos medievales.

El cambio climático se ha convertido en la navaja suiza de la comprensión del mundo: todo se explica por él, el hambre, las guerras, el terrorismo, las enfermedades, los problemas de fertilidad, los males de amor.

Greta Thunberg, esa pitia escandinava, no hace más que repetir lo que los medios nos inculcan desde hace años: a saber, que la aventura humana está acabada, que el hundimiento es inminente. Es una ventrílocua de talento que reproduce lo que le han inculcado. Lo mismo ocurre con las manifestaciones de los jóvenes: se extasían de su determinación pero no son más que simples loros que nos amonestan con las palabras que les han metido en la boca.

La ecología practica la extensión masiva del dominio de las prohibiciones: no al diesel, no al coche, no al avión, no a los alimentos genéticamente modificados, no a la carne. Retoma todos los postulados del marxismo para designar al culpable final: el hombre mismo en su voluntad de dominio.»

Por último, el politólogo Pierre-André Taguieff, autor de diversos estudios sobre el antisemitismo y el racismo, aborda la cuestión en una entrevista en la que nos deja una serie de afirmaciones que, a modo de aforismos, revelan el verdadero rostro de esta ecoideología:

«Lo que caracteriza el momento presente es el gusto del catastrofismo.

El ecologismo es el nombre del nuevo partido del Bien.

Ecologismo salvador y redentor: neorreligión y nueva gnosis.

El ecologismo garantiza un confort intelectual permanente a los iluminados jubilosos de esperar el fin del mundo mientras denuncian a los presuntos culpables del crimen supremo, el crimen contra el clima.

Olvidaros del crimen contra la humanidad, solo queda el crimen contra el planeta. El catastrofismo secreta el maniqueísmo como el hígado secreta la bilis».

Podrán sacar a las calles a miles de adolescentes conveniente manipulados, podrán soltarnos sus sermones desde los púlpitos de numerosas organizaciones internacionales, pero parece que no lo van a tener tan fácil para que aquellos que piensan con rigor se traguen los terrores del nuevo milenio.

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4 Comentarios. Dejar nuevo

  • Eres un retrogrado. viertes palabras falaces y bonitas, solo para dañar un movimiento con ideas qu sostienen todos los dinosaurios del sistema. El cambio climatico, la extincion de las especies, la contaminacion de los mares y el aire son un hecho que constatamos todos los que vivimos en la Tierra. como puedes negarlo? O nos unimos para disminuir cada uno su huella y exigimos a los gobiernos accion o te haces complice de la falacia de la modernidad. bienvenido al postmodernismo.

    Responder
    • Cecilia, tus comentarios son la confirmación de que lo que digo es cierto: se abandona el terreno de la argumentación racional para entrar en el de una fe irracionalista que no admite discusión. Gracias,

      Responder
  • Salvador Abascal Carranza
    10 diciembre, 2019 19:59

    Estoy de acuerdo con Jordi Soley, la tierra merece ser tratada con respeto porque en ella vivimos y de ella nos nutrimos. Preservar la limpieza de la casa común es muy necesario, lo contrario es también contradecir la ley natural. Una cosa muy distinta es afirmar que el calentamiento es producido por el ser humano, afirmación sin bases científicas. Greta, la nueva profetisa, títere de sus padres, de la ONU, de Soros y de otros más (que no sabe nada de historia ni de ciencia), dice que todo se debe a la desigualdad y ¡al heteropatriarcado! ¡Sopas!

    Responder
  • Clarita Perdomo
    20 enero, 2020 17:35

    Excelente comentario. Da en los puntos claves de la argumentación. Un aplauso para Jordi Soley.

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