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Las causas reales de las diferencias entre sexos

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David C. Geary es profesor en el Departamento de Ciencias Psicológicas y el Programa Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Missouri. Ha investigado especialmente en el campo de la cognición matemática y el desarrollo de los niños y ha escrito cuatro libros: Children’s Mathematical Development (1994), Male, Female: The Evolution of Human Sex Differences.

Geary acaba de publicar un ensayo en Quilette donde explica, en base a las preferencias innatas en el juego de los niños, que las teorías de género que quieren explicar las diferencias de roles en base principalmente a las influencias sociales son erróneas:

“El debate académico sobre la magnitud y el origen de las diferencias entre sexos es aparentemente interminable. Como uno puede imaginar, las discusiones son intensas y las posiciones difieren mucho en cuanto a la atención relativa a las contribuciones sociales o biológicas en las diferencias entre los sexos. La opinión predominante en las ciencias sociales y del comportamiento es que las diferencias entre los sexos son pequeñas en magnitud, en gran parte de origen social e impulsadas por los roles de género.

Los defensores de este punto de vista aceptan el peso de la biología ante rasgos que son casi imposibles de refutar, como la diferencia de altura entre los sexos, pero acto seguido los consideran como de importancia mínima en nuestro mundo. La explicación de las diferencias de sexo en base a los roles de género goza de una amplia popularidad dentro y fuera de la academia.

En este trabajo describo cómo se piensa que los roles de género dan forma a las diferencias de sexo y por qué estas teorías son incompletas. Ilustro esto último utilizando el desarrollo social y los patrones de juego de los niños y las niñas, porque se piensa que éstos son el resultado de las creencias y conductas sexuales de los padres, de los anunciantes (por ejemplo de juguetes) y de otras personas (por ejemplo, los maestros). Se cree que estas diferencias sexuales tempranas, y cualquier influencia social sobre ellas, colocan a los niños en una trayectoria que perpetuará las diferencias sexuales estereotipadas en la edad adulta, como por ejemplo que hay más hombres ingenieros que mujeres. Una creencia asociada a este planteamiento es que las diferencias sociales y psicológicas entre los sexos pueden eliminarse cambiando lo que creen los niños pequeños sobre los papeles estereotipados de los sexos y animándoles, entre otras cosas, a participar en juegos neutros en cuanto al género y en juegos que son más comunes en el sexo opuesto.

Roles de género

La gente tiene muchos estereotipos sobre los niños y los hombres y las niñas y las mujeres, y la mayoría de ellos son exactos y, si de algo pecan, es en que subestiman la magnitud de las diferencias sexuales reales. La pregunta clave es si estas creencias estereotipadas crean una profecía autocumplida o son en gran medida una descripción de las diferencias entre los sexos que niños y adultos han observado en su vida cotidiana.

Para muchos teóricos, estos estereotipos son una profecía autocumplida que opera a través de un sistema de creencias llamado roles de género. Estos abarcan los comportamientos, actitudes, expectativas sociales y posición social de hombres y mujeres en la mayoría de las sociedades. En una teoría muy influyente, Eagly y sus colegas proponen que las creencias sobre los roles de género incluyen normas descriptivas y cautelares. Las primeras son descripciones de diferencias sexuales estereotipadas y las segundas son expectativas sobre cómo deben comportarse los niños y niñas y los hombres y mujeres. Ambos tipos de normas se organizan, en parte, por diferencias de sexo en los rasgos propios de cada sexo. Las mujeres tienen, en término medio, más rasgos asociados con “el desinterés, la preocupación por los demás y el deseo de ser uno con los demás”, mientras que en los hombres tienen más peso los relacionados con la “autoafirmación y el impulso de dominación”.

De este modo se argumenta que las diferencias de sexo están influidas por los diferentes roles sociales y económicos que ocupan la mayoría de las mujeres y los hombres en todas las sociedades en diversos grados. De particular importancia es la mayor participación de la mujer en las actividades domésticas, como el cuidado de los niños, y la mayor participación del hombre en el empleo remunerado o en la adquisición de recursos físicamente exigentes (por ejemplo, la caza). A su vez, estas funciones están influidas por una combinación de diferencias físicas de sexo, factores contextuales y modos de actividad económica (por ejemplo, la agricultura). Un resultado de esto es que hay más hombres que mujeres en puestos de mayor estatus social.

Uno de los puntos básicos de esta visión es que el mayor estatus social de los hombres no sólo refuerza los roles de mujeres y hombres respectivamente, sino que influye en la emergencia de las diferencias sexuales asociadas a los comportamientos sociales. Es cierto que los teóricos de los roles de género reconocen que muchos factores contribuyen a estas diferencias sexuales, pero lo esencial es que la mayoría de ellas son causadas por la adhesión a este tipo de normas.

En teoría, las mujeres y los hombres usan estas normas para evaluar su propio comportamiento social y para mantenerlo en línea con las expectativas sociales, así como para evaluar el comportamiento de otras personas. No se trata simplemente de que los chicos y chicas interioricen las normas y las apliquen a su propio comportamiento, sino que, además, otras personas imponen recompensas y castigos por la adhesión y las violaciones a las mismas. Un problema con esta argumentación es que los comportamientos estereotipados de tipo sexual se encuentran en todas las culturas, incluso en aquellas que no tienen normas explícitas al respecto. La teoría de los roles de género puede ser retorcida para explicar estas diferencias universales de sexos, pero no son capaces de explicar estas mismas diferencias de sexo en otras especies.

Al igual que entre los humanos, los machos son más agresivos en la gran mayoría de las especies debido a las exigencias de competencia con otros machos para obtener el estatus o los recursos necesarios para atraer parejas o para satisfacer las demandas de apareamiento de las hembras. Cuando las crías necesitan ser cuidadas, son las hembras quienes proveen. Este conjunto de comportamientos es diferente en los mamíferos hembras y machos y esto está bien documentado en los primates.

El argumento de que las diferencias entre sexos son en gran medida el resultado de las normas tiene un amplio atractivo porque esas teorías crean una ilusión de control y son más aceptables políticamente que una contribución biológica sustantiva. Si las teorías sobre los roles de género fueran en gran medida correctas, entonces todas las diferencias de sexo en cuanto a estatus social, comportamiento social, etc., podrían potencialmente eliminarse modificando las expectativas sociales de niños y niñas y, por lo tanto, eventualmente de hombres y mujeres. Las diferencias de sexo en el desarrollo social de los niños y los patrones de juego temprano ilustran muy bien tanto el intento de imponer socialmente esta visión a otras personas como el hecho de que hacerlo es como caminar contra la corriente. Se pueden hacer algunos progresos con un esfuerzo continuado, pero una vez que estos se relajan la naturaleza humana los borra.

Juegos infantiles

En algunos países europeos, como Noruega y Suecia, el loable objetivo de la igualdad de género está en la vanguardia de la política nacional, pero el diablo está en los detalles. El foco está en la igualdad de oportunidades, pero esto a menudo se transforma en igualdad de resultados, como un número igual de hombres y mujeres profesores de universidad o dedicados a actividades comunitarias como el cuidado de niños.

Una forma de lograr esta visión, según los igualitarios de género, es interrumpir el desarrollo de comportamientos y creencias basados en el sexo cuando los niños son pequeños, tan pronto como comienzan algún tipo de escolarización formal; las maestras de los parvularios «deben analizar continuamente sus propias acciones para poder contrarrestar los roles de género estereotipados con el fin de romper las prácticas de roles de género vigentes y facilitar así el cambio dentro de la educación«. En efecto, el objetivo es conseguir que los niños y las niñas y los hombres y las mujeres acaben siendo psicológica, social y conductualmente indistinguibles.

Irónicamente, estas mismas políticas promueven la supuesta capacidad de los niños a perseguir sus propios intereses. Sin embargo, cuando los niños expresan su voluntad de manera que se ajustan a las creencias y comportamientos estereotipados, como cuando los niños realizan una actividad física más intensa que las niñas, los adultos deben intervenir para eliminar esas diferencias sexuales. El resultado más consistente de tales intervenciones, sospecho, es la frustración de los niños a los que se les pide que participen en actividades que no encuentran particularmente interesantes. Probablemente sea igual de frustrante para los docentes que tienen la tarea de asegurar la igualdad de intereses y actividades de las niñas y los niños a su cargo.

Una breve incursión en las diferencias entre los sexos en el desarrollo social ilustra que los propios niños son el principal impedimento para el logro de esta visión utópica. Se segregan ellos mismos y crean culturas de niños y niñas. La segregación se produce independientemente de las intervenciones de los adultos y es una de las características más consistentes del comportamiento de los niños. Los niños empiezan a formar estos grupos del mismo sexo antes de los tres años de edad y lo hacen con una frecuencia cada vez mayor durante la infancia. En el contexto de estas culturas, los niños aprenden a lidiar con la dinámica social propia del mismo sexo y participan en las actividades típicas de los adultos de su cultura. Los niños no están simplemente imitando el comportamiento típico del sexo o respondiendo a las normas cautelares, ya que forman los mismos tipos de culturas segregadas en sociedades en las que los mundos sociales y económicos de las mujeres y los hombres se superponen.

En el contexto de estas culturas, e incluso antes de que surjan sistemáticamente, hay muy poca superposición en las preferencias y actividades de juego asociadas a niños y niñas, incluidas las diferencias en la frecuencia de participación en juegos bruscos, deportes de equipo y juegos de muñecas y de reproducción de la vida familiar, entre otros. Los estudiosos de género reconocen algunas influencias biológicas (por ejemplo, la exposición prenatal a las hormonas sexuales) en la aparición de estas diferencias de sexo en el desarrollo, pero al mismo tiempo sostienen que las influencias sociales tienen una importancia primordial. El argumento básico se ilustra en el resumen de Dinella y Weisgram de una serie de artículos sobre la relación entre los esquemas de género de los padres (por ejemplo, creencias estereotipadas) y las preferencias de juguetes y el comportamiento de juego de sus hijos:

«reunimos investigaciones de vanguardia sobre los factores que afectan las diferencias de género en los intereses acerca de los juguetes de los niños, cómo los mensajes relacionados con el género afectan el desempeño y el comportamiento de los niños, y cómo los adultos crean estos mensajes relacionados con el género y afectan a los intereses de los niños».

Sin embargo, la exuberancia irracional de este tipo de afirmaciones causales debe ser contrastada con la realidad. Es cierto que existe una relación entre los estereotipos y prejuicios de los padres y los de sus hijos, pero esto se refiere principalmente a las actitudes (por ejemplo, las creencias sobre el comportamiento de los hombres y las mujeres) y no se extiende a los intereses y comportamientos sexuales. Las preferencias sexuales sobre juguetes, por ejemplo, son muy grandes y aquí hay poca relación entre las creencias sexuales de los padres y los intereses de juego de sus hijos.

De hecho, el conocimiento explícito por parte de los niños de las normas de tipificación sexual sólo está débilmente relacionado con su comportamiento lúdico y sus actividades sociales reales. Los niños criados por padres igualitarios que desalientan activamente la tipificación sexual tienen hijos con creencias menos estereotipadas que los niños criados en otros tipos de familias. Sin embargo, las preferencias de juguetes y juegos de estos niños son típicas del sexo y no difieren de las de los niños criados por padres con creencias estereotipadas. Las débiles influencias sociales en muchas de las diferencias sexuales también se ilustran en estudios de varones biológicos que tenían defectos de nacimiento genitales y a los que se les aplicó una cirugía reconstructiva que les dotó de una apariencia de genitales femeninos. Todos estos niños fueron criados como niñas, pero todos desarrollaron intereses en juegos típicos de los varones (por ejemplo, lucha libre, hockey sobre hielo) y ninguno de ellos participó en juegos típicos de mujeres (por ejemplo, muñecas). Ocho de los 14 niños que fueron criados como niñas acabaron cambiando a una identidad masculina; cinco conservaron una identidad femenina y otro se negó a informar de ello.

Estas mismas diferencias sexuales básicas se encuentran en la mayoría de las especies que realizan juegos. Revisando literatura científica, Power encontró que los machos jóvenes casi siempre participan en más juegos consistentes en peleas que las hembras jóvenes. Este patrón se encuentra en todas las especies de, pinnípedos, ungulados, roedores y primates.

Hasta donde sabemos, no hay creencias sobre roles de género en ninguna de estas especies y aún así sus crías participan en actividades diferentes según su sexo que ya presagian sus comportamientos en la edad adulta. La participación temprana en este tipo de actividades ayuda a los jóvenes a prepararse para las pruebas específicas propias de su sexo en la edad adulta, incluyendo actividades más activas para los machos y más comunitarias para las hembras.

Al igual que ocurre en estas especies, los niños crean su propio mundo basado en parte en las demandas acordes a su sexo con las que tuvieron que enfrentarse nuestros antepasados. Estas demandas incluyen una mayor frecuencia de actividades en las que la fuerza física tiene un papel preponderante para nuestros ancestros masculinos y una mayor frecuencia de actividades comunitarias para nuestros ancestros femeninos. Como en otras especies, la influencia prenatal y postnatal temprana a las hormonas sexuales da lugar a sesgos en los juegos activos (por ejemplo, peleas) y comunitarios (por ejemplo, juegos de crianza) de los niños, y los comportamientos y habilidades asociados se van refinando a medida que los niños se desarrollan.

Como cualquier padre sabe, estas diferencias de sexo no son consecuencia de una imposición paterna sobre los niños de sus expectativas estereotipadas. Tampoco pueden ser alteradas inmutablemente por los edictos de los teóricos de los roles de género o por las instrucciones de los políticos de turno en el gobierno.”

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Mª del Pilar
    10 diciembre, 2020 22:39

    O sea…sentido común, para todo.
    Dejar de hacer caso a todas estas ONU, CEE y varias más… y echarle a la vida un poco de lo anterior, a ver si levantamos cabeza.
    Y sobre todo, creer más en Dios y en la Virgen María, veréis como todo vuelve a su cauce.

    Responder
  • Es un mal cuento eso de que los roles sociales determinan la diferencia entre sexos. No somos iguales porque Dios nos creó diferentes. Para confirmarlo, pueden ver un video de un estudio noruego, país que se jacta de tener la mayor igualdad de género. El video se llama: «Paradoja de la igualdad en Noruega».

    Responder

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