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Jubilados de la vida

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Me los encuentro a menudo. Se arrastran por su existencia trasnochada, día tras día, noche tras noche. A todas horas están de farra, viviendo una entelequia que solo existe en su mente egoticada y castigada por un entumecimiento que poco tiene que ver con la vida. Son momias vivientes. No ven más allá del grano de la punta de su nariz, encerrados en sí mismos e impostores del tráfago esforzado de sus vecinos de vida.

¿Adónde van? ¡Ni ellos lo saben! Son cangrejos que devanean en todas direcciones, sin propósito y sin medida, deambulando como exhalaciones pútridas de la muerte aterida las dieciocho horas que chorrean, compartiendo alcoholes mezclados y cocas en forma de cruasanes de plastilina que se abrazan en un estrecho amiguismo que de amistad tiene lo que tiene la leche con el aceite: tú aquí y yo allá, juntos y revueltos mientras dura el trinque, pero luego, ¡si te he visto, no me acuerdo!

“Siempre se ha hecho así”. ¡Creativa revolución la que contiene la máxima sumergida en la noche de los días por venir! No es que no se pueda cambiar, ¡es que no quieren hacerlo! ¿Para esto tanta tabarra? Te tienen buscando el encaje meses y años, tratando de entender aquello que en su intelecto anquilosado pueda haber de endiosado gusto por algo más que sí mismos, y al fin te salen con que “No quiero cambiar. Me falta poco para jubilarme, y no quiero dolores de cabeza”. ¿Qué más quieren decir, sino que cerrarán la puerta para nunca más volver? ¿Hay algo en sí mismos que sea más que lo que promete ser su último suspiro?

¡Pasión les falta! ¡Amor a la Belleza de la Verdad! ¡Libertad de Hijo de Dios, y no libertinaje de viernes noche! Te critican a ti, aduciendo que te crees eterno porque vives la vida como lo que es: una existencia cuyo fin es más que el grano de su nariz, la identificación que, al cruzar el velo de la muerte, se tornará Luz tras la noche oscura que esos seres decapitados te propinan con sus desplantes de niños malcriados. La Vida con mayúscula que esperas, porque Jesús te la ha prometido, confirmando las palabras del Padre que te creó para compartir su Gloria, más allá de las estrellas, en un firmamento de Luz y Amor eternos. Vida que deseas.

No es fácil explicarlo, pero tu piel irradia juventud a chorros, moldeada por los años que tantos y tantos jubilados de la vida te han hecho decrecer a su lado, evidenciando más y más, día a día, la distancia que os separa. Un decrecimiento que es multiplicarse, la superación pisada tras pisada: “A los veinte fui joven; a los cuarenta, doblemente joven; y ahora, a los sesenta, más que triple, parece que cuadruplique la juventud que llevo acumulada, encendiendo pasiones a todas las edades y sembrando esperanza en tanto corazones”. Eso es lo que tú expresas.

Aplícate el cuento, hermano, mi hermana del alma. Es difícil entenderlo, pero los hay que mueren antes de morir, porque lo que ven no es más que el grano de la punta de su nariz. Lo sabe solo quien ignora sus granos: no es posible ayudar a quien no quiere ayudarse. Si insistes en hacerlo, y depende de cómo lo hagas, crearás un monstruo, que tarde o temprano te rasgará los granos que la vida mal entendida te ha contagiado de su nariz al tomarlo de la mano y forzarlo a dar el paso. No quiere. Lo dice su mirada: “Cerrado por defunción”. Ejemplifica, pues: habla con tu vida, no con tus palabras. Así le removerás las entrañas. ¿Qué más se le puede pedir a un muerto que un suspiro por ser feliz?

Twitter: @jordimariada

“No quiero cambiar. Me falta poco para jubilarme, y no quiero dolores de cabeza” Clic para tuitear

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