Es duro tener que escuchar que: somos la generación más inclusiva y diversa de la historia, seguido de imágenes de jóvenes con discapacidades. La cruda realidad es que la mayoría de los niños con problemas no llegan a nacer porque los abortan, en un noventa por ciento. Y en algunos países, incluso después de haber nacido se les puede eutanasiar por esos mismos defectos. Basta con suponer que sufren física o psicológicamente.
Mucho construir rampas y accesos para minusválidos, para qué, si pronto no va a quedar ninguno.
Tampoco van a hacer falta los organismos especializados, ni las becas, ni los cupos de discapacitados para las oposiciones. También habrá que librarse de las guarderías y las residencias de ancianos, cuando se les convenza a todos de que sobran. Y todo ese excedente se podrá utilizar para las nuevas familias que se han inventado, incluidos señores con perros y señoras con gatos.
Pero no con conejos o periquitos, que eso parece ser que no es ecológico. Y la ecología es nuestra nueva religión a la que tenemos que rendir pleitesía. De manera que los animales por supuesto gozan de más protección que los minusválidos o cualquier persona, pero eso sí, somos inclusivos y diversos…, porque podemos cambiar de sexo cada seis meses y volver a cambiar una y otra vez.
Naturalmente, la línea es tan fina, que ahora basta con ser infeliz, ya sea por la pobreza o la soledad, para que te ofrezcan la misma solución. Mucho mejor que atender a la persona, ayudarla a dar lo mejor de sí misma, acompañarla… En fin, lo que haría un buen cristiano, porque ya se sabe que eso ya no se lleva. Que cada palo aguante su vela. Y luego, eso sí, mucho festival y mucha celebración de lo diferente, como si realmente les importara, pero es todo imagen.
Una vergüenza de nuestro siglo.
