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Ideología de género: ¿una cortina de humo para ocultar las desigualdades de clase?

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Es lo que plantea nuestro director, Josep Miró i Ardèvol, en una sugerente y fundada columna publicada en La Vanguardia:

«El nuestro es tiempo de malestar, y entre las causas, dos destacan por su presencia en la agenda pública, ambas relacionadas con la desigualdad: la que tiene su raíz en modo de producción económico, y en el género, en su doble y conflictiva concepción, la que se refiere al patriarcado y se centra en la dialéctica hombre-mujer, y en de las identidades de género LGBTI+.

Y como afecta a la desigualdad es importante observar la riqueza mundial. En la última medición  del Global Wealth Report 2018 de Credit Suisse, ascendía  a 317 billones de dólares en activos y bienes inmobiliarios, tras aumentar 14 billones en los doce meses hasta junio de 2018. Del total de estos bienes, las mujeres poseen el 40%. En un tema tan decisivo como el de la distribución del capital, marcado por una desigualdad creciente, tal y como explicó Thomas Piketty en El Capital en el Siglo XXI, resulta digno de reflexión  que la distribución entre hombres y mujeres se encuentra en el rango de paridad 40-60. Y no solo es la riqueza. El 80% del poder de compra esta también en sus manos.

La riqueza de las mujeres está en aumento a nivel mundial y su proporción creció de manera considerable durante el siglo XX. En Asia la mejora es debida al auge de China, donde ellas tienen una mayor proporción de la riqueza que en el resto de la región.

En nuestro entorno europeo y occidental la participación femenina es todavía mayor y se acerca o alcanza el 45%. Esta es la situación de España, Francia, Gran Bretaña, Suecia, y Alemania, y algo por debajo la de Italia, semejante a la de Estados Unidos, donde la cifra se sitúa en torno al 43%. El hecho que estas regiones del mundo, junto con China, concentren la mayoría del capital, explica el valor medio apuntado de que 4 de cada 10 dólares de la riqueza del mundo esté en manos de las mujeres.

En las regiones menos favorecidas, caso de África, donde además las estadísticas son dudosas, y gran parte de las propiedades inmobiliarias no están registradas, y de la India, la proporción es significativamente menor, oscila entre el 20% y el 30%.

Pero volvamos a nuestro entorno occidental, allí donde precisamente el feminismo de género es más beligerante en su afirmación de que la mujer se encuentra subyugada por la estructura patriarcal, que la agrede y discrimina por el hecho de ser mujer.

Parece difícil casar esta afirmación cuando el 45% de la riqueza está en sus manos. Sería una estructura de explotación insólita por exótica. Increíble.  Esta paridad en la distribución entre hombres y mujeres todavía resulta más llamativa porque contrasta con la elevada desigualdad entre personas según su clase social, con independencia de su sexo. Y de la tendencia sobre todo en el siglo XX y parte del actual. Durante este tiempo crece la paridad entre sexos al tiempo que aumenta la desigualdad entre clases.

¿Dónde se encuentra entonces el problema social, la prioridad política? ¿En el llamado patriarcado occidental, o en la desigualdad creciente de la riqueza entre grupos sociales? ¿Qué marca la diferencia, ser hombre o mujer, o el pertenecer a los niveles inferiores de renta y patrimonio? La respuesta es obvia, porque de desigualdad excesiva, de insuficiencia del ascensor social, de haberla haylas, pero no es una cuestión entre hombres y mujeres, sino entre grupos y clases sociales, que es muy distinto. Es uno de los problemas de nuestro tiempo.

Ciñéndonos al caso de España, la redistribución fiscal es muy baja, el tax mix, y las cuotas de la seguridad social perjudican a los que menos tienen (las rentas del primer quintil), el ascensor social funciona mal, las ayudas a las familias, necesarias para mejorar la igualdad de oportunidades, son ínfimas, y el abandono y fracaso escolar, así como los jóvenes que ni estudian ni trabajan, baten récords a escala europea por su magnitud. Los gobiernos autonómicos y español, ni tan siquiera han sido capaces de hacer un buen uso del programa europeo de Garantía Juvenil.

En estas condiciones objetivas lo que hace el discurso del feminismo de género es ocultar estas realidades, al  dirigir la atención a un aspecto secundario, el “patriarcado”, que no afecta a los mecanismos de redistribución, ni a la naturaleza de las relaciones de producción, y de distribución de la ganancia. Los substituye en la agenda mediática y política. Y el problema que no es mediático no existe. El mejor ejemplo del tuneado del problema real y una de las causas principales del malestar de nuestro tiempo lo encontramos en las mal llamadas “políticas de igualdad” que carecen de todo contenido económico.

Claro que hay mujeres en malas condiciones económicas. Son las madres solteras, las que han tenido hijos sin pertenecer a familias de los niveles medios y superiores de ingresos, las que no han tenido estudios en un grado suficiente, y ahí comparten la situación con los hombres que se hallan en sus mismas condiciones, las que viven, como sucede con los hombres, de trabajos precarios, y cuyos hijos sufrirán desde su niñez la falta de oportunidades. Pero no es desde las engañosas “políticas de igualdad” que se mejorará su situación, sino desde el abordaje de las causas de desigualdad económica excesiva, y la no igualdad de oportunidades de aquellos grupos sociales.»

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