Cuatro mártires de la Revolución Española nacieron un 25 de febrero: un benedictino oscense -asesinado junto al obispo de Barbastro y al gitano El Pelé-, un lasaliano burgalés, un terciario capuchino valenciano, primer mártir del País Vasco; y un vicenciano natural de Guipúzcoa.
El benedictino que presintió su martirio antes de la guerra
Mariano Sierra Almázor, de 67 años (nació en 1869 en Alquézar, Huesca), era monje benedictino de El Pueyo, fue asesinado en Barbastro el 9 de agosto de 1936 -al tiempo que el obispo y otras 11 personas- y beatificado en 2013. Al despedirse de una vecina de Barbastro el 15 de julio (antes de estallar la guerra, por tanto), le dijo: “Si no nos vemos más, hasta el Cielo”. De los fusilados ese día en Barbastro, además del obispo y el benedictino, ha sido beatificado como mártir el primer gitano elevado a los altares por la Iglesia católica.
Un obispo nada provocador
Nacido el 16 de octubre de 1877 en la localidad vallisoletana de Villasexmir y criado en Villavieja del Cerro -ambas rondan hoy el centenar de habitantes-, Florentino Asensio Barroso fue uno de los nueve hijos de un vendedor ambulante y una tendera. Sacerdote desde 1901, canónigo desde 1910 y párroco de la catedral desde 1925, predicó durante una década en las dos misas principales del domingo. En 1936 fue consagrado obispo, pero según la biografía publicada por Jorge López Teulón, retrasó su entrada solemne en Barbastro, prevista para el 15 de marzo, al saber que se preparaba un sabotaje, y llegó al día siguiente de forma privada hasta la catedral, limitando la solemnidad a los ritos dentro de la iglesia.
Comenzada la revolución, Asensio protestó ante el ayuntamiento por las detenciones de sacerdotes, por lo que fue confinado en su residencia el 20 de julio, detenido el 22 y llevado al colegio de los escolapios. El 25 pudo celebrar misa, lo que en adelante le fue prohibido. En la tarde del 8 de agosto fue llevado a una celda en la cárcel del ayuntamiento e interrogado. Antes, se acercó al prior de los benedictinos y le dijo: “Por lo que pudiera ocurrir, deme la absolución”. Esa noche, se habría dirigido a los religiosos y demás personas presas: “Hijos míos voy a daros mi última bendición, y después, como nuestro Maestro Jesús, celebraré mi última cena con vosotros. No, no lloréis, porque esta noche es muy grata para mí. Elevemos nuestras plegarias al Todopoderoso para que salve a España de nuestros enemigos”.
Según la Causa General (legajo 1409, expediente 1, folio 575), al obispo “le flagelaron los estículos, operación que realizó con una navaja el Alfonso Gaya, quien los recogió con un trozo de periódico de Solidaridad Obrera y se los puso en el bolsillo; esta flagelación fue instigada por Santiago Ferrando [alias El Rubio de Codina], que refiriéndose al Gaya, le dijo: ¿no tenías ganas de comer cojones de obispo?; acto seguido le ataron la herida producida y maniatado, juntamente con otras personas, fueron conducidos en un camión al cementerio católico, donde fueron asesinados, quedando con vida el cuerpo del Ilmo. Sr. obispo y lanzando algún lamento, dio lugar a que desde el Hopital de Sangre número uno, el practicante Fernando Ramiz Ballabriga, ante el doctor D. Antonio Aznar Riazuelo, avisó por teléfono al comité de vigilancia, previniendole de que del cementerio salían lamentaciones, por lo que seguidamente subieron algunos escopeteros que lo remataron”.
Quienes le torturaron habrían dicho al obispo:
No tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo.
Sí, y allí rezaré por vosotros.
Mientras lo llevaban, Asensio habría repetido: “¡Qué hermosa noche para mí!”. Los del pelotón le preguntaron si sabía dónde iban, a lo que respondió: “Me lleváis a la casa de mi Dios y Señor, me lleváis al cielo”. El fusilamiento fue hacia las 2 de la mañana y al obispo le dieron tres tiros de gracia. Su cadáver fue arrojado a una fosa común y hallado incorrupto al final de la guerra.
Le ofrecieron la libertad si dejaba de rezar
El gitano Ceferino Giménez Malla (El Pelé), de 75 años, era tratante de caballos y cestero. Desde 1902 era terciario franciscano y en 1912 regularizó por la Iglesia su matrimonio con Teresa; no tuvieron hijos pero adoptaron a una sobrina de su mujer. Encarcelado por una falsa acusación de robo, en el juicio en el que resultó absuelto su abogado dijo: “El Pelé no es un ladrón, es San Ceferino, patrón de los gitanos”. En los últimos días de julio de 1936, fue detenido por salir en defensa de un sacerdote al que arrastraban por las calles de Barbastro para llevarlo a la cárcel, y por llevar un rosario en el bolsillo. Le ofrecieron la libertad si dejaba de rezar el rosario. Prefirió permanecer en la prisión y afrontar el martirio. Cuando lo fusilaron gritó: “¡Viva Cristo Rey!”. Mientras que el obispo fue fusilado en el cementerio católico, El Pelé lo habría sido, según la Causa General (legajo 1409, expediente 1, folio 569), “en el cementerio creado por los rojos”, más tarde llamado cementerio nuevo.
Seis lasalianos del Río Segre
Cesáreo España Ortiz (hermano Eladio Vicente), lasaliano de 50 años (nació en Pancorbo, Burgos, en 1886), fue asesinado el 28 de agosto de 1936 en La Canonja (Tarragona) y beatificado en 2013. Pertenecía al grupo de seis hermanos de la Doctrina Cristiana que estaban encerrados en el barco Río Segre en Tarragona, y que fueron ejecutados en la saca en que también mataron -tras terribles torturas- al sacerdote Isidre Fàbregas (biografíado el aniversario de su nacimiento), que intercedió por los revolucionarios de 1934 y le pagaron mutilándole.
Modesto Pamplona Falguera (hermano Agapito Modesto), de 29 años, tomó el hábito lasaliano en 1923. Tras diversos destinos estaba en Cambrils, comunidad que se dispersó el 21 de julio. Fue a Tarragona y, encerrado, pasó al vapor Río Segre. A uno de sus compañeros de prisión le dijo: “Soy joven y me hubiera gustado trabajar más en la obra del Instituto. Dios no lo quiere así, por tanto ofrezco mi vida para que otros realicen lo que yo no he podido”. EI 28 de agosto, a las 17 horas, un grupo de milicianos de la FAI de Cambrils llegó al barco reclamando los presos de esa localidad. Pamplona le entregó a un hermano su lápiz y los botones de las mangas. Era todo lo que tenia: “Tenga esto, que yo ya no lo necesitaré” . Otro, viéndole radiante de gozo, le preguntó si le habían dado la libertad, a lo que contestó: “¿Cómo no voy a estar contento, si dentro de muy poco voy a estar en el cielo. Fíjese, tal vez dentro de media hora. ¿Le parece poco?”. Con él salieron el párroco de Cambrils y los siguientes cinco hermanos de la Salle: Javier Pradas Vidal (hermano Elías Paulino), de 40 años, había tomado el hábito en 1911; Nicolás Rueda Barriocanal (hermano Daniel Antonino), de 42 años, era religioso desde 1910; Josep Camprubí Corrubí (hermano Jacint Jordi, ver post del 22 de febrero); el hermano Eladio Vicente, que era religioso desde 1902, había sido director de varias instituciones, y salió a la muerte cantando el Magnificat; y Modest Godó Buscató (hermano Anselmo Fèlix), de 57 años, empezó el escolasticado en 1895, tras diversos cargos, había regresado a Cambrils en 1931 para dirigir la Casa del Sagrado Corazón.
Un valenciano, primer mártir del País Vasco
Vicente Cabanes Badenas, sacerdote terciario capuchino de 28 años (nació en Torrent, Valencia, en 1908, murió mártir en el Hospital de Basurto (Bilbao) el 30 de agosto de 1936, y fue beatificado en 2001 con los mártires valencianos, lo que le convierte en el primer beato entre los muertos en el País Vasco.
Con 15 años vistió Cabanes el hábito del terciario capuchino y en 1932 fue ordenado sacerdote. En Julio de 1936 ejercía su ministerio en Amurrio (Álava). Según el relato del amigoniano Agripino González, en el vecino pueblo de Saracho, situado entre Amurrio y Orduña, los milicianos incendiaron la iglesia y en otras poblaciones dieron muerte a los sacerdotes, religiosos y personas católicas. Antes de mediar el mes de agosto de 1936, los encargados y los niños del reformatorio del Salvador de Amurrio son evacuados a la finca del Marqués de Urquijo en Llodio. Cabanes queda al frente de la Casa del Salvador, ya desalojada, excepción hecha de un reducido grupo de alumnos y servidores, entre los que se cuenta el vaquero de la casa. El padre Vicente de día atiende el centro y pasa la noche, por orden de su superior, en casa de don Felipe Ugarte, coadjutor del pueblo. El frente nacional se encuentra a un kilómetro escaso de la Casa del Salvador de Amurrio. Uno de los días el vaquero se pasa a los nacionales, con vacas y todo. Los milicianos quieren dar un escarmiento al pueblo asesinando al padre Vicente Cabanes. Al caer la tarde del 27 de agosto de 1936,como de costumbre, el padre se traslada a casa del vicario para pernoctar. Apenas cenados, toman el fresco. Golpean a la puerta:
—¿Quién es?, pregunta el señor vicario.
—¿Está el padre Vicente? Deseamos rinda unas declaraciones.
El padre Vicente no se hizo de rogar. Se despidió de los de casa. Y, con una amplia sonrisa, éstas fueron sus últimas palabras:
—¡Sea lo que Dios quiera! ¡Bendito sea Dios!
Y descendió la escalera.Al salir de la casa, dos o tres milicianos lo están esperando. Le ordenan subir al coche. El padre Vicente obedece sin resistencia alguna. El coche y sus ocupantes toman la dirección de Orduña. En el trayecto intentan atraerle a su ideología primero luego pasaron a las amenazas y ultrajes, exigiéndole finalmente que renegase de su fe e insultara al Crucifijo, si quería salvar su vida. A lo que el padre Vicente contestó: “Toda mi vida la he consagrado a Dios y le he servido con fidelidad y nunca he recibido de él ningún ultraje ni agravio; al contrario,de él solamente he recibido bendiciones y beneficios; de él he recibido la vida y toda mi vida será para servirle y bendecirle”. Llegados al pueblo, los milicianos le dan una vuelta por la plaza y nuevamente emprenden la dirección de Amurrio en viaje de regreso. La razón del improviso cambio de intenciones y de ruta se ignora. Pero lo cierto es que a la salida del pueblo y al llegar al Prado de San Bartolomé, en la recta de la carretera,le hacen descender. Al borde de la misma, entre el prado y la chopera, le desjarretan cuatro tiros, dejándole por muerto. Como puede, y taponándose las heridas con las manos, el padre Vicente retrocede a Orduña. Llama en las dos o tres primeras casas. Pero no lo socorren por miedo a comprometerse. Finalmente encuentra su samaritano en la persona de don Epifanio Elejalde, quien en esos momentos estaba dirigiendo el rosario en familia.
—¿Quién es?
—Soy un hombre herido. Pido un médico y un sacerdote para morir con él.
Al abrir el portoncillo, sobre el que estaba apoyado el padre Vicente, se desplomó sobre él, quizá quemando sus últimas reservas físicas. Estaba totalmente ensangrentado. Su sangre empapando la camisa azul de su buen samaritano, que durante años conservó sin lavar como reliquia:
—¿ Quién es usted? —le pregunta Alfonso, hijo de don Epifanio.
—Soy el padre Vicente, del reformatorio de Amurrio. Soy valenciano.
—¿Y por qué no ha dicho antes que era sacerdote?
—Tenía miedo, porque he llamado a otras puertas y no me han hecho caso.
—¿Qué le ha pasado?
—Me han sacado de la casa de un sacerdote de Amurrio. Mehan traído hasta aquí. Me han devuelto a las afueras y, al bajarme del coche, me han querido hacer apostatar. Al negarme me handado una carretada de tiros, dejándome por muerto. La familia Elejalde inmediatamente lo traslada al Santo Hospital de Orduña, donde llega todavía con el crucifijo, con el que se opuso a los milicianos, entre sus manos. Pide penitencia y extremaunción, que le administra D. Rafael de la Torre, capellán del centro hospitalario. Del hospital de Orduña es trasladado al de Basurto, en Bilbao,donde llega pasadas ya las 2,30 de la noche del 28 de agosto. El padre Vicente aún llega consciente. Y al amanecer de aquel día llega también fray Juan Bautista Segarra, para atender al padre Vicente. Para entonces el padre había recobrado ya totalmente el conocimiento:
—¿Quiénes han sido?
—No me hable de esas cosas; hábleme tan sólo de Dios. Dígame jaculatorias.
Al caer el día acude también al hospital su superior, padre Tomás Serer. El padre Vicente no teme la muerte. Pero la noche del mismo 29 de agosto será larga, muy larga. A veces, devoradas sus entrañas por la fiebre que le produce el plomo, exclama: “¡Esto es horrible, padre Tomás!”. En un determinado momento se vuelve a su superior y le dice: “Padre, hágame la preparación de la muerte”. Arrodillado junto al lecho de dolor el padre Tomás Serer cumple con el deseo del moribundo. Al final éste le pregunta:
—Padre, ¿me perdona si en algo le he podido ofender?
—Sí. ¿Me perdona usted a mí, así como a todoslos que le hayan ofendido?
—Sí.
—¿Y perdona también a los que le han herido?
—También les perdono de todo corazón.
Los asesinos todavía lo localizan en el hospital. Convencidos de que el padre está expirando, los milicianos no le molestan ya, pero se retiran profiriendo estas brutales palabras: “¡Muere, canalla, como un perro!”. Efectivamente, poco después, de las 4,15 a las 4,30 del domingo 30 moría.
Víctima de la Checa de Fomento
César Elexgaray Otazua, hermano de la Congregación de la Misión natural de Anteiglesia (Guipúzcoa), tenía 32 años cuando lo asesinaron el 23 de octubre de 1936 en Vallecas (Madrid). Fue beatificado en Madrid el 11 de noviembre de 2017. La biografía de su congregación cuenta que vivía en la comunidad de Lope de Vega, 38, al servicio espiritual de las Hijas de la Caridad y que fue hecho prisionero el día de Santiago de 1936 por la tarde, con el P. José María Fernández y compañeros:
Como ellos, estuvo detenido y sometido a tormentos en el que había sido palacio del duque de Medinaceli, plaza de Colón, 1, sito en el actual edificio Colón, convertido en la checa de la Brigada Motorizada Socialista y en la calle de San Felipe Neri, 4. Por último, los ocho religiosos de la Congregación de la Misión fueron conducidos a la temible checa de Fomento, siendo allí todos ellos condenados a muerte y ejecutados, en el término municipal de lo que entonces era pueblo de Vallecas (Madrid) el 23 de octubre de 1936.
Cosa poco habitual en aquellos momentos, a estos ocho mártires los enterraron en féretros individuales y, a través de los diarios oficiales de la república, en 1942 se pudieron localizar a siete de ellos y trasladar sus restos mortales a la capilla panteón de la Congregación en la sacramental de San Isidro.
Puesto que, en torno al estudio del Tren de la Muerte, he estudiado los asesinatos cometidos en Vallecas, supongo que no se usó para localizarlos ningún diario oficial de la República, sino simplemente el registro del cementerio de Vallecas. En efecto, este registra el asesinato de seis religiosos, el único de los cuales con edad cercana a los 30 años y con las solas iniciales identificativas en la ropa de C.M.F. y H.3 debe ser el Hermano César (Causa general, legajo 1508, expediente 3, folio 42).
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