fbpx

La fe de San José: modelo de confianza y docilidad ante el misterio

COMPARTIR EN REDES

«La generación de Jesucristo fue de esta manera…» Así comienza el evangelio de este cuarto domingo de Adviento (Mt 1,18-24), presentándonos a José, el hombre justo que se encuentra ante un misterio que lo supera. Su esposa María está encinta, y él sabe del pacto de virginidad que habían acordado entre los dos. Ante esta situación incomprensible, José «resolvió repudiarla en secreto», no por dureza de corazón, sino precisamente por justicia y amor.

La figura de san José aparece junto a María como un hombre de fe ejemplar, con una fidelidad unida a su misión con Jesús y María. Hoy, segundo día del triduo de Navidad, contemplamos la fe—después de haber considerado ayer a María, nuestra esperanza—a través de la figura de José, padre de Jesús, de la Iglesia y especialmente de los sacerdotes.

La duda de José: modelo de fe en la oscuridad

La llamada «duda» de José es en realidad un ejercicio profundo de fe. Dos interpretaciones han surgido a lo largo de la tradición. Algunos piensan que María le explicó el mensaje del ángel, y José la acompañó en su visita a Isabel. Quizá entonces se sintió indigno de estar en medio de un plan que no tenía nada que ver con él: si les veían muy unidos, sería difícilmente creíble el misterio de la Encarnación virginal.

Dios no dice nada. María ve a José pensar esas cosas, intuye y sufre, pero tampoco dice nada. José hace oración y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto de su esposo, que no se siente digno para acompañarla.

Otros piensan que María sabe y calla, que no dice nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla—quedando él mal—y no discute ni se queja ni pide explicaciones, convencido de que algo divino está ocurriendo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la deja libre para no perjudicarla.

En cualquier caso, José es el hombre que permanece en segundo plano, oculto, escondido. Con su sí permanente es el hombre fiel, de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo le está bien.

La intervención divina y la docilidad de José

Dios, al ver su docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados».

La respuesta de José es inmediata: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer». No hay cuestionamientos, no hay demoras. José aprende a ir al paso de Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, que se establezca en Nazaret.

Aquellos seis meses que José tardó en saber que Jesús era el Hijo de Dios fueron una cruz fuerte. María sabe y calla, está serena y con mirada de fe, pero sufriendo. José no le pregunta y piensa dejarla. Aguantan pacientemente, sin pensar mal uno del otro, y sin desconfiar de Dios.

Esta es la fe que madura en el sacrificio, ante la cruz. Ya el libro de Isaías nos muestra la señal: «una virgen tendrá un hijo, que será llamado Emanuel, ‘Dios con nosotros'». Vemos cómo la fe de san José se manifiesta especialmente en el sacrificio, en la espera paciente, en la confianza absoluta.

José busca posada: Dios llama a nuestra puerta

José ha buscado lugar para acoger a María, que es portadora de Jesús, el Emmanuel, el «Dios con nosotros». En Belén la gente dice que no hay lugar para ellos. Hoy también la gente va a lo suyo, no tiene tiempo para Dios. Jesús está buscando lugar en el corazón de los hombres.

El poeta catalán Mn. Cinto Verdaguer relata con ingenuidad cómo José, yendo con la Virgen de camino con el Niño Jesús, entraba en los pueblos a pedir comida. Llamaba a las casas buenas y le respondían: «Dios os ampare», pero sin abrir. En las casas ricas: «¡Para peregrinos estamos!». En otras ni siquiera respondían, solo los perros con sus ladridos poco acogedores.

San José, que era un saco de paciencia, se apenaba al ver tal recibida para su santísima esposa y para el Niño. El Niño Jesús tuvo compasión y dijo: «llamemos a esa cabañita». Era la más pobre de las casas, pero estaba de puertas abiertas. Allí fueron acogidos con alegría por una familia humilde que compartió su pan.

Cuando ya se alejaban, la Virgen preguntó al Niño: «hijo mío, ¿y qué paga les darás por esta obra buena que han hecho?» El Niño respondió: «madre mía, la paga la tendrán en el cielo; aquí en la tierra, cruces y más cruces».

El misterioso sentido de la cruz

Es el misterioso sentido de la cruz que lleva a la gloria, la puerta de la salvación, el signo de victoria que tiene forma de cruz. Dios llama a la puerta de nuestra casa de muchas maneras, en lo de cada día hay algo de divino. En la abundancia o en la pobreza, en la salud o enfermedad, es Jesús quien nos busca.

Donde los dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe descubre la belleza de la rosa que nos regala. Esto es la cruz.

La Sagrada Familia: modelo de nuestros hogares

En María y José encontramos un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, naciente iglesia doméstica que custodiará al Redentor. Son de carne y hueso como nosotros, vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras.

Nos enseñan a vivir las «dificultades» en positivo: transformarlas en «posibilidades» de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y perseverancia. Así se refuerza el amor y la fidelidad.

Las dificultades de «ordinaria administración» no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller, rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día. Se intuye que para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían solucionar algo hablando, optaban por el silencio—una forma de diálogo cuando se ama—, meditar las cosas, el silencio de la oración.

Lecciones de la fe de José para nosotros

José nos enseña varias lecciones esenciales:

Confiar en Dios en la oscuridad. José no comprende, pero confía. No exige explicaciones inmediatas, sino que permanece en oración esperando la luz divina.

La docilidad como camino de santidad. Cuando Dios habla, José obedece inmediatamente. No discute los planes divinos, no protesta por los cambios, no se queja de las dificultades.

La humildad del segundo plano. José acepta su papel oculto, discreto, secundario. Es el custodio silencioso del misterio más grande de la historia.

La fe que se expresa en el servicio. La fe de José no es abstracta ni meramente sentimental. Se traduce en trabajo, protección, cuidado concreto de María y Jesús.

Hacernos pequeños para entrar en Belén

Para recibir a Jesús que nace, debemos hacernos pequeños, como los pastores. Solo ellos, con ojos llenos de alegría, vieron al ángel que anuncia el misterio de Navidad. Solo ellos pudieron oír aquel «gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».

Como decía el poeta Josep Maria de Segarra: «Si te piensas cazar la estrella, no vayas adormilado, humedécete el párpado con tres lágrimas de niño, agáchate hasta que eras niño».

Solo con las manos vacías nos podemos llenar de Él. Si estamos aferrados a las cosas, no podríamos. Cuando uno vacía su corazón de otras posesiones, entonces Él lo llena.

La Navidad nos exige lo que vemos en José: humildad profunda, fe inconmovible y disponibilidad completa a la voluntad de Dios. El Niño Dios viene a este mundo para hacer la voluntad del Padre. Nosotros también hemos venido para hacer la Voluntad de Dios.

Como dice el profeta Isaías en la antífona de entrada de este domingo: «Enviadlo, altos cielos, como rocío, que las nubes lluevan al Justo. Ábrase la tierra y germine el Salvador».

Y le pedimos al Señor en la oración, colecta lo que cada día recitamos en el Ángelus: «derrama tu gracia sobre nuestros corazones, para que, así como por el anuncio del ángel hemos conocido la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, seamos llevados por su Pasión y Cruz a la gloria de la Resurrección».

La Navidad está cerca

La Navidad está ya muy próxima y la liturgia nos sigue insistiendo en la virtud de la humildad. El profeta Miqueas nos habla de Belén, «pequeña entre las aldeas de Judá», y esa escoge Dios para venir al mundo. El que tiene «su origen desde el principio, desde los días de la eternidad», el que será «dominador de Israel», escoge una pequeña aldea donde nacerá sin que lo sepa nadie fuera de su Madre y san José.

Así hace Dios las cosas grandes: no con la lógica de los hombres, sino con la realidad de la humildad.

Que san José, modelo de fe, de silencio y de servicio, nos ayude a preparar nuestro corazón para recibir al Niño que viene. Que nos enseñe a confiar en Dios incluso cuando no comprendemos sus planes, a ser dóciles a su voluntad, y a hacernos pequeños para poder entrar en la cueva de Belén.

La fe de José es fe de hombre común llamado a una misión extraordinaria. Es la fe del trabajador honrado, del esposo fiel, del padre responsable. Es la fe que no hace ruido, pero sostiene el mundo. Es la fe que necesitamos hoy para acoger a Dios que viene.

Twitter: @lluciapou

Donde los dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe descubre la belleza de la rosa que nos regala. Esto es la cruz. Compartir en X

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.