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La Sociedad Desvinculada (8). La generación de capital social

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La cuestión decisiva es conocer cómo se origina y desarrolla el capital social, porque para comprender su papel es necesario saber cómo surge y se multiplica. Hemos visto que el capital social es de dos tipos, el cognitivo y el institucional, y que ambos se expresan mediante redes interpersonales que establecen los vínculos. De esta premisa surge la identificación de la fuente primaria y única de capital social: la institución que denominamos familia, y que en términos más precisos significa en primer lugar una pareja, normalmente unida por un acuerdo público, el matrimonio, ya sea religioso o civil. Esta formalización institucional tiene como fin reforzar el compromiso que existe no solo entre los cónyuges, sino también de estos para con la sociedad. Este compromiso surge de la consecuencia general de la unión, la descendencia, que posee una trascendencia social más allá de la relación de la pareja. Existe en este sentido una función social del matrimonio. No es tanto el emparejamiento lo que otorga al matrimonio un papel único en la sociedad, como el hecho de los hijos. Ante este razonamiento las opiniones de sesgo desvinculado que persiguen diferenciar el matrimonio de la descendencia aducen que existen matrimonios sin hijos. Esta es una forma de razonar que consiste en juzgar la validez de la norma general por las excepciones que se producen, lo que conduce a observar la realidad y actuar sobre ella, no por lo que es normal en términos estadísticos, sino por sus excepciones. Este enfoque, propio de la subjetividad desmedida, impide comprender la realidad humana porque sustituye el razonamiento de lo general por lo excepcional, aplicando además las conclusiones extraídas de casos que son excepción a la generalidad. Es un método desastroso de interpretar la realidad fruto de la ideología que ha renunciado a toda racionalidad, incluso a la instrumental, en nombre del imperio del subjetivismo. Es una forma de proceder que no se utiliza en ningún otro ámbito que no sea lo que podemos llamar estilos de vida, y que giran en buena medida en torno al sexo y a sus consecuencias y, en general, en relación con las pulsiones primarias del sujeto. En ningún campo una inversión, un proyecto técnico, un diagnóstico médico, establece la norma a partir de lo excepcional. Esta particularidad ideológica ayuda a entender la dificultad de la sociedad actual para afrontar sus graves problemas. En el caso del matrimonio, la relación entre este y la filiación es inseparable, empezando por la raíz del propio nombre, que apela al cuidado o protección de la madre[1], es decir el concepto se formula a partir de la existencia de los hijos.

La primera red, la familiar, alimenta a otra segunda, cuya institución más inmediata es la escuela, un vínculo casi universalmente obligatorio que puede multiplicar el capital social si se ejerce adecuadamente la articulación familia-comunidad, esencial para la formación de capital humano. Un fracaso escolar elevado significa que tal articulación no funciona bien, que la familia tiene dificultades para cumplir su función, generando un déficit que la escuela no puede remediar en el grado necesario.

La confesión religiosa es la otra gran institución de este segundo nivel y posee, junto con la familia, una gran capacidad de ampliar la red relacional y acrecentar el capital social cognitivo, porque tiene un poderoso efecto vinculante. También impulsa externalidades positivas voluntarias a causa de los fines que propone. El papel de ambas instituciones sociales, escuela y confesión religiosa, complementa y desarrolla el capital social primario de la familia, refuerza el sentido de vinculación y aumenta las redes con nuevos enlaces que ya no son de naturaleza familiar.

El trabajo es el otro gran componente de las estructuras secundarias. Es quien recoge de forma colectiva o individual las capacidades desplegadas por las anteriores instituciones y las transforma en bienes y servicios, y les otorga un valor que se regula en el mercado, imperfecto en muchos aspectos. También es el ámbito en el que el intangible de capital social y humano se transforma en capital monetario y financiero. Y en esta transformación es donde se dan los grandes desequilibrios, la inequidad en la distribución de este capital. El trabajo aprovecha el capital social y humano generado previamente, y a su vez lo aumenta, aunque también puede destruirlo, sobre todo mediante el paro. La principal manifestación económica del trabajo es la productividad y, por consiguiente, esta medida depende también de aquellos dos tipos de capital. Lo habitual es medir la productividad del trabajo en términos de cantidad de bienes y servicios producidos por unidad de tiempo trabajada. Otro criterio para establecer la productividad es relacionando lo producido con el capital que se necesita para obtenerlo. Y aún queda una tercera medición, la llamada productividad total de los factores, que constituye un componente heterogéneo, en el que la tecnología y la innovación son fundamentales y se expresan mediante lo que se conoce como tasa de progreso técnico. También influyen las instituciones públicas y las normas que generan.

Las empresas conseguirán un mejor rendimiento a partir del capital social y en relación con su capital humano en la medida en que construyan una comunidad de trabajo, es decir, está en función de la vinculación interna entre sus miembros (trabajadores de todos los niveles, propietarios y cada vez más proveedores, consumidores y usuarios), así como con el resto de la comunidad para generar externalidades positivas en términos de retribuciones, margen bruto, responsabilidad social y ambiental, y calidad de producto y servicio. Las empresas deben entender que para poder funcionar mejor en el mercado deben abordar factores que no forman parte de él en términos directos, en el sentido que no constituyen mercancías, pero que poseen un importante valor de uso.

No obstante, no se trata solo de establecer la importancia del vínculo desde una perspectiva de la economía de la empresa, sino también desde un enfoque global. Desde este punto de vista, la Nueva Economía Institucional (NEI), con lo que ha significado de concepción alternativa al fundamento neoclásico, constituye una importante herramienta para establecer el papel del vínculo.

El enfoque neoclásico considera la economía como la ciencia de la elección basada en la presunción de racionalidad que se ejerce en mercados perfectamente competitivos en los que no existen costos de transacción, las instituciones no aparecen, la empresa y la política no son consideradas en sí mismas, y donde ni el tiempo ni la historia tienen importancia. La Nueva Economía Institucional adopta un planteamiento distinto, entendiéndose a sí misma como la ciencia de la transacción, donde la racionalidad es limitada, los mercados imperfectos, y operan con costes de transacción que son decisivos. En esta concepción económica las instituciones establecen reglas de juego en las que las empresas y la política tienen un papel substantivo, y el tiempo y la historia cuentan. Es evidente que en este segundo marco de referencia el papel de los vínculos en relación con los costes de transacción y el entramado institucional social y político, las leyes, el efecto dinástico e intergeneracional, el efecto histórico y la acción política poseen un papel destacado.

Existe un engarce entre las instituciones sociales y políticas, y la eficiencia que se alcanza. Bajo esta nueva perspectiva que aporta la NEI la cuestión de la intervención del estado en la economía posee un mayor realismo.

Es importante subrayar la idea de racionalidad imperfecta en la NEI a causa de la desigual información de los distintos sujetos, del resultado de sus concepciones y percepciones, y del juego de sus deseos e impulsos. Serán las instituciones familiares, educativas, políticas, empresariales, religiosas y el entramado asociativo voluntario los que establecerán para un momento y una sociedad un grado mayor o menor de racionalidad. Y ese es precisamente el trasfondo económico del papel determinante del vínculo. Él es quien articula todas estas instancias, también la información, facilitando un mejor resultado.

Esta es una de las causas centrales del porqué el vínculo posee un carácter tan decisivo en las instituciones políticas. Sencillamente es la condición necesaria para que los resultados sean eficaces. El vínculo es previo a la democracia y pertenece a un estadio superior a ella. Primero, porque lo que une es un fin constitutivo en sí mismo: la amistad civil, la concordia, el deber; el compromiso. Todos ellos son más importantes que el método, es decir, la democracia, algo que con frecuencia se olvida. La democracia representativa de un hombre un voto es solo un instrumento para conseguir el bien de la comunidad, y el vínculo es un fundamento para alcanzar este bien. Segundo, porque el fin de la democracia, y así es como fue concebida en distintos momentos históricos, solo puede realizarse si realmente existe un grado de vinculación suficiente. Aristóteles ya se refería a la amistad civil, considerándola imprescindible para el buen funcionamiento de la polis, y eso cuando el espacio político concernía solo a unos pocos miles de personas; mucho más decisivo resulta hoy en nuestras grandes y complejas sociedades, aunque en este caso es muy posible que el gregarismo y los medios de comunicación de masas, con su tendencia homogeneizadora, reduzcan la dificultad derivada del mayor número de personas. En el plano político, la amistad civil es la forma de vinculación por excelencia y exige la existencia de comunidades articuladas unas con otras; la familia, las otras instituciones sociales, las comunidades locales, hasta configurar la unidad superior. El principio de subsidiariedad expresa muy bien esta necesidad en términos actuales. El concepto de bien común expresa desde otro punto de vista una exigencia pareja: la necesidad de construir las condiciones para que cada persona alcance su máximo bien y participe en la construcción del de los demás, del bien de todos. Es evidente que lo más opuesto a estos planteamientos es la idea del bien solo para uno mismo.

La comunidad política en su sentido integral no se refiere únicamente a los partidos, ni tan siquiera a las instituciones políticas, sino que comprende a todas aquellas formas de asociación y participación que atañen a la polis, a todos. Esta necesidad sitúa en primer plano la limitación evidente de la democracia liberal, que solo concibe la representación individual. De esta manera todos los demás modelos relacionados con la dimensión colectiva tienen un papel marginal en la formación de la voluntad política. Esta grave imperfección intenta resolverse con fórmulas de participación, consultiva, permanentes o ad hoc, con resultados perfectamente ineficientes.

[1] «Matris munium». «Matris», que significa «madre», y «munium», «cuidado» o bien «matreum muniens», protección de la madre; obligación del hombre hacia la madre de sus hijos.[]

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