La familia de la Iglesia es universal. No podemos entender al prójimo solo como aquel que está a nuestro lado, físicamente.
Nada de lo humano le ha de ser ajeno al cristiano, y mucho menos aquellas situaciones en las que los conflictos se han enquistado y perduran en el tiempo. Constituyen el mapa del dolor y de la vergüenza, nos interpelan cada día y afectan, particularmente a los más pobres.
Es responsabilidad de cada uno de nosotros esperar en la paz y trabajar a diario por ella, porque, como el propio Papa Francisco nos recordaba este año en el Mensaje de la Jornada Mundial, la paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad.