20 mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el martes 22 de septiembre: seis franciscanos en Azuaga (Badajoz); una mujer laica –Josefina Moscardó-, tres miembros del clero secular y un escolapio –Vicente Pelufo, Vicente Sicluna, Germán Gozalvo y Carlos Navarro– en la provincia de Valencia; otros tres laicos –Modesto Allepuz, Enrique Gonzálbez y José Ardil– en Cartagena; dos lasalianos -los hermanos Antonio Gil y Félix Adriano– en la provincia de Teruel; dos salesianos en la de Madrid y dos sacerdotes diocesanos en la de Almería.
En Francia, es aniversario del martirio del beato sacerdote sulpiciano José Marchandon (1794); en Corea, del martirio de san Pablo Chong Ha-sang (1839). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a 10 mártires de este día: dos de 1918 (el sacerdote Gregorio Garyayev y el diácono Alejandro Ipatov), seis de 1937 (el arzobispo Zacarías Lobov, el arcipreste Alejo Uspensky con el laico Basilio Shikalov, los sacerdotes José Arkharov y Sergio Uklonsky, más el diácono Demetrio Troitsky), uno de 1938 (el monje sacerdote Andrónico Surikov) y uno de 1942 (el arcipreste Alejandro Vinogradov).
Pasearon su cadáver por el pueblo en son de burla
Vicente Sicluna Hernández, valenciano de 77 años, sacerdote desde 1884, párroco en Cortes de Pallás, y desde 1902 en Navarrés (Valencia), no quiso huir del pueblo, sino que se refugió en casas particulares, y para no poner a nadie en peligro, pasó a una casa deshabitada donde fue arrestado el 22 de septiembre, a poco de consumir la Eucaristía. Al ser detenido, se encomendó al Cristo de la Salud en voz alta. Lo mataron de un tiro en la nuca en el término de Bolbaite, pueblo vecino (cinco kilómetros al sur de Navarrés) por donde al día siguiente pasearon su cadáver en son de burla.
Sacerdotes torrentinos fusilados perdonando a sus verdugos y vitoreando a Cristo
En la misma fecha pero distinto lugar (Montserrat) fueron asesinados tres sacerdotes, dos de los cuales han sido beatificados (uno secular y un escolapio). Germán Gozalvo Andreu, de 23 años y valenciano de Torrent, ordenado sacerdote el 16 de julio de 1936, celebró misa al día siguiente en la parroquia de la Asunción de su pueblo. Administró los sacramentos clandestinamente en agosto, hasta que le arrestaron el día 29, manifestando su disposición al martirio. En la cárcel animó a sus compañeros a ser fieles a Cristo. En la noche del 21 al 22 de septiembre fue llevado a un local sindical, donde le dieron una paliza, y de ahí a la carretera de Montserrat, donde fue fusilado.
El escolapio era Carlos (de la Virgen de los Desamparados) Navarro Miquel, de 25 años y también torrentino, que había profesado solemnemente en 1934 y se ordenó sacerdote en 1935. Destinado al colegio de su orden en Albacete, los religiosos se dispersaron el día 25 de julio y Navarro fue a Torrent, preparándose para el martirio. A comienzos de septiembre fue arrestado y llevado a la cárcel, donde halló a otros sacerdotes. A las dos de la madrugada del 22 de septiembre lo sacaron, le ataron las manos, le amordazaron y le llevaron en coche hacia Montserrat con los otros dos sacerdotes, mientras se animaban entre sí y perdonaban a los verdugos. En la carretera fue fusilado mientras gritaba vivas a Cristo Rey.
«Hay que perdonar a los enemigos de la Iglesia porque no han recibido formación»
Los hermanos Esteban, de 30 años, y Federico Cobo Sanz, de 16, vallisoletanos de Rábano, eran seminarista salesiano de la comunidad del colegio de San Miguel Arcángel el primero y postulante de la comunidad de Carabanchel Alto el segundo.
Esteban profesó en 1925 e hizo prácticas pedagógicas en la madrileña Ronda de Atocha de 1927 a 1931. A continuación estudió Teología en Carabanchel Alto y en 1935 fue destinado al colegio de paseo de Extremadura. Repetía con frecuencia que sería feliz si Dios lo elegía como mártir, y que si esos eran los designios de Dios, daría la vida con alegría por Él; que los enemigos de la Iglesia no sabían lo que hacían y debía perdonarlos porque no habían recibido educación religiosa.
Federico llevaba en Carabanchel Alto tres cursos cuando ese seminario salesiano fue asaltado (el 20 de julio). Lo llevaron con sus compañeros al colegio militar Santa Bárbara, de donde lo sacó al día siguiente su hermana Cristina. Estando en casa de ella, en el número 20 de la calle García de Paredes, solía ir a la Biblioteca Nacional, como su hermano, para evitar los registros y aprovechar el tiempo estudiando. El 22 de septiembre, a las 7.30, cuatro milicianos asaltaron el apartamento. A los dos los metieron en un coche y dijeron que los llevaban a la Dirección General de Seguridad, pero los fusilaron en Puerta de Hierro.
De rodillas y perdonando
Juan Antonio López Pérez, almeriense de Cantoria, donde era párroco fue asesinado a la edad de 55 años en Albox y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (también en Almería). La biografía diocesana asegura que murió perdonando:
Cuando llegó la Persecución Religiosa, el presbítero Serrano García escribió que: « El siervo de Dios se esperaba lo que tristemente sucedió. Tres días antes de su muerte consumió las formas consagradas, pues el Santísimo lo pasó de la iglesia a su casa. Además un Crucifijo que le había regalado su madre, se lo regaló a don Luis Reyes, que se iba al frente, y le dijo “Guárdalo, no quiero que lo profanen”. Le aconsejaron que vistiera de paisano porque la sotana era un compromiso, pero no les hizo caso. »
En el quincuagésimo quinto aniversario de su Bautismo, el veintidós de septiembre de 1936, fue detenido e introducido en un coche que se dirigió a Albox. Pararon en la venta del Guarducha y fue martirizado bajo unas higueras. El presbítero Gallego Fábrega escribió: « Uno de sus asesinos confesó que había matado a un santo. Según él, murió de rodillas perdonando, como Cristo a sus verdugos. »
Juan García Cervantes, almeriense de Garrucha y de 51 años, era coadjutor en su pueblo natal, fue asesinado en Almería y beatificado en Roquetas. Como el padre López, perdonó a sus asesinos, regaló su traje y se negó a blasfemar, según diversos testigos:
Sus familiares intentaron que huyera a Barcelona al comenzar la Persecución Religiosa, pero sólo admitió refugiarse en Almería. En esta ciudad fue denunciado e interrogado en el convento de las Adoratrices. A los tres días fue detenido y llevado a distintas cárceles. Su sobrina – nieta, doña Inmaculada García, cuenta que: «El siervo de Dios murió el veintidós de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Almería, bendiciendo a Dios y perdonando a los que le martirizaron, entregado antes el traje que llevaba puesto al guarda de la cárcel para que se lo diese a su hermano, porque sabía que era el único del que disponía.» Tenía cincuenta y un años.
El que fuera Párroco de Garrucha, don Diego Rubio, comentaba que: «Le forzaban a blasfemar y renunciar a su fe bajo la promesa de librarse de la muerte. El siervo de Dios respondió que prefería llegar a su meta que no era otra que dar la vida por defender al Señor en quien siempre había creído.»
José Ardil Lázaro, ejecutado junto a otros dos hijos de María de la Medalla Milagrosa beatificados como él en Madrid el 11 de noviembre de 2017, tenía 22 años, pues había nacido en Cartagena el 18 de agosto de 1914. En su martirio aparece tanto el afán de evitar males a sus familiares como el perdón, según relata la biografía de la beatificación:
Lo buscaron en su domicilio el 12 de agosto de 1936. Él estaba escondido en Murcia, y al no encontrarlo se llevaron presos a sus dos únicos hermanos. Antonio y Romana. Cuando él se enteró, viendo que peligraba la vida de sus hermanos, se presentó voluntariamente en la cárcel. El día 18 de agosto apresaron a Modesto Allepuz y al día siguiente a Pedro Gonzálbez. A partir de ese momento los tres seguirán los pasos ya descritos: confirmar su fe y la pertenencia a la Asociación ante los jueces, prepararse mutuamente para la entrega a Dios, aceptar las incomodidades, injurias y vejaciones, el simulacro de juicio, y la muerte como si fueran criminales, caminando unos dos kilómetros a paso militar custodiados por un piquete militar hasta el cementerio.
A Antonio Ardil Lázaro, preso como ellos, le permitieron permanecer junto a su hermano y compañeros hasta los últimos momentos. Delante de él, dirigiéndose a los tres milicianos que les custodiaban, se despidieron de todo el pueblo de Cartagena con este mensaje: Queremos que sepan que no nos llevamos odios ni rencores contra nadie. ¡Somos inocentes! Perdonamos a todos; a nuestros enemigos y a los autores de nuestra muerte. Lo único que pedimos es que se den por satisfechos con nuestra sangre y no se derrame ya más. A continuación, les abrazaron. El 1 de agosto de 1939 estos tres milicianos declararon ante notario con todo detalle la escena de la despedida, la actitud serena con que salieron los tres congregantes para el martirio, y su propia emoción. En la Asociación de Cartagena, cuyo centenario se celebrará el 15 de agosto de 2018 se conserva esta acta notarial. El recuerdo de los mártires está vivo. Con el último abrazo al seminarista Antonio Ardil, los mártires enviaron a sus compañeros un mensaje entrañable que marcaría su vida y su apostolado sacerdotal: ¡Que nuestra sangre no sea estéril!
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