Un estudio de el Observatorio Social de la Caixa explica como la crisis ha golpeado gravemente a los más vulnerables. La crisis económica y financiera ha golpeado con especial intensidad a nuestro país, pero sus efectos no han sido iguales para todos, pues aunque ha habido un empobrecimiento generalizado del conjunto de la población, el impacto ha sido mucho mayor en las clases bajas. Frente a lo ocurrido en otros países, el aumento de la desigualdad en nuestro país se debe más a la pérdida de posiciones de los estratos de renta más bajos, que al mayor enriquecimiento de los ricos.
Durante la primera y más dura fase de la crisis (2008-2011), los más pobres han sido los grandes perdedores. La inmovilidad es máxima en los extremos de la distribución de ingresos: en 2011, ricos y pobres se mantenían en gran medida en las mismas posiciones de las que partían al comienzo de la crisis. La movilidad entre los extremos es prácticamente inexistente (apenas 1%-2% atraviesa la escala de ingresos en uno u otro sentido), de modo que lo más probable para los pobres es seguir siéndolo tres años después. Para los más pobres (decilas 1 y 2), la opción más probable es quedarse en su misma clase de origen o, como mucho, ascender a los estratos más bajos de la clase media. Para los más ricos, la inmovilidad es la norma: 65,5% de la decila 10 se queda en la misma posición; un 13,2% pasa a la decila 9, sin dejar de ser ricos; y un 20% cae la clase media.
La polarización entre clases sociales, agudizada por la crisis y alimentada por la globalización, se ha convertido en los últimos tiempos en un tema de creciente preocupación, por sus posibles efectos sobre el crecimiento económico. Tanto es así que, actualmente, este tema ocupa un lugar destacado en la agenda política al más alto nivel (Comisión Europea, 2010; OCDE, 2015).
En una faceta más sociológica, el foco se centra frecuentemente en la posible pérdida de oportunidades para las generaciones futuras, con una creciente dificultad para alcanzar los niveles de vida de sus padres y abuelos, que amenaza con convertirse en un proceso de desclasamiento de difícil retorno (Estefanía, 2016; Gaggi y Narduzzi, 2006; Galbraith, 2013). Hasta qué punto esta pérdida de expectativas se puede traducir en una ruptura de la confianza en el funcionamiento del sistema democrático y de sus fundamentos morales es una cuestión abierta. Para algunos autores, es uno de los grandes retos de las democracias liberales occidentales (Fukuyama, 2012), al que la reciente aparición de movimientos y partidos de corte populista no resultaría ajena.
Considerando el total de la renta española, según nuestros análisis parece evidente que, sobre todo en términos relativos, los segmentos más bajos de la distribución fueron los que más sufrieron el impacto de la crisis.
Todas las clases experimentaron una pérdida de ingresos en términos reales desde el comienzo de la crisis y, en términos absolutos, las pérdidas fueron mayores en el extremo superior de la distribución de ingresos, entre los ricos, aunque obviamente estas pérdidas quedan diluidas cuando se considera el punto de partida.
Por otra parte, y frente a lo que suele pensarse, la crisis no ha supuesto un cambio importante en la posición relativa de las distintas clases de renta: el «reparto del pastel» ha permanecido inalterado durante los últimos años, a pesar de la fuerte crisis económica y de la caída del empleo en nuestro país. Justo o injusto, la crisis no introdujo cambios significativos.
Desde el comienzo de la crisis, los principales cambios en la distribución de la renta pueden resumirse en aproximadamente un punto porcentual más de renta para el 20% más rico y uno menos para el 20% más pobre. Así pues, podemos decir que el reciente aumento de la desigualdad en nuestro país, más que al despegue de los ricos, se debe a la pérdida de posiciones de los estratos de renta más bajos. Como señalábamos anteriormente, esta conclusión es importante porque rompe con el patrón de creciente polarización que suele extrapolarse al conjunto de los países occidentales desarrollados.